Para Callum, Pablo, Minnie y Wilf.
Enredos dentro de enredos, complots y contracomplots, tretas y engaños, cruces y traiciones, agentes auténticos, agentes falsos y agentes dobles, oro y acero, la bomba, la daga y el pelotón de fusilamiento, estaban entretejidos en muchos, formando una textura tan intrincada como para ser increíble y sin embargo era verdadera.
WINSTON CHURCHILL
El enemigo no debe saber dónde pretendo dar batalla. Ya que si no sabe dónde pretendo dar batalla debe prepararse en muchos sitios. Y cuando se prepara en muchos sitios, aquellos a los que tengo que combatir en cada uno de los lugares serán pocos. Y cuando se prepara en todas partes será débil en todas partes.
SUN TZU
La historia de los agentes dobles que engañaron a la Alemania nazi y contribuyeron al éxito del desembarco en Normandía es bien conocida. O así lo creíamos. Porque esta es la primera vez que estos personajes y sus actos se han investigado a fondo con la documentación de los archivos del Servicio Secreto británico, y lo que Ben MacIntyre —uno de los más prestigiosos investigadores del mundo del espionaje, autor de «El agente Zigzag» y de «El hombre que nunca existió»— ha descubierto es que lo que los propios protagonistas contaron en sus memorias no era toda la verdad. MacIntyre profundiza en la realidad humana de estos espías —Juan Pujol «Garbo», Roman Czerniowski «Brutus», Dusan Dusko «Popov», Elvira de la Fuente, Lily Sergeyev— y de los numerosos personajes de los servicios de información alemanes y británicos entre los que se movían para descubrirnos la verdadera historia de unos seres «valientes, traicioneros, inseguros, codiciosos e inspirados» que llevaron a cabo una obra maestra de engaño, nunca plenamente revelada hasta ahora, que salvó incontables vidas.
Ben Macintyre
La historia secreta del Día D
La verdad sobre los superespías que engañaron a Hitler
ePub r1.3
Slashhh07.01.16
Título original: Double Cross. The True Story of The D-Day Spies
Ben Macintyre, 2012
Traducción: Ricardo Artola
Editor digital: Slashhh
Corrección de erratas: nixkevan
ePub base r1.0
Ben Macintyre (nacido en 1963) es un autor británico, historiador y columnista-editor en The Times, diario para el cual también ha trabajado como corresponsal en Nueva York, París y Washington. Sus columnas van desde temas de actualidad a las controversias históricas. MacIntyre es el autor de un libro sobre el caballero criminal Adam Worth, El Napoleón del Crimen: La vida y los tiempos de Adam Worth, Master Thief.
También escribió El hombre que pudo reinar: el primer americano en Afganistán, y un libro sobre el agente doble de la vida real de Alemania y Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, Eddie Chapman, titulado El Agente Zigzag: La verdadera historia de Eddie Chapman, el espía más asombroso de la segunda guerra mundial. En 2008 MacIntyre escribió un relato informativo ilustrado de Ian Fleming, creador del personaje ficticio espía James Bond, para acompañar el «For Your Eyes Only» exposición en el Museo Imperial de Guerra de Londres, que fue parte de las celebraciones del centenario de Fleming.
Tres de sus libros se han realizado recientemente en documentales para la BBC: Operación carne picada (2010), Double Agent: La historia de Eddie Chapman (2011), y Double Cross, La verdadera historia de los espías del Día D (2012).
Notas
Las notas marcadas con KV se refieren a los archivos del Servicio de Seguridad, CAB para los archivos de la Oficina del Gabinete y FO para los archivos del Ministerio de Exteriores en los National Archives (TNA), Kew.
Prólogo
En el verano de 1943, un oficial de inteligencia refinado y de voz suave, con pantalones de tartán y que fumaba en pipa, dio los últimos toques a un arma secreta en la que había estado trabajando durante más de tres años. Esta arma —única en su potencia e ilimitada en su alcance— era muy distinta de cualquier otra fabricada antes o después. Estaba tan envuelta en un velo de silencio que sus inventores, durante algún tiempo, no fueron conscientes de que la tenían y no estaban seguros de cómo utilizarla. Esta arma no mataba o mutilaba. No dependía de la ciencia, la ingeniería o la fuerza. No destruía ciudades, hundía submarinos alemanes o atravesaba la armadura de los Panzer. Hacía algo mucho más sutil. En lugar de matar al enemigo, podía entrar en sus cabezas. Podía hacer que los nazis pensaran lo que los británicos querían que pensaran, y así hacer lo que los británicos querían que hicieran.
Tar Robertson, del MI5, había creado un arma que podía mentir a Hitler, y, en el momento más crítico de la segunda guerra mundial, apremió a Winston Churchill para que la utilizara.
Los planificadores militares aliados ya estaban trabajando en los planes para el gran asalto a la Europa ocupada por los nazis. La invasión del Día D, esperada durante tanto tiempo, iba a decidir el resultado de la guerra y ambos bandos lo sabían. Si los Aliados podían cruzar el canal de la Mancha y abrirse paso a través de las defensas costeras alemanas conocidas como el «Muro Atlántico», entonces los nazis podían ser expulsados de París, Bruselas y después, atravesando el Rin, todo el camino hasta Berlín. Sin embargo, Hitler estaba convencido de que si se podía resistir de manera eficaz ante los invasores en los primeros compases de un ataque, incluso durante un día, entonces el ataque fracasaría; la moral de los Aliados se derrumbaría, y transcurrirían muchos meses antes de que se pudiera intentar otra invasión. En ese plazo de tiempo, Hitler podía concentrarse en destruir al Ejército Rojo en el frente oriental. Las primeras veinticuatro horas serían, en las famosas palabras de Erwin Rommel, «el día más largo»: cómo acabara ese día no era nada seguro.
En la actualidad el Día D se erige como una victoria monumental y, en retrospectiva, como históricamente inevitable. En aquel momento no parecía que fuera así. Los ataques anfibios están entre las operaciones más difíciles de la guerra. Los alemanes habían construido una «zona de la muerte» a lo largo de la costa francesa, con una profundidad de más de ocho kilómetros, una pista de obstáculos letal compuesta de alambre de espino, cemento y más de seis millones de minas, detrás de la cual había emplazamientos de artillería pesada, puestos de ametralladoras y búnkeres. Como observó en una lúgubre entrada de su diario justo antes del Día D el mariscal de campo sir Alan Brooke, jefe del estado mayor imperial: «Puede ser perfectamente el más terrible desastre de toda la guerra».
En la guerra no hay una variable más importante, y más difícil de controlar, que el elemento sorpresa. Si los alemanes podían ser confundidos o, aún mejor, engañados activamente respecto al lugar y el momento en el que iban a tener lugar los desembarcos, entonces las posibilidades de éxito mejoraban de forma drástica. Las fuerzas alemanas en la Francia ocupada superaban con amplitud a los invasores, pero si podían ser mantenidos en el lugar equivocado en el momento adecuado, entonces la ecuación numérica parecía menos sobrecogedora. En 1944 la guerra se estaba cobrando las vidas de diez millones de personas al año. No podía haber más en juego y el margen de error no podía ser menor.