Ben Macintyre - Los hombres del SAS
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- Libro:Los hombres del SAS
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2016
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Los hombres del SAS: resumen, descripción y anotación
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BEN MACINTYRE (nacido en 1963) es un autor británico, historiador y columnista-editor en The Times, diario para el cual también ha trabajado como corresponsal en Nueva York, París y Washington. Sus columnas van desde temas de actualidad a las controversias históricas. Macintyre es autor de varios libros dedicados al período de la segunda guerra mundial y a operaciones de espionaje.
Entre sus obras «El hombre que pudo reinar: el primer americano en Afganistán», y un libro sobre el agente doble de la vida real de Alemania y Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, Eddie Chapman, titulado «El Agente Zigzag: La verdadera historia de Eddie Chapman, el espía más asombroso de la segunda guerra mundial». En 2008 Macintyre escribió un relato informativo ilustrado de Ian Fleming, creador del personaje ficticio espía James Bond, para acompañar el «For Your Eyes Only» exposición en el Museo Imperial de Guerra de Londres, que fue parte de las celebraciones del centenario de Fleming. Tres de sus libros se han realizado recientemente en documentales para la BBC: «Operación carne picada» (2010), «Double Agent: La historia de Eddie Chapman» (2011), y «Double Cross, la verdadera historia de los espías del Día D» (2012).
Eres «el mejor de los asesinos»: no empieces.
La frase es de Shakespeare, y acertada:
la guerra es el arte de destrozar cerebros, de cortar gargantas,
a menos que su causa sea santificada por derecho.
LORD BYRON, Don Juan
Título original: Rogue Heroes
Ben Macintyre, 2016
Traducción: Efrén del Valle
Editor digital: Coleccionista
ePub base r2.1
Desde los archivos secretos S.A.S. y en la pluma del aclamado historiador Ben Macintyre, la primera historia autorizada de la más famosa y misteriosa organización militar del mundo. El S.A.S. (Special Air Service) británico se creó en julio de 1941 como un cuerpo de operaciones especiales, el primero de su género. Comenzaron en el desierto del Norte de África, donde sus hombres eran lanzados en paracaídas tras las líneas enemigas para realizar operaciones de sabotaje, como volar aviones y depósitos de petróleo, y para obtener información de los enemigos capturados. Luego siguieron combatiendo en Italia, en Francia y en la Alemania nazi hasta el fin de la guerra. En sus filas había militares al estilo tradicional, pero la mayoría de sus reclutas, de todas las nacionalidades y pelajes, eran inadaptados, granujas dispuestos a jugarse heroicamente la vida, pero capaces también de acciones brutales y de cometer grandes errores. Ben Macintyre ha sido el primer investigador a quien se ha permitido consultar la documentación del cuerpo, lo que le ha permitido reconstruir las vidas y hazañas de estos héroes singulares y narrar sus acciones de guerra con toda fidelidad.
Ben Macintyre
Héroes y canallas en el Cuerpo de Operaciones Especiales británico
ePub r1.0
Coleccionista 24.04.2019
Soldado vaquero
Cinco meses antes de la Operación Squatter, un soldado alto y delgado yacía inmóvil y malhumorado en una cama de hospital de El Cairo. El 15 de junio de 1941, el oficial de veinticinco años había sido trasladado al Hospital Militar Escocés paralizado de cintura para abajo. Una carta remitida a su madre por el Ministerio de Guerra especificaba que había sufrido «una contusión en la espalda provocada por una acción enemiga».
No era estrictamente cierto. El soldado herido ni siquiera llegó a ver al oponente: no había recibido una instrucción adecuada, había saltado sin casco, la cola del avión había rasgado su paracaídas y había caído más o menos al doble de la velocidad recomendada. Tras el impacto quedó inconsciente y sufrió una grave lesión medular que lo dejó temporalmente ciego y sin sensibilidad en las piernas. Los médicos temían que no volviera a caminar jamás.
Antes del accidente, la aportación del oficial a la campaña había sido ínfima: carecía de la disciplina militar más básica, le resultaba imposible desfilar en línea recta y era tan holgazán que sus compañeros lo apodaban «Gigante Vago». Desde su llegada a Egipto con el contingente británico, se había pasado casi todo el tiempo en bares y clubes de El Cairo o apostando en el hipódromo. Las enfermeras del hospital lo conocían bien, ya que por las mañanas solía dejarse caer por allí, pálido y con resaca, pidiendo una ráfaga de la botella de oxígeno. Antes del salto en paracaídas que lo llevó al hospital era objeto de una investigación para determinar si había fingido estar enfermo y debía ser sometido a un consejo de guerra. Sus compañeros lo tenían por una persona agradable y divertida; en cambio, la mayoría de sus superiores lo consideraban grosero, incompetente y de lo más irritante. Al finalizar la instrucción recibió una valoración rotunda: «es irresponsable y mediocre».
El teniente David Stirling, de la Guardia de Escocia, no era un soldado convencional.
El escritor Evelyn Waugh, un oficial del comando, fue a visitar a Stirling tres semanas después de su ingreso en el hospital. La enfermera jefe le había informado erróneamente de que ya le habían amputado una pierna y de que con total seguridad perdería la otra. «No siento nada», dijo a su amigo. Avergonzado, como suele ocurrirles a los ingleses cuando se enfrentan a una discapacidad, Waugh se sentó al borde de la cama y concatenó una serie de conversaciones intrascendentes, evitando en todo momento el tema de la parálisis. Sin embargo, de vez en cuando miraba furtivamente al lugar donde debía estar la pierna que le quedaba a Stirling y, cuando lo hacía, este movía el dedo gordo del pie derecho haciendo un esfuerzo titánico. Finalmente, Waugh se dio cuenta de que estaba burlándose de él y golpeó a Stirling con una almohada.
—Qué cabrón, Stirling, ¿cuándo ha ocurrido?
—Minutos antes de que llegaras. Requiere esfuerzo, pero ya es algo.
Stirling estaba recuperando la movilidad. Otros habrían gritado de alegría, pero, para él, el primer signo de mejoría era una oportunidad excelente para gastar una inocentada a uno de los novelistas más importantes de Gran Bretaña.
Stirling aún tardaría otras dos semanas en poder mantenerse erguido y varias más en empezar a renquear. Pero en aquellos dos meses de inactividad forzada reflexionó mucho, algo que, pese a su fama de insensato, se le daba bastante bien.
Los comandos debían convertirse en las tropas de asalto británicas, voluntarios elegidos y entrenados para organizar destructivas incursiones contra objetivos del Eje. El primer ministro Winston Churchill había llegado a la conclusión de que el escenario ideal era el norte de África, donde podrían llevar a cabo ataques por mar contra bases enemigas dispersadas por toda la costa mediterránea.
Aunque nadie le había pedido su opinión, Stirling creía que el concepto no estaba funcionando. Los comandos permanecían inactivos la mayoría del tiempo, esperando una orden para la gran ofensiva que nunca llegaba; las pocas veces que entraron en acción, los resultados fueron decepcionantes. Las tropas alemanas e italianas contaban con que se producirían ataques por mar y estaban preparadas. Los comandos eran demasiado numerosos e inmanejables como para lanzar una ofensiva sin ser vistos; el elemento sorpresa se esfumaba de inmediato.
Pero ¿y si atacaban desde el otro lado?, se preguntaba Stirling. Al sur, entre Egipto y Libia, se encontraba el Gran Mar de Arena, una vasta extensión de dunas con un área de 116 500 kilómetros cuadrados. Según los alemanes, el desierto, una de las zonas más inhóspitas de la Tierra, era casi infranqueable, una barrera natural. Por tanto, la protección y la vigilancia eran prácticamente inexistentes. «Los cabezas cuadradas no están controlando ese mar», pensó Stirling. Si, al abrigo de la oscuridad, varios equipos integrados por hombres bien preparados lograban infiltrarse en el flanco enemigo que bordeaba el desierto, tal vez podrían sabotear aeródromos, almacenes de suministros, líneas de comunicación, vías ferroviarias y carreteras y luego volver al acogedor vacío del mar de arena. Un comando compuesto por varios centenares de hombres solo podía atacar un objetivo en cada operación; pero varias unidades más pequeñas que avanzaran, atacaran y se retiraran con rapidez podían destruir varios objetivos simultáneamente. La oportunidad de hostigar al enemigo por la retaguardia y cuando menos se lo espera es el sueño dorado de todo general. La peculiar orografía del norte de África brindaba esa posibilidad, pensó Stirling mientras yacía medio paralizado en su cama de hospital intentando mover los dedos del pie.
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