Para Elizabeth, mi esposa, mejor amiga y compañera durante cincuenta y ocho años, y espero que por muchos más.
«Soy un hombre desilusionado y exhausto.
He perdido la fe, he perdido la esperanza.
(…) Es imposible vivir una vida sin sentido.»
CAMUS
Hace ya 50 años, en París, el existencialista Albert Camus entabló amistad con el reverendo Howard Mumma: el nobel francés añoraba una trascendencia que alejase al mundo del sinsentido, y en su búsqueda puso en juego toda la racionalidad que desplegó en sus obras.
Editado por primera vez en castellano, el extraordinario testimonio de Mumma recoge extensos y profundos diálogos con Camus y Sartre, y muestra hasta qué punto un existencialista hastiado luchó por alcanzar una fe que le diese aquello que el mundo no le daba.
Howard Mumma
El existencialista hastiado
Conversaciones con Albert Camus
ePub r1.0
neo13 05.07.14
Título original: Albert Camus and the Minister
Howard Mumma, 2000
Traducción: Julio I. Hermoso
Retoque de cubierta: neo13
Editor digital: neo13
ePub base r1.1
Notas
[1] En el original, el autor escribe la letra «i» en mayúsculas («I») dado que el sentido de la anécdota relatada por Camus se refiere al significado de dicha letra en inglés: «Yo». (N. del T.).
[2] En el original, el autor se refiere al vocablo inglés sin, cuyo significado en castellano es «pecado». Al deletrear —S I N— es obvio que la letra que ocupa el lugar central es la «i» («I», «Yo»), (N. del T.).
[3] El autor se refiere a un juego de palabras basado en la ortografía de la frase utilizada en el original —en inglés— «Hombres intentando ser dioses» (Men trying to be gods), que, al añadir un apóstrofe en la palabra gods —«dioses»— se transforma en God’s —«de Dios»—.(N. del T.)
CAMUS, UN ANSIA INAGOTABLE DE JUSTICIA
¿Cómo habría plasmado Camus el itinerario de su acercamiento a Dios en un relato? ¿Tendríamos unas Confesiones, a lo Agustín, del siglo XX? ¿O quizá unos Pensamientos a lo Pascal? ¡Quién sabe, a lo mejor habría optado por plasmar en El primer hombre todo su recorrido espiritual! En las notas sueltas que componen el borrador de esa obra póstuma encontramos esta confesión:
De joven, yo pedía a las personas más de lo que podían dar: una amistad continua, una emoción permanente. Hoy sé pedirles menos de lo que pueden dar: una compañía sin frases. Y sus emociones, su amistad, sus gestos nobles conservan para mí su valor cabal de milagro: un efecto cabal de la Gracia. (Camus 1996 e: 661).
Camus buscaba en la cordialidad y sinceridad de las relaciones personales esa señal de un más allá siempre anhelado.
Seguro conocedor de Agustín, admirador confeso de Pascal, Camus fue también un corazón inquieto. En sus Cuadernos se encuentran pequeñas anotaciones de esa inquietud interior de la que el libro que presentamos es, hoy por hoy, el testimonio más acabado y fidedigno. «En el Antiguo Testamento, Dios no dice nada, son los vivos los que le sirven de vocablo. Y es por eso por lo que no he cesado de amar lo que de sagrado había en este mundo». (Camus 1996 e: 363). Y en las últimas páginas —que coinciden en fechas con el último encuentro narrado por Howard Mumma en este libro— llenas de notas sobre la muerte, el Don Juan, la lucha espiritual entre el bien y el mal, encontramos: «En Cristo acaba la muerte que empezó con Adán». (Camus 1996 e: 425).
No tenemos ninguna duda de que habría sido apasionante leer en palabras del propio Camus la aventura de la Gracia en su vida. «A menudo leo que soy ateo, oigo hablar de mi ateísmo. Ahora bien, esas palabras no me dicen nada, no tienen sentido para mí. Yo no creo en Dios y no soy ateo». (Camus 1996 e: 297), escribía en 1954. Esclarecedoras palabras para todos, y que, en especial, deberían leer atentamente los apologistas del ateísmo que hacen de Camus uno de sus abanderados.
El mes de enero de 1960 murió de manera trágica. No podemos saber qué habría escrito o cómo habría encauzado su vida a partir de entonces. Pero sí nos es lícito leer su obra y comprobar sus inquietudes espirituales durante esos últimos años. Haremos nosotros el relato de esa década. No tenemos sus palabras, pero sí será su vida la que veremos y analizaremos, en un breve estudio primero sobre los temas que vertebran la obra e inquietud literaria de Camus, y después, en el relato de las conversaciones entre Camus y un ministro del culto de la Iglesia Americana en París, el reverendo Howard Mumma.
El propio autor nos explica las razones que le han llevado a hacer públicos ahora estos diálogos, tras cuarenta años de respetuoso silencio. Albert Camus murió a inicios de 1960, y si el autor hubiera buscado protagonismo o publicidad, habría sido el momento de dar a conocer unas conversaciones que habrían levantado polémica: poco antes de morir, el nobel de Literatura ateo Camus había pedido el bautismo. Pero no fue así. Respetando la confidencialidad de las entrevistas, como el propio Camus le había pedido, Mumma guardó celosamente aquellas notas y sus recuerdos. Hasta que cumplidos ya los noventa años, ha creído oportuno legarnos la memoria de aquellos encuentros.
Como podrá comprobar el lector, Mumma se limita a lo más esencial, sin duda. Se ve claramente la gradación de la confianza entre ambos, así como la intensidad de los temas. También hay algunas cuestiones algo polémicas para los muy eruditos, pero que a nuestro entender, no añaden ni quitan nada al contenido esencial recogido en estas páginas.
Así, por ejemplo, el autor no incluye prácticamente ninguna referencia a fechas concretas. Habla de la década de los años cincuenta y poco más. La última entrevista se produjo en verano de 1959, meses antes de la muerte de Camus. Habla siempre de «varios años», de «diversas ocasiones», de «muchas veces». Va a lo fundamental de las conversaciones, que es lo más importante y lo que de verdad aporta este documento, inédito hasta hoy en español. No hay referencia alguna a las luchas políticas del escritor durante la independencia de Argelia, ni a la concesión del premio Nobel, ni a la ruptura de la amistad con Sartre, pese a que Mumma tiene también un encuentro en casa del existencialista francés del que habla a Camus, que por el relato deducimos que se produjo después de la polémica entre los dos escritores.
Sobre el trasfondo de esta polémica articularemos este estudio introductorio. Porque como el propio Howard Mumma recoge, hay una diferencia esencial que separa a ambos escritores, a quienes siempre se estudia y considera unidos en apariencia por un mismo patrón: el existencialista y ateo. Camus era un buscador, mientras que Sartre se consideraba en posesión de respuestas definitivas sobre las cuestiones fundamentales de la vida humana. Camus, desilusionado y exhausto con su obra, vivía abierto a encontrar un sentido, mientras que Sartre había decidido que carecía de sentido plantearse la cuestión del sentido de la vida.
UNA LITERATURA ATORMENTADA
Quizá hubiera sido mejor titular este apartado así: «Una literatura reflejo de una existencia atormentada». Pero también se habría prestado a no pocas confusiones. Porque Camus, es verdad, no tuvo una vida fácil, al menos hasta su primera juventud, pero su literatura no es sólo autobiográfica, sino que representa muchas veces el tormento de sus contemporáneos que él hace suyo para intentar superarlo. Veremos en este estudio de qué manera él ejerce esa solidaridad y hasta qué punto logra realmente o no dar razones para la confianza en el hombre a través de su obra. Así, tras el apunte biográfico que nos ayuda a situar su obra en el contexto del siglo XX y de su historia particular, veremos ahora sus categorías y los grandes temas de su producción literaria en orden a entender mejor cómo su itinerario artístico e intelectual hace perfectamente comprensible el itinerario vital explicado por Mumma en su obra. El plan del estudio, por tanto, partirá de la definición de las categorías propias de la obra de Camus, lo que nos ayudará a comprender la polémica con Sartre y las distancias que marcó con el existencialismo. Veremos luego las tres grandes etapas temáticas de sus obras: la Esperanza, la Libertad y la Justicia. Concluiremos con la pregunta sobre si habría sido posible una cuarta etapa, la de la Gracia.