AGRADECIMIENTOS
Al personal de Quercus: David North, Mark Smith, Patrick Carpenter y Josh Ireland, mi editor; a mis colaboradores Dan Jones, Claudia Renton, John Bew y Martyn Frampton, historiadores de gran talento; a mi agente, Georgina Capel, y a Anthony Cheetham, Slav Todorov, Richard Milbank, Mark Hawkins-Dady, Robert Hardman y Jonathan Foreman. Y sobre todo, a mis queridos hijos Lily y Sasha, y a mi esposa, Santa.
INTRODUCCIÓN
De pequeño leí un artículo breve —como los que se contienen en este libro— sobre el siniestro mundo de Yósif Stalin. Me fascinó lo suficiente para empujarme a buscar más información al respecto, y muchos años más tarde me encontré buceando en los archivos rusos a fin de documentar mi primer libro sobre el personaje. Ojalá los apuntes biográficos que se exponen a continuación alienten al lector a saber más sobre tan extraordinarios individuos: los hombres y las mujeres que crearon el mundo en que vivimos hoy.
La historia, sin embargo, no es solo el drama de los acontecimientos terribles y emocionantes de tiempos pretéritos, sino que comporta entender el ayer para comprender nuestro hoy y nuestro mañana. «Quien domine el pasado dominará el futuro —escribió George Orwell, autor de 1984—, y quien domine el presente dominará el pasado». Karl Marx, bromeando acerca de Napoleón y de su sobrino Napoleón III, señaló que «no hay hecho ni personaje de la historia que no se dé dos veces: la primera, en forma de tragedia, y la segunda, de farsa». La historia no se repite, pero contiene numerosas advertencias y lecciones, y han sido muchos los hombres y mujeres de relieve que la han estudiado con razón a fin de ayudarse de ella para gobernar el presente. Así, por ejemplo, tres de los mayores monstruos homicidas que dio el siglo XX, Hitler, Stalin y Mao —todos los cuales figuran en estas páginas—, fueron entusiastas de esta disciplina y pasaron buena parte de su malgastada juventud y los años que estuvieron en el poder leyendo acerca de sus propios héroes históricos.
Cuando Hitler mandó acometer la matanza de los judíos europeos que hemos llamado Holocausto, se sintió estimulado por las carnicerías que perpetraron los otomanos contra los armenios durante la primera guerra mundial. «¿Quién se acuerda ya de los armenios?», se preguntaba. El presente volumen habla de ellos. Cuando Stalin ordenó iniciar el Gran Terror, lo hizo con la mirada puesta en las atrocidades cometidas por su ídolo Iván el Terrible. «¿Quién se acuerda ahora de los nobles muertos por Iván el Terrible?», preguntó a sus secuaces. También el príncipe moscovita figura en este libro. Y Mao Zedong desató sobre la China un aluvión tras otro de homicidios multitudinarios inspirado por el Primer Emperador, quien también tiene su lugar en las páginas que siguen.
La presente es una colección de biografías de seres individuales que han cambiado, de un modo u otro, el curso de los acontecimientos del mundo. La nómina jamás podrá ser exhaustiva ni tampoco demasiado satisfactoria, y dado que es un servidor quien ha elegido los nombres que la integran, tampoco es objetiva. El lector echará en falta algunos nombres y hallará injustificada la inclusión de otros: es lo que tienen de divertido y de frustrante las listas. Encontrará en ella nombres muy conocidos —Elvis Presley, Jack Kennedy, Jesucristo, Bismarck o Winston Churchill, por ejemplo—, y otros que quizás ignore. El mundo en que vivimos hoy está dominado en tal grado por Oriente, que en las páginas que siguen no hallará solo a dirigentes «tradicionales» como Enrique VIII o George Washington, sino también a los creadores de las potencias en auge de nuestro tiempo: el ayatolá Jomeini, dirigente supremo del Irán islámico; Deng Xiaoping, inventor de la China moderna; el rey Ibn as-Sa‘ūd, fundador de Arabia Saudí.
Cuando comencé este proyecto, traté de dividir en buenos y malos los personajes que lo conforman; pero no tardé en concluir que se trataba de un intento vano, siendo así que en muchos de los más egregios —Napoleón, Cromwell, Gengis Kan o Pedro el Grande, por nombrar solo algunos— se combina lo heroico y lo monstruoso. El resultado final, pues, deja en manos del lector la tarea de juzgarlos. Aún podemos ir más allá: el genio político y artístico aun de los más admirables de todos ellos exige ambición, insensibilidad, egocentrismo, crueldad y hasta locura en igual medida que decoro y coraje. «Las gentes razonables —decía George Bernard Shaw— se adaptan al mundo, y las que no lo son adaptan el mundo a su persona. Por lo tanto, el cambio solo es posible gracias a gente poco razonable». La grandeza requiere valor —sobre todo— y fuerza de voluntad, carisma, inteligencia y creatividad, pero también una serie de características que asociamos con frecuencia a las personas menos admirables: propensión a asumir riesgos temerarios, determinación brutal, afán de emociones sexuales, descarado afán de protagonismo, obsesión rayana en lo patológico y algo muy cercano a la demencia. Dicho de otro modo: las cualidades necesarias para la grandeza y perversidad, para el heroísmo y la monstruosidad, para la filantropía brillante y respetable y para el homicidio brutal, opuesto de medio a medio a la utopía, no distan tanto entre sí. Los noruegos tienen una palabra para esto: stormannsgalskap, «la locura de los grandes hombres».
En ocasiones da la impresión de que, en el último medio siglo, muchos profesores de historia se han propuesto el reto de hacer de la suya la asignatura más aburrida que pueda imaginarse, y la han reducido, para ello, a la monotonía de las tasas de mortalidad, el número de toneladas de carbón consumidas por familia y demás estadísticas económicas. Sin embargo, el estudio detallado de cualquier período concreto demuestra que el carácter personal reviste una importancia decisiva en los acontecimientos, ya miremos a los autócratas del mundo antiguo, ya a los políticos democráticos de nuestro tiempo. En el siglo XXI, nadie que se acerque a la historia mundial posterior al 11 de septiembre de 2001 negará que el del presidente estadounidense George W. Bush fue determinante a la hora de configurar las relevantes decisiones que se adoptaron en aquel tiempo. Plutarco, el inventor de la historiografía biográfica, lo expresa de un modo inigualable en la introducción a sus escritos sobre Alejandro y César: «No estoy escribiendo historias, sino vidas, ni tampoco es siempre en los hechos más gloriosos donde se manifiestan la virtud o la vileza; sino que algo tan modesto como un dicho agudo o una chanza revela, a menudo, más de un carácter que las batallas en las que mueren miles de hombres».
SIMON SEBAG MONTEFIORE
SIMON SEBAG MONTEFIORE. Nacido en Londres, 27 de junio de 1965. Estudió Historia en el Gonville & Caius College de Cambridge. Durante la década de 1990 viajó por toda la antigua Unión Soviética, especialmente por el Cáucaso, Ucrania, Asia central y escribió sobre Rusia para el Sunday Times, el New York Times y el Spectator, entre otros periódicos.
Ha presentado documentales para la televisión y ha escrito dos novelas, así como algunos ensayos, entre los que destacan King’s Parade (1991) y Prince of Princes: the Life of Potemkin (2000), nominado a premios de biografía Samuel Johnson, Duff Cooper y Marsh. También ha publicado Llamadme Stalin (2007), La corte del zar rojo (2004) y Jerusalén. La biografia (2011).
RAMSÉS II EL GRANDE
(c. 1302-1213 a. C.)
Su Majestad los mató a todos; todos cayeron ante su caballo estando Su Majestad sin nadie a su lado.
Inscripción de los muros del templo de Luxor
Ramsés II fue el más magnífico de los faraones egipcios, y su largo reinado —que duró más de sesenta años— fue testigo de grandes victorias militares y de algunos de los proyectos de edificación más impresionantes del mundo antiguo. Dominó a los hititas y a los libios, y guio a Egipto a un período de clara prosperidad creativa, aunque lo más probable es que fuese también él quien representó el papel de malo de la película en el Éxodo.