A mi querida hija
Lily Bathseba
La visión de Jerusalén es la historia del mundo; es más, es la historia del cielo y de la tierra.
Benjamin Disraeli, Tancred
La ciudad fue destruida, reconstruida, destruida y vuelta a construir. Jerusalén es una vieja ninfómana que exprime hasta el agotamiento antes de desembarazarse con un gran bostezo, una viuda negra que devora a su pareja mientras está penetrando.
Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad
La tierra de Israel es el centro del mundo; Jerusalén es el centro de la tierra; el Sagrado Templo es el centro de Jerusalén; el Santo de los santos es el centro del Sagrado Templo; el Arca Sagrada es el centro del Santo de los santos; y la piedra fundacional a partir de la cual se estableció el mundo, está antes del Arca Sagrada.
Midrash Tanhuma, Kedoshim
El santuario de la tierra es Siria; el santuario de Siria es Palestina; el santuario de Palestina es Jerusalén; el santuario de Jerusalén es el Monte; el santuario del Monte es el lugar de culto; el santuario del lugar de culto es la Cúpula de la Roca.
Thaur ibn Yazid, Fadail
Jerusalén es la más ilustre de las ciudades. Y sin embargo, Jerusalén tiene algunas desventajas. Así, se informa de que «Jerusalén es un cáliz de oro lleno de escorpiones».
Muqaddasi, Descripción de Siria incluyendo Palestina
PREFACIO
La historia de Jerusalén es la historia del mundo, pero es también la crónica de una ciudad provincial situada entre las colinas de Judea y a menudo sumida en la penuria. Hubo un tiempo en el que se consideraba a Jerusalén el centro del mundo, y hoy en día esta afirmación es más cierta que nunca: la ciudad constituye el foco de la lucha entre las religiones abrahámicas, el santuario de los cada vez más difundidos fundamentalismos cristiano, judío y musulmán, el campo de batalla estratégico de civilizaciones en conflicto, la primera línea entre el ateísmo y la fe, el centro de atención de una fascinación secular, el objeto de disparatadas teorías de la conspiración y de mitos creados por Internet, y el escenario iluminado para las cámaras del mundo en la era de los canales de veinticuatro horas de noticias. Los intereses religiosos, políticos y mediáticos se alimentan los unos a los otros para hacer de Jerusalén la ciudad más intensamente observada en la actualidad, más que nunca antes.
Jerusalén es la Ciudad Santa, y sin embargo, siempre ha sido un nido de supersticiones e intolerancia; el objeto de deseo y el trofeo de imperios, pese a carecer de valor estratégico; el hogar cosmopolita de muchas sectas, cada una de las cuales cree que la ciudad le pertenece sólo a ella; ciudad de muchos nombres y tradiciones, aunque cada tradición es tan sectaria que excluye a cualquier otra. Es éste un lugar de tanta delicadeza que la literatura sagrada judía lo describe siempre en femenino, siempre una mujer viva y sensual, siempre una belleza, aunque en ocasiones también una desvergonzada ramera, a veces una princesa herida abandonada por sus amantes. Jerusalén es la morada de un Dios, la capital de dos pueblos, el templo de tres religiones, y es la única ciudad que existe dos veces, en el cielo y en la tierra: la incomparable gracia de la ciudad terrenal no es nada comparada con las glorias de la ciudad celestial. El mismo hecho de que Jerusalén sea tanto terrestre como celestial significa que la ciudad puede existir en cualquier lugar: se han fundado nuevas Jerusalenes a lo largo y ancho del mundo y todas las personas tienen su propia visión de Jerusalén. Se dice que profetas y patriarcas, Abraham, David, Jesús y Mahoma, han hollado estas piedras. Las religiones abrahámicas nacieron allí, y también allí acabará el mundo el día del Juicio Final. Jerusalén, sagrada para los Pueblos del Libro, es indudablemente la ciudad del Libro: la Biblia es, en muchos aspectos, la propia crónica de Jerusalén, y sus lectores, desde los judíos y los primeros cristianos, pasando por los conquistadores musulmanes hasta los cruzados y los actuales evangelistas estadounidenses, han alterado reiteradamente la historia de la ciudad a fin de ver cumplidas las profecías bíblicas.
Cuando la Biblia se tradujo al griego, después al latín y más tarde al inglés y otros idiomas, se convirtió en el libro universal e hizo de Jerusalén la ciudad universal. Todos los grandes reyes se convirtieron en un David, todos los pueblos especiales fueron los nuevos israelitas y toda noble civilización, una nueva Jerusalén, la ciudad que no pertenece a nadie y que existe para todos y en la imaginación de todos. Y ésta es la tragedia de la ciudad, y también su magia: todos los que soñaron con Jerusalén, todos los que, en cualquier época, visitaron la ciudad, desde los apóstoles de Jesús hasta los soldados de Saladino, desde los peregrinos victorianos hasta los turistas y periodistas de hoy en día, todos ellos llegan con una visión de la auténtica Jerusalén, y quedan después profundamente decepcionados por lo que encuentran, una ciudad en cambio constante que ha prosperado y que se ha contraído, que ha sido reconstruida y destruida muchas veces. Sin embargo, puesto que esto es Jerusalén, propiedad de todos, la única imagen correcta es la que traen ellos; la contaminada y sintética realidad debe cambiarse; todos tienen el derecho de imponer su «Jerusalén» sobre Jerusalén, y lo han hecho a menudo, con espadas y fuego.
Ibn Jaldún, el historiador del siglo XIV, fuente y participante al mismo tiempo de los acontecimientos relatados en este libro, observó que la historia «se busca con ansia. Los hombres de la calle aspiran a conocerla. Los reyes y dirigentes se la disputan». La afirmación es especialmente cierta en el caso de Jerusalén. Resulta imposible escribir una historia de esta ciudad sin reconocer que Jerusalén también es tema, piedra angular e incluso espina dorsal de la historia del mundo. En una época en la que el poder de la mitología de Internet significa que tanto el ratón de alta tecnología como el alfanje pueden ser armas del mismo arsenal fundamentalista, la búsqueda de los hechos históricos resulta aún más importante de lo que era para Ibn Jaldún.
Una historia de Jerusalén debe ser un estudio de la naturaleza de la santidad. La expresión «Ciudad Santa» se utiliza constantemente para describir la veneración de sus santuarios, pero lo que realmente significa es que Jerusalén se ha convertido en el lugar esencial en la tierra donde se establece la comunicación entre Dios y el hombre.
Debemos también responder a la pregunta: de todos los lugares que hay en el mundo ¿por qué Jerusalén? El lugar estaba muy alejado de las rutas comerciales de las costas mediterráneas; el agua era escasa, la tierra se cocía bajo el sol de verano y se helaba por el efecto de los vientos invernales, y las rocas erosionadas y heridas eran poco hospitalarias. Sin embargo, la elección de Jerusalén como la ciudad del Templo fue en parte decisiva y personal, en parte orgánica y evolutiva: su santidad se intensificó porque la ciudad gozaba desde hacía mucho tiempo de la condición de sagrada. La santidad exige no sólo espiritualidad y fe, sino también legitimidad y tradición. Un profeta radical presentando una nueva visión debe explicar los siglos anteriores y justificar su propia revelación en el lenguaje y la geografía aceptados de la santidad: las profecías y revelaciones anteriores y los lugares ya venerados desde hace tiempo. Nada santifica más a un lugar que la competencia de otra religión.
A muchos visitantes ateos les repele esa santidad, puesto que la ven como una superstición infecciosa en una ciudad que sufre una pandemia de intolerancia farisea. Sin embargo, ese rechazo significa negar la profunda necesidad humana de tener una religión, sin la cual es imposible comprender Jerusalén. Las religiones deben explicar los frágiles placeres y las perpetuas ansiedades que desconciertan y asustan a la humanidad: necesitamos sentir una fuerza superior a nosotros mismos. Respetamos la muerte y deseamos encontrar sentido en ella. Como punto de encuentro entre Dios y el hombre, Jerusalén es el lugar en el que estas cuestiones se resuelven en el Apocalipsis: el Final de los Días cuando estallará la guerra, se librará la batalla entre Cristo y el anti-Cristo, la Kaaba llegará a Jerusalén desde La Meca, se celebrará el Juicio Final, resucitarán los muertos, llegará el reinado del Mesías y se abrirá el Reino de los Cielos; la Nueva Jerusalén. Las tres religiones abrahámicas creen en el Apocalipsis, aunque los detalles varían según la secta y la fe, y aunque los laicistas tal vez consideren que no se trata más que de un arcaico galimatías, lo cierto es que, por el contrario, este tipo de ideas son demasiado actuales. En esta época de fundamentalismo judío, cristiano y musulmán, el Apocalipsis representa una fuerza dinámica en la febril política del mundo.