TODOS SOMOS NEOLIBERALES
Hablar de sí mismo en tercera persona o convertir el «yo» en «nosotros» son gestos esquizofrénicos disfrazados de modestia. Godínez es un joven autor que colecciona fotos de escritores, las almacena en su cámara digital y luego las sube a la red. No hay que dudarlo, lo suyo ha sido un trabajo arduo. Aunque también ha subido algunos kilos (se alimenta de los canapés que se sirven en las presentaciones de libros), lo verdaderamente importante se encuentra en el soporte: cada uno de sus libros está dedicado. El lector podrá apreciarlos en su mano izquierda, porque con la otra (nervioso y feliz) apenas toca el hombro del autor de turno, casi señalando la pieza de safari conseguida. Como joyas que la pasión entrega, el joven autor se jacta de haber leído, al menos, una página por libro. No siente ninguna duda. La felicidad lo embarga cuando en cada principio, con voz engolada, alza su voz quemadura: «Para Godínez». Entonces comprueba que su vida está marcada (o firmada), será un héroe. El idioma español lo envuelve como una serpentina. Cada mañana, frente a la pared blanca que proyecta su sombra, ensaya el discurso que dictará el día que le concedan su lugar de número en la A. C., a la que asiste casi tan puntualmente como a un grupo de autoayuda (Academia Covadonga Para la Cultura en las Tardes, A.COPA.CULTA): Agradecemos a los dueños de esta cantina, al honorable y adicto presidente del jurado y al capítulo de las letras que se sienta al lado de la ventana, por el reconocimiento que me han otorgado. Estamos muy contentos de estar aquí. Este libro lo escribimos con el afán de comprobar nuestras tesis y señalar que estamos en el camino correcto. Godínez ama las palabras y sueña con ellas. Su primera novela está casi terminada. Ha diseñado la portada, ha escrito cien veces la ficha de autor y ya sabe a quiénes recurrir para que hagan los comentarios de la solapa. Ahí se podrán leer originales elogios: «imprescindible», «obra total», «la voz más sólida de su generación». Este libro, que «será como un puñetazo en la cara», está a punto de convertir a Godínez en eso que Enrique Serna ha llamado «tesoro viviente». En el interior del objeto hay cuatrocientas páginas en blanco, ni una sola sombra.
Fernández es otro autor imprescindible. Formado en la academia, saturado por años de conocimiento, abrumado por los siglos que le preceden, no se siente capaz de afirmar nada desde el yo. La inteligencia es una vanidad peligrosa que despliega una bruma protectora. Saturado de la competencia que se vivía en el cubículo compartido con otros tres especialistas en humanismo, fascinado por YouTube, asociado con la nueva generación de insatisfechos y entripado por el pensamiento banal, Fernández decide hacer una denuncia pública. Abandona la universidad por dos meses (sólo dos meses), objeta conciencia, escribe un manifiesto, acusa a la industria editorial de favorecer a los escritores latinoamericanos. Los cimientos de la República de las Letras se resienten, lo acogen. Hoy Fernández ha logrado caminar de la clandestinidad, las revistas estudiantiles y los pasquines revolucionarios al seno del statu quo que reconoce su talento. En el interior de cada libro que ha escrito se exponen las razones que tiene para sentirse a gusto consigo mismo, incómodo consigo mismo. El mundo sólo es en la medida en que sus letras se proyecten en la caverna. Nada sucede fuera de esa pantalla que Fernández mira como una fogata. Fernández aparece 94 millones de veces en Google.
Reyes es una conductora de televisión. Durante los años que pasó en la escuela dividía su tiempo entre ir al cine compulsivamente, estudiar muchísimo y escribir poemas. Sus amigos le decían que la literatura era un oficio de tristes y pobres. Ella pensaba en alejandrinos, tenía habilidad métrica y una poderosa capacidad para mirar. Escribía muy bien. Por eso la contrataron. Primero como reportera, luego como conductora de sección, al final como titular de un programa innovador e importado del rating inglés. Reyes imitó el estilo de Adela Micha y lo mezcló con la forma en que Letizia Ortiz arqueaba la ceja derecha. Luego bajó de peso, conoció la fama. Todas las mañanas pregunta al aire: ¿Cómo estamos, país? ¿Cómo amanecimos, mundo? A veces, cuando tiene un minuto, contempla la naturaleza y se desconoce en ella. Nunca escribirá.
Banquells tenía una voz portentosa. En una reunión familiar Plácido Domingo le sugirió que estudiase ópera. Serás una Carmen sin par. Ella optó por la música pop. Luna mágica fue su éxito más recordado. Todos la cantábamos juntos, recuerda ante un público imaginario. Hoy nadie sabe de ella. Ni siquiera el personaje de Carmen que se quedó esperándola.
Robles gobernó la Ciudad de México desde la izquierda, fue perseguida, padeció y bajó del cielo pero ya no pudo resucitar de entre los muertos. Alguna vez entró en una tienda de ropa. Después de probarse varios vestidos, parada frente al espejo, dijo en tono discursivo: Este Chanel nos viene muy bien.
Vicario es una feminista de tendencia retro. Escribe artículos para diversos medios. Gana páginas destrozando el idioma, cuando sale a cenar pide tacos de cochinita o cochinito pibil para todas y todos. Corrige al mundo, un mundo de misóginos: Deberíamos contar con jueces y juezas; con policías y policíos, con poetas y poetos. Vicario se ha encargado de subrayar la diferencia cuando lo que deseaba era abolirla.
Tinajas usa el suéter muy grande. Su primer libro fue sobre el erotismo nacional. La noche de la presentación abordó a la más guapa de la fiesta y se le montó en la pierna izquierda como un perrito chihuahueño, para después ejecutar los típicos movimientos en ráfaga de un perrito chihuahueño cachondo, gesticulando como el típico perrito chihuahueño en éxtasis. Tinajas no es su causa, ni tampoco su literatura.
Rafael es un crítico que ha provocado mucho ácido en el estómago de los escritores emergentes. Francotirador, ojete, resentido, esquirol: lo han tachado de tantas cosas y él sólo quería escribir. Construyó un ustedes que se le ha volteado y un nosotros muy singular, tan singular como quien dice: yo-somos. Ahora se está pensando si la estrategia para llamar la atención le ha funcionado. Lo sabrá cuando tenga cincuenta años. Por lo pronto podría dedicarse a elaborar teoría literaria y hacerle un gran favor a la crítica.
Muñoz Camacho es un experto en la transición. Ha militado en al menos cinco partidos políticos, es autor de un libro que defiende al liberalismo y otro que esgrime su pasión por la izquierda. En una de sus últimas renuncias dijo: Muñoz Camacho se va del partido porque entre buscar la presidencia del país a cualquier costo y la contribución a la paz, él escoge la paz. Muñoz Camacho se va y nadie de su equipo buscará candidaturas a sus espaldas. Muñoz Camacho actúa en grupo. Muñoz Camacho (dice esto elevando la voz) no es un hombre ambicioso, prefiere al pueblo de cara a los intereses personales y al grupo por encima del individuo. Muñoz Camacho cree en el otro porque es el otro. Y así ha hablado. Gracias.
Juárez Z. es un escritor consagrado que padece el síndrome de Sabina. En cualquiera de sus libros podremos leer cosas como: Ha sido vendedor de alcohol en Chicago, legionario en Melilla, costalero en Damasco, trompetista en Nueva Orleans, empacador en Tijuana, tahúr en Montecarlo, almacenista en Estambul, mejor tiempo en Lemans, además de mensajero, negro literario, agente aduanal y bar tender en un buque trasatlántico. Juárez Z. es muy distinto a Z. Juárez, quien en su ficha biográfica hace una lista de las universidades por donde ha pasado, los premios que ha tenido y las becas a las que se ha hecho acreedor. Ni Juárez Z. ni Z. Juárez usan su verdadero nombre.
J. S. estaba destinado a convertirse en el pensador de su generación. Durante los años que estudió en París y en Londres escribió un ensayo titulado