Annotation
La herencia de Janis Joplin permanece viva, conmoviendo aún a nuevas generaciones que, más allá del grito, identifican a la cantantte sureña con la fuerza y la independencia femeninas Pero aunque Janis Joplin consiguiera tocar el cielo de la fama con las manos, pocos años más tarde hallaría un final trágico y prematuro, en triste coherencia con su época.
ALICE ECHOLS
Janis Joplin
Traducción de Beatriz López-Buisán
Circe Ediciones, S.A.,
Sinopsis
La herencia de Janis Joplin permanece viva, conmoviendo aún a nuevas generaciones que, más allá del grito, identifican a la cantantte sureña con la fuerza y la independencia femeninas Pero aunque Janis Joplin consiguiera tocar el cielo de la fama con las manos, pocos años más tarde hallaría un final trágico y prematuro, en triste coherencia con su época.
Título Original: Sears of sweet paradise: the life and times of Janis Joplin
Traductor: López-Buisán, Beatriz
©1999, Echols, Alice
©2001, Circe Ediciones, S.A.,
ISBN: 9788477651970
Generado con: QualityEbook v0.72
Alice Echols
Janis Joplin
Las cicatrices del dulce paraíso
T RADUCCIÓN de Beatriz López-Buisán
CIRCE
Primera edición: Diciembre, 2001 Título original: «Sears of sweet paradise: the life and times of Janis Joplin»
© 1999 by Alice Echols All rights reserved
Where Are You Tonight? by Bob Dylan Copyright © 1978 by Special Rider Music.
All rights reserved. International copyright secured. Reprinted by permission.
© de la traducción: Beatriz López-Buisán, 2001
© de la presente edición: CIRCE Ediciones, S.A.
Sociedad Unipersonal Milanesat, 25 − 27 08017 Barcelona
ISBN: 84 − 7765 − 197 − 3
Depósito legal: B. 41.301-XLIV Fotocomposición gama, s.l.
Arístides Maillol, 3, 1. ° 1.a 08028 Barcelona
Impreso en España
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Cubierta: Foto de la colección de Richard J. Hundgen
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Dedicatoria
A mi madre, a la memoria de mi padre
Epígrafe
S I crees que hay que pagar un precio
por este dulce paraíso
recuérdame que te muestre las cicatrices
Bob Dylan
Where are you Tonight?
INTRODUCCIÓN
C UANDO JANIS Joplin era pequeñita, una noche su madre la vio alejarse dormida de la casa por la acera, presa de sonambulismo, y corriendo tras ella, le gritó: «Janis, ¿qué haces? ¿Adónde vas?» En el futuro, a los Joplin le habría gustado repetir muchas veces esa pregunta a su díscola hija, pero en aquella ocasión la sencilla respuesta de Janis fue: «Voy a casa. Voy a casa.» Janis parecía saber, incluso en su infancia, que no pertenecía a ese lugar, que su hogar no podía ser Port Arthur, Texas, el pueblo adyacente a la refinería de petróleo.
Janis dejó de andar dormida, pero nunca dejó de andar. La idea de la pequeñuela dirigiéndose a su casa sola, en medio de la noche, nos da la imagen más conmovedora y fehaciente de la cantante cuya vida y música estuvieron marcadas por la constante inquietud, una inquietud que puede oírse en la increíble sonoridad de su voz. Janis no se conformaba con dar una nota redonda, sino que modulaba la voz de modo que pareciera que cantaba dos notas a la vez. Así como la mayoría de los músicos de raza blanca ofrecían versiones clásicas, respetuosas y fieles de los blues, Janis los interpretaba a fuerza de abrasantes quejidos, de chillidos y gritos de desconcierto y desesperación frente a las muchas injusticias de la vida, entre las que se contaba su terrible sensación de soledad. De hecho, lo que Janis llamó «casa» fue un lugar del que tuvo un atisbo, pero al que nunca llegó, puesto que, curiosamente, se mantuvo a la deriva toda su vida. Su soledad era tan palpable que una de sus amistades íntimas la describió como «la persona sin hogar más obvia y famosa de los años sesenta».
Pero la alienación de Janis era algo más que una experiencia personal, era la experiencia de toda una generación. «Sufrió todos los cambios que sufrimos los demás —dijo Jerry García cuando Janis murió—. Hizo los mismos viajes, y se sintió como el resto de nosotros: perdida, tensa, en lugares extraños.» al decir de Tom Wolfe. Y Cuando anclaban durante un tiempo, lo hacían en los barrios decadentes de los centros urbanos, como por ejemplo el Haight-Ashbury de San Francisco, adonde Janis llegó a mediados de los sesenta.
Así como sus padres habían participado en el movimiento migratorio más grande de la historia de los Estados Unidos —el éxodo posterior a la Segunda Guerra Mundial—, Janis y sus amigos hicieron el camino inverso, y regresaron a las ciudades que sus padres habían abandonado. Al contrario de la generación de inmigrantes, que en busca del sueño americano se vio obligada a vivir en guetos, los hippies «llegaron al gueto huyendo de América». ironizaba Bob Dylan.
Sin raíces, sin vínculos y desafiante, Janis era la quintaesencia de «la chica de nadie», una postura liberadora al tiempo que dolorosa. Anhelaba el movimiento, porque le brindaba una estimulante distracción, una posibilidad de no pensar en sí misma ni en las cosas que la afectaban, en la agonía de criarse en Port Arthur. El estrellato le aportó toda clase de movimiento, pero también agudizó su soledad, ya que su vida se convirtió en una borrosa sucesión de habitaciones de hotel, camerinos, aeropuertos y bares. Distinguida por su forma desenfadada de vestir y los múltiples y sonoros brazaletes que cubrían sus brazos, a menudo era objeto de admiración, pero también del ridículo y del desprecio. Aunque desdeñaba a la sociedad conformista, Janis tenía la imperiosa necesidad de caer bien, incluso a aquellos a quienes despreciaba; así como se erizaba ante la idea de comprometer su independencia con una relación íntima, se desesperaba frente a la de no pertenecer a nadie. Al igual que otros rebeldes de su época, Janis rechazaba las rígidas categorías de identidad; en su mundo se desdeñaban las categorías raciales y, a veces, incluso las sexuales, por considerarlas camisas de fuerza. Pero Janis llevó sus experiencias más allá de lo corriente, manteniendo relaciones sexuales tanto con hombres como con mujeres, proclamándose la «primera persona blanco-negra», bebiendo y corriéndose juergas como cualquier chico. La libertad le producía un placer salvaje, pero también le pasaba factura. Janis intentó protegerse del abuso que siguió a su rebeldía proyectando una imagen de joven dura y cojonuda, pero los desdenes y los insultos le hicieron mella.
Buena parte del dolor de Janis provenía de su deseo de ser alguien en una época en que se suponía que las chicas debían conformarse con encontrar al «señor Apropiado» y, aunque es cierto que también ella quería encontrarlo, deseaba asimismo algo más. En más de una ocasión reconoció que «ningún hombre me ha hecho sentir tan bien como una audiencia», pero el camino que eligió era desconocido, y lo recorrió con inseguridad. Si bien Janis fue una rebelde (la primera chica de la Universidad de Texas que no llevó sostenes, o eso dice la leyenda), nunca pudo desprenderse del todo de las costumbres de los años cincuenta; de hecho, casi nadie escapó indemne de los años cincuenta, ni siquiera los más rebeldes. Lo que da un toque de particular notoriedad a la rebelión de Janis es que fue un hecho avanzado para la época, ya que su rechazo a ser una chica obediente se produjo mucho antes de que lo legitimara el movimiento feminista moderno. En 1967, cuando el nombre de Janis aparecía en las primeras planas, no se habían formado aún los primeros grupos de liberación femenina, y la carrera y la familia todavía aparecían como términos irreconciliables para las mujeres, y en cuanto a las relaciones entre hombres y mujeres, ni siquiera la contracultura podía considerarse «contra». La lucha de Janis habría sido dura aunque se hubiera limitado a tratar de ser una cantante popular de éxito, pero lo fue más porque también intentó hacerse un lugar propio en una cultura en la que el único papel femenino que contaba con la bendición de todos era el de la «buena mujercita» de un marido.