«Amar a otra persona es ver el rostro de Dios».
INTRODUCCIÓN
«Es mucho más fácil reconocer el error que hallar la verdad; porque el error yace en la superficie y puede superarse; pero la verdad se encuentra en las profundidades, y su búsqueda no se asigna a cualquier persona.»
J OHANN W OLFGANG VON G OETHE, 1749-1832
Esta es la historia de un viaje personal fuera de lo común. No es lo que cabría esperar de alguien con mi formación tradicional y experiencia en el competitivo mundo de la prensa escrita. Empieza con la muerte inesperada de mi amado esposo, Max Besler, en 2004 y continúa con una serie de sucesos extraordinarios que al principio me sorprendieron y luego me llamaron la atención. Esta historia se desarrolló a lo largo de ocho años y narra mi crecimiento espiritual, así como el modo en que mi mente se abrió poco a poco a realidades que antes habría considerado inimaginables. Es una historia sobre el amor y sobre cómo este nos une en un universo mucho más fascinante de lo que creía. Al final, espero que mi historia sea una fuente de fuerza para quienes se ven afectados por la muerte; algo que, inevitablemente, nos sucede a todos.
Lo que ocurre después de morir nos plantea un desafío. Es un tema que nos incomoda. Estamos aquí, llevamos vidas activas y plenas. ¿Por qué tendríamos que pensar en la muerte? Pero un día nos toca a nosotros. Perdemos a un ser querido y nos enfrentamos a la posibilidad de la muerte y de la vida después de la misma. Los científicos, teólogos, escritores, músicos, poetas y artistas han abordado la pregunta directa o indirectamente. Conforma el núcleo del sistema de creencias de la religión organizada, en la que me educaron como presbiteriana. Creemos que vamos al cielo después de morir. Pero ¿qué es exactamente el cielo?
Si supiéramos, no sólo desde la fe de nuestras religiones, sino desde nuestra ciencia moderna, que nuestra conciencia sobrevive después de la muerte, ese conocimiento afectaría profundamente el modo como nos comportamos. Podemos afirmar que la pregunta de si existe vida después de la muerte es la más importante. ¿Qué otra cosa podría serlo? La mano en el espejo defiende que, después de morir, nuestra existencia continúa de otra forma. Es decir, que la vida no termina con nuestra muerte física. Espero poder abrir la mente de los lectores a esta posibilidad.
Mi mayor motivación a la hora de escribir La mano en el espejo fue alentar a la gente a que hable abiertamente sobre sus experiencias de comunicación con un ser querido después de su fallecimiento. También espero que este libro ofrezca a los lectores no solo un marco emocional, sino también un trasfondo intelectual para legitimar esas conversaciones. Este tipo de debates deberían ser abiertos y estar libres de condicionantes. Sería provechoso para la sociedad deshacerse del estigma relacionado con compartir historias personales acerca de la vida después de la muerte, incluidas las que implican elementos sobrenaturales, como es mi caso.
El miedo al ridículo me impidió escribir este libro durante muchos años. Sabía que lo que iba a revelar sería provocador y estaba obsesionada con lo que mi familia y mis amigos dirían sobre mí. Evidentemente, sabía que me querían, pero me preocupaba que eso los indujera a pensar que el profundo dolor había afectado a mi sentido común. También estaba preocupada por mi amplio círculo de amistades y colaboradores, especialmente mis compañeros de trabajo. Estaba convencida de que la extraña naturaleza de los acontecimientos que viví sería imposible de aceptar para esas personas tan acostumbradas a los datos. ¿Acaso puedo culparlas? La historia es increíble y se sale de los parámetros de lo que se considera normal. Aunque existen fotografías que documentan mis afirmaciones, la gente suele creer solo lo que elige creer, no lo que pueda ser increíble pero cierto.
Sé que no soy la única que tiene miedo a ser juzgada. Como parte de mi investigación, compartí mi historia y sus correspondientes fotografías con una serie de personas, y muchas de ellas me contaron sus experiencias con sucesos sobrenaturales. De hecho, estaban ansiosas por contarme sus relatos y a veces me decían que nunca se los habían confiado a nadie —en algunos casos, ni siquiera a sus cónyuges— por miedo a que los miraran mal. Conocer sus reticencias alentó mi determinación para seguir adelante.
La mayoría de esas historias tienen personajes, y la mía no es una excepción a la norma. Conoceréis a mi familia, a mis amigos, a profesores, a investigadores, a psicólogos, a médicos, a expertos en terapias espirituales y a médiums, así como a otras personas que formaron parte de este viaje y fueron fundamentales para mi investigación. La similitud en sus pensamientos resulta asombrosa, aunque no siempre se expresen con el mismo lenguaje. Conoceréis a una serie de destacados líderes científicos en este campo y escucharéis sus frustraciones a la hora de dar continuidad a su exploración. Espero que lleguéis a verlos igual que yo: como personas fascinantes.
Algunas consideraciones técnicas superan con creces mi ámbito de conocimiento, pero he intentado describir los principios y los avances científicos de manera asequible para el lector. Mi propósito es ayudar a que los científicos obtengan la atención que merecen.
El cambio duradero no viene dado desde arriba para que se filtre hacia abajo, sino que requiere un enfoque ascendente desde una base. La gente defiende una idea, y pueden ocurrir cosas increíbles. Abraham Lincoln lo expresó de manera elocuente: «Con el apoyo de la opinión pública nada puede fallar. Sin él, nada puede triunfar». Si los lectores se sienten seguros a la hora de contar sus relatos sobre la supervivencia de la conciencia después de la muerte, se va creando una expectativa. Eso ayuda a que el tema entre a formar parte de una corriente informativa dominante, que tal vez conduzca a una cobertura más amplia, precisa y seria por parte de los medios de comunicación. Con ese impulso, los científicos pueden explorar ese campo en un entorno más abierto y con buenos cimientos. Cualquier contribución que este libro realice a dicho impulso será muy gratificante para mí.
Una mayor aceptación del hecho de la supervivencia de la conciencia y, por tanto, de la vida después de la muerte tiene el potencial de provocar un cambio en todos nosotros. Viviremos haciendo hincapié en el amor y prestando menos atención a la pérdida o al miedo a la misma. Y tal vez, solo tal vez, empezaremos a comprender nuestro propósito.
J ANIS H EAPHY D URHAM
1
LA MANO EN EL ESPEJO
El domingo 8 de mayo de 2005, mi realidad cambió. Fue el día en que descubrí una enorme huella en el espejo del cuarto de baño en mi casa de Sacramento, California. No era una huella normal y corriente. Parecía estar hecha de una sustancia suave, blanca y polvorienta. Mostraba todas las facetas de la estructura ósea, como si se tratara de una radiografía. Al mirarla de cerca, pude darme cuenta de que era la mano de un hombre por la forma de los dedos y la base amplia de la palma. La huella estaba sola, era una imagen impresa en el espejo y perfectamente formada. Apareció de la nada. Literalmente de la nada.
La mano apareció en el primer aniversario de la muerte de mi esposo, Max Besler. Max había muerto en la sala de estar de nuestra casa rodeado de familiares y amigos. Después de cuatro años de matrimonio, le diagnosticaron un cáncer de esófago a la edad de cincuenta y seis años. Al cabo de seis meses, falleció, dejándonos a mí y a mi hijo de catorce años, Tanner, totalmente desolados. Ambos queríamos mucho a Max, y los tres habíamos llegado a ser una familia. En ese Día de la Madre un año después del fallecimiento de Max, yo seguía con mi duelo y me preocupaba el modo en que Tanner hacía frente a su tristeza. Era muy joven e impresionable y, al igual que la mayoría de los chicos de su edad, no era muy hablador. Yo estaba pensativa y alerta en ese primer aniversario y mantenía una actitud vigilante en mi papel de madre y protectora.