Travesia - Lección 33 - Todo está cumplido
Por Marcel Gervais, arzobispo emérito de la diócesis de Ottawa, Canadá
Nihil Obstat: Michael T. Ryan, B.A., M.A., Ph.D.
Imprimatur: + John M. Sherlock, Obispo de Londres
Londres, 31 de marzo de 1980
Este contenido de este libro fue publicado por primera vez en 1977 como parte de la serie JOURNEY por Programas de Estudio Guiado en la Fe Católica y ahora está siendo republicado en Smashwords por Emaus Publications, 99 Fifth Avenue, Suite 103, Ottawa, ON, K1S 5P5, Canada. En Smashwords
Cubierta: "Jesús se levantó de la mesa y se quitó la túnica ... y comenzó a lavar los pies de los discípulos". Juan 13: 4-5
COPYRIGHT © Programas de Estudio Guiado en la Fe Católica, una división del Centro Internacional de Educación Religiosa de la Palabra Divina 1977. La reproducción total o parcial está Prohibida.Lección 26
Traducción hecha por Frank A. Hegel, sfm y Julia Duarte Tapia
Contenido
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Salmo 122
Un peregrino, de pie frente a las puertas de Jerusalén, recuerda la alegría que experimentó cuando partió para la Ciudad Santa por primera vez. Alaba a la ciudad, porque ella atrae a todas las Tribus y las une en una acción de gracias al Señor. Jerusalén es tanto el lugar de la morada de Dios (Sal 122, 9) como el centro de todas las cortes de justicia en la tierra (Sal 122, 5). El salmista acepta a todos los miembros del Pueblo de Dios como sus hermanos y hermanas, amigos y amigas. Ora para que la paz y bienestar marquen la comunidad en que el Señor vive (Sal 122,9).
La oración del salmista es semejante a la oración de Jesús cuando pasa sus últimas horas con sus discípulos (Jn 13 -17). Ellos son sus amigos, sus queridos, los primeros miembros de su Pueblo, la nueva Jerusalén. Jesús ora para que haya unidad entre ellos y todos los miembros futuros de su iglesia. Por su parte, promete permanecer unido para siempre a ellos. Ordena a su iglesia que no viva únicamente para la justicia estricta sino también para el amor y perdón que él trajo. Da su paz sobre ella y ora para que ella pueda entrar en la plenitud de su propia alegría.
Objetivo de esta lección :
Describir la Iglesia fundada por la muerte y resurrección de Jesús (Juan 13,1 al 21,25)
En el Libro de Gloria (Jn 13-20), Juan comparte con nosotros sus visiones más sublimes. El "águila" vuela a las grandes alturas y usa el mejor de sus poderes literarios para compartir con nosotros la magnificencia de lo que ve. Y así debe ser, porque está describiendo la "hora" de la "gloria" del Señor. Para nuestra sorpresa la visión que imparte es no sólo de la muerte y resurrección del Hijo del Hombre, sino también de aquello por lo que murió y resucitó, es decir, la Iglesia. Y lo que describe no es la gloria de la Iglesia en el cielo, sino el esplendor de la Iglesia en la tierra. El nuevo Pueblo de Dios está en la mente del evangelista a lo largo de estos capítulos. Incluso su descripción de la muerte de Jesús se rodea con los símbolos ricos del Espíritu que da la vida divina a través de los dos más grandes sacramentos de la iglesia, el Bautismo y la Eucaristía. Así también, cuando Juan escribe sobre la resurrección, nos muestra al Señor resucitado trasmitiendo su propio espíritu sobre su Iglesia. Con el Espíritu de amor que le imparte, le da también, a ella, el poder para perdonar los pecados. El Espíritu de verdad es el que le permite que profese su fe en Jesús como su Señor y su Dios.
Si es la Iglesia que él tiene en cuenta cuando describe la "hora" de Jesús (Jn 18-20), es aún más claro que tiene a la Iglesia en la mente, en sus discursos de despedida (Jn 13-17). En estos capítulos Juan nos trae al círculo de sus "amigos", el círculo de Jesús y su "querido." Exclusivamente con aquéllos que son el regalo de su Padre a él, Jesús les asegura calladamente de la grandeza, la dignidad que es suya como su Pueblo. Cuando reflexionamos sobre sus palabras calurosas y mansas nos damos cuenta de la confianza asombrosa que Jesús pone en su Iglesia, y cuando llegamos a comprender esto, nos agobiamos por la inmensidad de su amor hacia ella. Parece extravagante de verdad. Su afecto y su confianza parecen excesivas: mientras sabemos que todos los discípulos, excepto Judas, demostrarán fidelidad hasta el fin, también sabemos que uno lo negará, y todos, menos uno, lo abandonarán a la hora de su muerte, y algunos dudarán que él haya resucitado de entre los muertos. Pero la debilidad de sus seguidores no disminuye, en forma alguna, el amor que él tiene para ellos. Al contrario, la debilidad del Pueblo le demandará convicciones cada vez mayores de que él no los abandonará, nunca "no los dejará huérfanos."
Como podemos ver, estos últimos capítulos se atan estrechamente por el tema de la Iglesia. Los cinco primeros (Jn 13-17) proporcionan un comentario sobre el resto (Jn 18-21). Aunque el último capítulo (Jn 21) probablemente es el trabajo de un discípulo de Juan (Lección 31, Página 4-5), no obstante, forma una parte íntegra del todo. Proporciona una instrucción necesaria sobre el liderazgo en la iglesia, uno que está en armonía completa con el resto del Evangelio.
Objetivo de esta sección : Describir la vida de la Iglesia y los deberes de sus miembros como Juan nos enseña en los capítulos 13 al 17 de su Evangelio.
A lo largo de estas páginas Juan describe la iglesia evocando las enseñanzas principales del Antiguo Testamento acerca del Pueblo de Dios. Cuando Dios escogió Israel como su propio Pueblo, lo salvó sacándolo fuera de Egipto mediante un hecho de su poder, lo unió a él en una Alianza, le dio sus mandatos y le prometió muchas bendiciones. De la misma manera, Jesús escoge a los miembros del Nuevo Pueblo, lo salva con su muerte y resurrección, lo une a él en la alianza eterna, le da sus mandatos, y despilfarra sus bendiciones sobre ellos. Consideraremos estas ideas ahora bajo los tres títulos de Elección, Salvación y Alianza.
Elección: Dios escogió a Israel para ser su propio Pueblo. Dios tomó la iniciativa. No fue por algún mérito de parte de ellos que Dios los "eligió" de entre todas las naciones; los escogió por amor, y el amor no puede explicarse (Dt 7,7ss). Jesús escoge a los miembros del Nuevo Pueblo (Jn 15,16) no por grandeza alguna o santidad especial que ellos posean, sino simplemente por amor.
Dios escogió a Israel para ser una nación sacerdotal, es decir, no para su propia causa, sino para servir al bienestar de todas las gentes (Ex 19, 3-8, Lección 5, pp. 3-6). Semejantemente, Jesús escoge al Nuevo Pueblo a causa del mundo entero (Jn 17,22; véase Jn 3,16).
Salvación: Dios salvó a su Pueblo de la esclavitud en Egipto y lo llevó a la libertad de una nueva vida en la Tierra Prometida. Jesús lleva al Nuevo Pueblo desde la esclavitud del pecado y la muerte a la vida eterna en Dios, mediante su muerte y resurrección. Igual como el Pueblo de la Alianza Antigua celebró su salvación de la esclavitud de Egipto en la Pascua, así Jesús logra el acto salvador final en la Pascua, y sus discípulos celebrarán su salvación en la Eucaristía, que es la Pascua cristiana.
Alianza: Con la Alianza Dios selló su opción por Israel. En el monte Sinaí Dios unió a su Pueblo consigo, mientras les aseguraba que él estaría con ellos para guiarlos y protegerlos. La unión con Dios, lograda por Jesús en la Nueva Alianza es tal que Dios no sólo es con o entre su Pueblo, sino dentro de ello; Dios, el Padre, Hijo y Espíritu santo, hace su morada en cada miembro de la Nueva Alianza (Jn 14, 17.23). La Unión con Dios empieza en la tierra y está perfeccionada en la eternidad.
La Alianza Antigua contuvo mandatos que Dios esperó que su Pueblo observara (Ex 20). Jesús también da los mandatos al Nuevo Pueblo de Dios, los cuales pueden resumirse en uno: "Que se amen unos a otros, como yo los he amado." (Jn 13,34).