Annotation
El propósito que guiaba a Bodin al escribir Los seis libros de la República era el de sentar las bases para un estudio teórico de la política, descuidada hasta entonces pese a ser la «princesa de todas las ciencias». El propio Bodin compara su empresa a la llevada a cabo, dos mil años antes, por los maestros de la Grecia clásica, si bien su referencia a las obras de Platón y Aristóteles está cargada de sentido crítico. Es preciso, en primer lugar, que la nueva teoría política se haga cargo de todas las enseñanzas suministradas por la experiencia humana acumulada durante tan prolongado período histórico. En segundo lugar, es necesario romper el velo de «tinieblas muy espesas» que ocultaban aún, en aquellos tiempos, los «misterios sagrados de la filosofía política». Sólo si se procede así será posible, por un lado, colmar las lagunas que nos legaron filósofos tan venerables y, por otro, evitar los graves errores cometidos por quienes, después, han escrito alegremente sobre los asuntos políticos y que son culpables, sobre todo, por no haber tenido «ningún conocimiento de las leyes y, ni siquiera, del Derecho público».
JEAN BODIN
Los seis libros de la República
Sinopsis
El propósito que guiaba a Bodin al escribir Los seis libros de la República era el de sentar las bases para un estudio teórico de la política, descuidada hasta entonces pese a ser la «princesa de todas las ciencias». El propio Bodin compara su empresa a la llevada a cabo, dos mil años antes, por los maestros de la Grecia clásica, si bien su referencia a las obras de Platón y Aristóteles está cargada de sentido crítico. Es preciso, en primer lugar, que la nueva teoría política se haga cargo de todas las enseñanzas suministradas por la experiencia humana acumulada durante tan prolongado período histórico. En segundo lugar, es necesario romper el velo de «tinieblas muy espesas» que ocultaban aún, en aquellos tiempos, los «misterios sagrados de la filosofía política». Sólo si se procede así será posible, por un lado, colmar las lagunas que nos legaron filósofos tan venerables y, por otro, evitar los graves errores cometidos por quienes, después, han escrito alegremente sobre los asuntos políticos y que son culpables, sobre todo, por no haber tenido «ningún conocimiento de las leyes y, ni siquiera, del Derecho público».
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A Monseñor De Faur, señor De Pibrac, Consejero del rey en su Consejo Privado
P UESTO que la conservación de los reinos e imperios y de todos sus pueblos, depende, después de Dios, de los buenos príncipes y sabios gobernantes, es justo, Monseñor, que cada uno les ayude a conservar su poder, a ejecutar sus santas leyes o a llevar sus súbditos a la obediencia, mediante máximas y escritos de los que resulte el bien común de todos en general y de cada uno en particular. Esto, que siempre ha sido estimable y digno, nos es ahora más necesario que nunca. Cuando el navío de nuestra República tenía el viento de popa, solo se pensaba en gozar de un reposo sólido y estable, sin que faltasen todas las bufonadas, farsas y mascaradas que son capaces de imaginar los hombres duchos en toda suerte de placeres.
Pero, después que la tormenta impetuosa ha castigado al navío de nuestra República con tal violencia que hasta el propio capitán y los pilotos están cansados y agotados por el continuo trabajo, se hace preciso que los pasajeros echen una mano, quien a las velas, quien a las jarcias, quien al ancla, y que quienes carezcan de fuerzas den un buen consejo o eleven sus votos y plegarias a Aquel que tiene poder para desencadenar los vientos y amainar las tempestades, ya que todos juntos corren el mismo peligro. No incluyo en el número a los enemigos que aguardan en tierra firme, complaciéndose por el naufragio de nuestra República y prestos para acudir al botín, aunque ya se enriquecieron con el incesante chorro de cosas preciosas que se ha arrojado por la borda para salvar este reino ...
He aquí la razón para que, por mi parte, no pudiendo hacer cosa mejor, emprenda esta disertación sobre la República, que desarrollo en lengua vulgar, tanto porque las fuentes de la lengua latina están casi agotadas —y se secarán completamente si la barbarie producida por las guerras civiles continúa—, como para ser mejor entendido por todos los buenos franceses, quiero decir, por aquellos que, en toda ocasión, desean y quieren ver al estado de este reino en todo su esplendor, floreciente en armas y leyes. Pero puesto que nunca ha habido, ni habrá jamás República tan excelente en belleza que no envejezca, sujeta como está al torrente fluido de la naturaleza, que arrastra todas las cosas, procuremos que el cambio sea pacífico y natural, si ello es posible, y no violento o sangriento ...
Quizá parezca, a quienes aprecian la brevedad, que yo me extiendo demasiado, pero no faltará quien piense lo contrario. En realidad, por extensa que sea la obra, siempre será demasiado pequeña para la importancia del tema, casi sin límites. Sin embargo, entre un millón de libros que se ocupan de todas las ciencias, apenas encontraremos tres o cuatro sobre la República, princesa, no obstante, de todas las ciencias. Platón y Aristóteles fueron tan expeditivos en sus disertaciones políticas que, en vez de satisfacer a sus lectores, nos dejan con el gusto en la boca. Por otra parte, la experiencia acumulada en los dos mil años transcurridos desde que ellos escribieron, nos ha hecho conocer perfectamente que la ciencia política se encontraba aún, en aquellos tiempos, oculta por tinieblas muy espesas ...
Quienes han venido después a escribir superficialmente de las materias políticas y a discurrir sobre los asuntos del mundo sin ningún conocimiento de las leyes y ni siquiera del derecho público, que queda atrás en razón al provecho que de ello se obtiene, tales autores, digo, han profanado los misterios sagrados de la filosofía política, lo que ha dado ocasión a la alteración y destrucción de hermosos Estados.
Tenemos, por ejemplo, un Maquiavelo, de moda entre los cortesanos de los tiranos, al cual Paul Jove, si bien coloca entre los hombres insignes, denomina ateo e ignaro de las bellas letras ...
Pone como fundamento doble de la República la impiedad y la injusticia y denuncia a la religión como enemiga del Estado. Por el contrario, Polibio, preceptor y lugarteniente de Escipión el Africano y estimado como el más sabio político de su tiempo, pese a ser ateo, recomienda la religión sobre todas las demás cosas, como el fundamento principal de toda República, de la ejecución de las leyes, de la obediencia de los súbditos a los magistrados, del temor a los príncipes, de su amistad recíproca y de la justicia entre todos ...
En cuanto a la justicia, si Maquiavelo hubiese echado una ojeada sobre los buenos autores, se hubiese dado cuenta de que Platón titula a sus libros sobre la República, los libros de la justicia, considerando a esta como uno de los más sólidos pilares de la República ...
Así como el gran Dios de la naturaleza, infinitamente sabio y justo, manda a los ángeles, así los ángeles mandan a los hombres, los hombres a las bestias, el alma al cuerpo, el cielo a la tierra, la razón a los apetitos, a fin de que quien esté menos dotado para el mando sea dirigido y guiado por aquel que, como recompensa a su obediencia, le puede preservar y dar seguridad. Pero cuando, por el contrario, sucede que los apetitos desobedecen a la razón, los particulares a los magistrados, los magistrados a los príncipes, los príncipes a Dios, se ve cómo Dios acude a vengar sus injurias y a ejecutar la ley eterna por Él establecida, dando los reinos e imperios a los príncipes más sabios y virtuosos o, para ser más exactos, a los menos injustos y más expertos en el manejo de los negocios y en el gobierno de los pueblos, a quienes, en ocasiones, hace ir de un extremo al otro de la tierra, ante el asombro de vencedores y vencidos.