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Amos Oz - Judas

Aquí puedes leer online Amos Oz - Judas texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: LIBRANDA OTROS, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Amos Oz Judas
  • Libro:
    Judas
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    LIBRANDA OTROS
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  • Año:
    2015
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Judas: resumen, descripción y anotación

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Judas, el regreso de Amos Oz a la novela, gГ©nero que no habГ­a frecuentado desde Una historia de amor y oscuridad, plantea una audaz y novedosa interpretaciГіn de la figura de Judas Iscariote en el contexto de una angustiosa y delicada historia de amor.В В В В В En el invierno de 1959, el mundo del joven Shmuel Ash se viene abajo: su novia lo abandona, sus padres se arruinan y Г©l se ve obligado a dejar sus estudios en la universidad. En ese momento desesperado, encuentra refugio y trabajo en una vieja casa de piedra de JerusalГ©n, donde deberГЎ hacer compaГ±Г­a y conversar con un anciano invГЎlido y sarcГЎstico. A su llegada, una atractiva mujer llamada Atalia advertirГЎ a Shmuel de que no se enamore de ella; ese ha sido el motivo de la expulsiГіn de sus predecesores. En la aparente rutina que se crea en la casa, el tГ­mido Shmuel siente una progresiva agitaciГіn causada, en parte, por el deseo y la curiosidad que Atalia le provoca. TambiГ©n retoma su investigaciГіn sobre la imagen de JesГєs para los judГ­os, y la misteriosa y maldita figura de Judas Iscariote, la supuesta encarnacióіn de la traicióіn y la mezquindad, va absorbiéndole sin remedio.

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Para escribir este libro me ha ayudado mucho el libro de Avigdor Shinan (ed.), Oto haish: Yehudim mesaprim al Yeshu [Ese hombre: judíos hablando de Jesús], colección Yahadut kan ve-achshav [Judaísmo aquí y ahora] dirigida por Yochi Brandes, Tel Aviv, Yediot HaharonotSifre Hemed, 1999.

Asimismo, me ha ayudado el libro de S. Z. Zeitlin, Yeshu hanotzri melech hayehudim [Jesús de Nazaret, rey de los judíos], Jerusalén y Tel Aviv, 1958, y el libro de M. Goldstein, Jesus in the Jewish Tradition, Nueva York, 1950.

Su buhardilla era baja y acogedora, como una especie de guarida invernal. Era un espacio alargado con el techo inclinado como la lona de una carpa. La única ventana daba a la parte delantera de la casa, al muro del jardín, a la pantalla de cipreses de detrás y al patio enlosado con baldosas de piedra a la sombra de la parra y de la vieja higuera. Un gato callejero, seguro que un macho, pasaba por allí de vez en cuando, despacio, regio, con la cola levantada, caminando de un lado a otro con pasos aterciopelados, como si sus delicadas patas no pisaran sino que, lentamente, con placer, fueran lamiendo las baldosas de piedra pulida que resplandecían y brillaban con la lluvia.

La ventana era profunda, porque las paredes de la casa eran gruesas. Shmuel arrastró su manta de invierno hasta el alféizar de la ventana y se hizo una especie de asiento donde le gustaba anidar de vez en cuando algo más de media hora y mirar el patio desierto. En un rincón del patio, desde su puesto de observación, descubrió un pozo de agua cubierto por una tapa metálica oxidada. Pozos de agua como esos fueron excavados en los patios de la vieja Jerusalén y utilizados para recoger el agua de lluvia antes de que llegasen los británicos y tendieran una red de tuberías por Jerusalén desde los estanques de Salomón y los manantiales de Rosh Haayin. Esos viejos pozos de aguas pluviales salvaron a los judíos de Jerusalén de morir de sed en el año 1948, cuando la Legión Árabe del Reino de Transjordania sitió la ciudad y explosionó todas las bombas de agua de Latrun y de Rosh Haayin para someter a sus habitantes. ¿Todavía era Shaltiel Abravanel, el padre de Atalia, uno de los dirigentes del yishuv judío en los días de la invasión de los ejércitos árabes, o ya había sido expulsado por Ben Gurión de todos sus cargos en la cúpula directiva? ¿Y por qué fue expulsado? ¿Y qué hizo después de su expulsión? ¿Y qué año, de hecho, falleció Shaltiel Abravanel?

Un día de estos, decidió Shmuel, pasaré varias horas en la Biblioteca Nacional investigando e intentando aclarar qué se esconde detrás de esta historia.

Pero ¿qué sacarás con eso? ¿Es que saber lo que ocurrió te va a acercar a Atalia? O justo lo contrario, ¿hará que se encierre aún más de lo que está en su concha de secretos?

Entre el rincón del café y el cuarto con el váter y la ducha, que estaban separados por sendas cortinas, se encontraba la cama de Shmuel. Junto a la cama, una mesa, una silla y una lámpara. A su lado había unos diez libros de alta matemática o lógica matemática en inglés. Shmuel sacó uno de su sitio, lo hojeó y no entendió ni las primeras líneas de la introducción. En otro estante, debajo de esos libros de la casa, Shmuel colocó los pocos libros que había traído con él, así como el tocadiscos y los discos. Detrás de la puerta sobresalían unas puntas metálicas en las que Shmuel colgó su ropa. Y con tiras de cinta adhesiva pegó en la pared los retratos de los héroes de la revolución cubana, los hermanos Fidel y Raúl Castro y su amigo, el médico argentino Ernesto Che Guevara, rodeados de un grupo compacto de hombres, también ellos con barbas casi tan pobladas como la del propio Shmuel, todos con uniformes descuidados; parecían un grupo de poetas visionarios vestidos con ropa de combate y pistolas al cinto. La figura desgreñada y ruda de Shmuel podría integrarse muy bien en ese grupo. Del hombro de cada uno de ellos colgaba también un fusil. Algunos de los revolucionarios llevaban el polvoriento fusil colgado al hombro con una tosca cuerda y no con una tira de cuero.

Y Shmuel también encontró en esa buhardilla, en un rincón, un carro de metal muy parecido al que había visto en la biblioteca del señor Wald, en la planta baja. Solo que aquí, en su carro, ordenados a conciencia y formando ángulos rectos, como soldados preparados para pasar revista, había bolígrafos, lapiceros, cuadernos, archivadores, carpetas vacías, un puñado de clip y un montoncito de gomas, dos borradores y también un sacapuntas brillante. ¿Es que esperaban que se sumergiera aquí en la copia de libros sagrados, como un antiguo monje en su celda? ¿O que se zambullera en las profundidades de un trabajo de investigación? ¿Sobre Jesús? ¿Sobre Judas Iscariote? ¿Sobre los dos? ¿O tal vez sobre la extraña brecha que se abrió entre Ben Gurión y Shaltiel Abravanel?

Estuvo tumbado de espaldas sobre la cama, esforzándose por aislar y combinar formas complejas en las grietas de la pintura del techo hasta que se le cerraron los ojos. Y también cuando se le cerraron, siguió viendo bajo sus párpados el techo inclinado de la buhardilla que le había sido asignada, medio celda de preso medio habitación de aislamiento de un hospital destinada a pacientes con alguna rara enfermedad infecciosa.

Un objeto más apareció ahí, un objeto para el que Shmuel Ash no encontró ninguna utilidad. Ese objeto no lo descubrió nada más entrar a vivir en la buhardilla, sino pasados cuatro o cinco días con sus noches, cuando se agachó y miró debajo de la cama persiguiendo un calcetín que había desertado y se había escondido en la oscuridad. Y resulta que, en vez del calcetín evadido, salieron de la penumbra de debajo de la cama unos colmillos afilados que brillaban en las fauces de un malvado zorro tallado en el mango de un bastón negro y muy elegante.

Cada día, Gershom Wald se acomodaba en su silla tras el escritorio o en su diván y soltaba a sus interlocutores mordaces sermones por teléfono. Aderezaba sus opiniones con versículos y citas, con pullas y agudos juegos de palabras cuyos dardos iban dirigidos tanto contra sí mismo como contra su adversario. A veces le parecía a Shmuel que el señor Wald pinchaba y hería a quien conversaba con él con una aguja muy fina, con ese tipo de ofensas con las que solo las personas letradas pueden ser heridas. Decía, por ejemplo: «Pero querido, ¿por qué tienes que profetizar? Desde el día que se destruyó el Templo, la profecía ha recaído sobre tus hombros y sobre los míos» de los que se habla en la Hagadá de Pésaj, pero a veces creo que sobre todo no nos parecemos al primer hijo». En esos momentos, el feo rostro de Gershom Wald se cubría de mordacidad y malicia, y su voz adquiría una alegre tonalidad de triunfalismo infantil. Pero sus ojos azules grisáceos bajo las espesas cejas canosas contradecían esa ironía y se cubrían de desapego y tristeza, como si no participasen en absoluto de la conversación y estuviesen fijos en algo terrible e insoportable. Shmuel no sabía nada de esos interlocutores que estaban al otro lado de la línea telefónica, excepto el hecho de que, al parecer, estaban dispuestos a soportar con paciencia los dardos de Wald y a perdonarle cosas que para Shmuel llegaban al límite de la mofa y la malicia.

Pensándolo bien, era bastante probable que esos interlocutores, a los que Wald se dirigía siempre como «querido» o «querido amigo», no fueran más que una persona, alguien no muy distinto al propio Gershom Wald, quizá también él un anciano inválido aislado en su despacho, y quizá también acompañado de un estudiante pobre que se ocupaba de él y que, exactamente igual que Shmuel, intentaba adivinar quién era el supuesto doble que estaba al otro lado de la línea telefónica.

Y a veces, el señor Wald se envolvía en silencio y tristeza, se tumbaba en el diván cubierto con la manta de cuadros escoceses, meditaba, se quedaba adormilado, se despertaba, le pedía a Shmuel que fuera tan amable de servirle un té y volvía a aislarse. Emitía una especie de sonido continuo e indeterminado, algo intermedio entre un retazo de canción y un carraspeo incontrolable.

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