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Juanma Roca - MBAs. ¿Ángeles o demonios?

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Juanma Roca MBAs. ¿Ángeles o demonios?
  • Libro:
    MBAs. ¿Ángeles o demonios?
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta Spain
  • Genre:
  • Año:
    2010
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MBAs. ¿Ángeles o demonios?: resumen, descripción y anotación

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Durante los años de esplendor afloraban las escuelas de negocios. Un MBA era el título imprescindible para lograr un ansiado puesto de dirección y los planes educativos y profesores de estas escuelas establecían cuáles eran las aptitudes, conocimientos y habilidades imprescindibles para cualquier directivo. Vistos los desmanes que se han producido en las finanzas mundiales, cabe ahora preguntarse qué culpa tienen de todo lo ocurrido. Sólo desde esa autocrítica profunda podrá empezarse a construir el futuro de las escuelas de negocios. Juanma Roca, reconocido periodista económico, nos muestra en este libro qué se esconde tras un MBA. Cómo nace, qué escuelas son mejores, qué habilidades se requiere para desenvolverse con éxito y que aptitudes fomentan en sus aulas. Se trata de un libro muy útil para aquellos que se estén planteando entrar en una escuela de negocios, pero es también un ensayo necesario, escrito con perspectiva y espíritu crítico, sobre el debate que la crisis económica y financiera ha generado.

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A Henry Mintzberg la voz que clamó en el desierto a Rakesh Khurana Nitin - photo 1

A Henry Mintzberg,

la voz que clamó en el desierto;

a Rakesh Khurana, Nitin Nohria,

Ángel Cabrera y Joel Podolny, que

han iluminado el futuro;

y a ti, alumno o futuro alumno,

para que el MBA te cambie la vida.

Prólogo

Juanma Roca tiene toda la razón cuando describe la crisis del período 2008-2009 como un punto de inflexión en la evolución de las escuelas de negocios. La historia no ha terminado todavía de escribirse, pero se vislumbran ya indicios de una transformación profunda en los valores, los contenidos y los métodos de la formación empresarial. ¡Ya iba siendo hora!

El desastre de Wall Street en 2008 y la consiguiente recesión económica mundial han generado un debate enérgico acerca de la responsabilidad que la sociedad debe exigir a las empresas y a aquellos encargados de dirigirlas, e incluso han motivado la reflexión sobre si los directivos deberían realizar una especie de «juramento hipocrático» como hacen otros profesionales. La presión sobre las empresas y los directivos es cada vez mayor, a medida que las encuestas reflejan niveles de desconfianza superiores y los medios de comunicación prestan más atención al comportamiento ético empresarial. Incluso los dirigentes políticos reunidos en la reciente reunión de los países que forman parte del G-20 en Pittsburgh no dudaron en subrayar «el comportamiento temerario y la falta de responsabilidad» de algunos directivos como una de las causas de la crisis.

Si aceptamos que la crisis refleja no solo un fallo de regulación, sino también de liderazgo, es obvio que debemos dirigir una mirada crítica a las instituciones que preparan a los directivos empresariales. En el último año muchos de mis colegas han tratado de defender que las escuelas de negocios están libres de culpa sobre lo que ha sucedido. Y es, sin embargo, esa postura inmovilista la que puede ser potencialmente más nociva para el futuro de la formación empresarial y de la empresa.

La idea de exigir a los directivos no solo una formación académica adecuada, sino también unos estándares de conducta profesional a la par con otras profesiones, es al menos tan antigua como las propias escuelas de negocios. Sin embargo, como Juanma Roca describe muy bien, tanto empresarios como académicos se han negado tozudamente a aceptar de manera explícita e inequívoca más responsabilidad que la maximización de beneficio para el accionista ni más código de conducta que el acatamiento de la ley.

En 2002, tras los escándalos de Enron y WorldCom, un grupo de jóvenes directivos convocados en Ginebra por el Foro Económico Mundial del que formaba parte propuso crear un código de conducta universal que articulase un compromiso de la dirección empresarial con el interés público. La idea resultó ser más controvertida de lo que esperábamos tanto en ambientes empresariales como académicos.

En 2005, al poco de llegar a Thunderbird, el claustro de profesores y el consejo rector aprobaron la propuesta de los estudiantes de adoptar un juramento de conducta profesional. El juramento, que incluye el compromiso de actuar con honestidad e integridad, respetar los derechos humanos, combatir la corrupción y crear valor real y sostenible, fue incorporado al proceso de admisión, el contenido de varias asignaturas y la ceremonia de graduación. La experiencia resultó ser transformadora en nuestra cultura y en los valores que transmitimos a nuestros estudiantes, lo que prueba que la llamada al cambio de Juanma Roca puede ser viable. Sin embargo, la experiencia continuó siendo poco más que una curiosidad aislada en un mundo académico más bien escéptico.

Desgraciadamente tuvo que ser un colapso financiero global y una crisis económica sin precedentes lo que hiciera resucitar las ideas de cambio. Tras la caída de Lehman Brothers, las acusaciones se comenzaron a dirigir a las escuelas de negocio por su empeño en perpetuar una visión limitada de la empresa y sus responsabilidades. Algunos líderes de opinión, como el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, y los profesores de Harvard Rakesh Khurana y Nitin Nohria, se manifestaron a favor de la creación de un código de conducta para la dirección.

En la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, en enero de 2009, un grupo de jóvenes líderes acordaron crear un código que les sirviese como guía moral en la toma de decisiones. Unos meses más tarde, un grupo de estudiantes de Harvard lanzó su propio juramento –que incluía el compromiso de servir al bien común y crear prosperidad económica, social y medioambiental en todo el mundo– y consiguieron que el 60% de sus compañeros lo asumieran el día de su graduación. Desde entonces, su iniciativa ha sido imitada por otras escuelas.

La dirección empresarial tiene que cambiar, asumir unos valores de servicio público que hasta ahora han brillado por su ausencia. Y este cambio cultural ha de ser conducido desde las escuelas de negocios, que es donde se forman los directivos y se gestan muchas de sus ideas.

Hace tiempo que varias disciplinas profesionales han adoptado códigos de conducta que definen su compromiso de servicio público y tratan de limitar el potencial daño social. La historia del último año demuestra que el cambio en la profesionalización de la gestión no solo es necesario, sino también posible. Y análisis como el que presenta esta obra resultan imprescindibles para alimentar el debate y motivar el cambio.

Como educadores, debemos hacernos por fin a la idea de que la gestión es y debe ser tratada como una profesión real; una profesión que, al igual que las tareas más honorables, existe para mejorar las vidas de nuestros congéneres a través de la aplicación creativa de conocimientos técnicos especializados a la resolución de problemas sociales complejos. Como educadores, debemos asumir la responsabilidad de desarrollar, transmitir y perpetuar no sólo el conocimiento técnico especializado, sino también los valores y las actitudes de servicio que deben subyacer en la práctica profesional.

Es hora de rechazar la falacia de que la defensa del interés público no es compatible con la generación de rentabilidades competitivas para los accionistas, así como de que las nociones de profesionalidad y responsabilidad social son inconsistentes con la innovación y la iniciativa empresarial.

Es hora de reconsiderar el papel de la empresa y de la formación de los que las dirigen. Esta obra presenta un recorrido íntimo por el mundo de las escuelas de negocios, y contribuye, con datos y perspectivas novedosas, a un debate fundamental cuya celebración no puede prolongarse por más tiempo.

Ángel Cabrera

Presidente de Thunderbird School of Global Management

Scottsdale, Arizona, noviembre de 2009

Introducción

Acaba de empezar 2010, pero en la retina aún aparece 2009, que quedará para los anales de historia como el momento en el que las escuelas de negocios abrieron los ojos de par en par, dejaron que la luz alumbrase su ceguera, y pusieron rumbo al futuro con una reflexión interna como no se recuerda. Para bien o para mal, las cuatro cifras que componen 2009 quedarán grabadas con letras de oro para la posteridad, porque ese año vio por fin el debate, la discusión y la reflexión profundos sobre las escuelas de negocios como instituciones académicas. Cinco años antes, un profesor, un maestro, una eminencia, Henry Mintzberg, había clamado en el desierto contra los desmanes de un sector que, desgraciadamente, se había emborrachado de tanta grandeza y endogamia, de tanto halago y benevolencia, de tanta magnificencia como grandiosidad.

Motores de la industrialización y del desarrollo de las multinacionales durante el último siglo, los centros de educación para ejecutivos han sido, desde 1881, año en que se fundó The Wharton School, el Olimpo y la cuna de los futuros líderes del mundo empresarial. Un aura de grandilocuencia y boato rodeó desde sus inicios a las catedrales del conocimiento empresarial, auténticas ágoras de la estrategia y el liderazgo mundiales. Tanto es así que, fruto de la creciente endogamia y autobombo de los centros, comenzó a tomar forma un aserto que decía más o menos lo siguiente: si quieres ser alguien en el mundo de los negocios, o pasas por una escuela de negocios o no tienes nada que hacer. Así de simple, así de directo, así de cruel para quien no podía acceder a esos centros de enseñanza, bien por escasez económica, bien por falta de recursos de otro tipo. Por desgracia, esas personas talentosas pero sin capacidad para entrar en un MBA, nada tenían que hacer cuando delante de ellas se sentaba otro individuo encorbatado recién salido meses antes de las aulas de la Harvard Business School. Así de simple, así de directo, así de cruel. Me pregunto qué pensaría alguien como Amancio Ortega, fundador de Inditex, ante esa escena. A lo mejor diría algo así: «Chaval, no te preocupes. Mira, vente conmigo, que acabo de comenzar a trabajar en una tienda de ropa en A Coruña. Claro, yo sólo tengo 14 años y sé mucho menos de la vida que tú, pero quizá juntos podamos hacer grandes cosas». Es posible que el candidato al MBA que, por falta de recursos, se quedó a las puertas de la escuela, incluso mirase con desdén a ese chaval: «Mira, niño, tú no sabes nada de la vida. No me marees». Pero ese chaval, entonces de 14 años, no se inmutó ante ese comentario y siguió trabajando en esa tienda de ropa. Trabajó y trabajó, y luego creó una empresa llamada Confecciones GOA, y luego otra llamada Zara. Es curioso, pero si el otro joven que se quedó en su día a las puertas de la escuela de negocios entrase hoy en una de las clases del MBA quizá se quedaría estupefacto al observar cómo los futuros MBA estudian en clase el caso Zara, sí, ese caso creado a partir de un chaval que, con 14 años, había empezado a trabajar en aquella tienda en A Coruña.

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