Annotation
«Sólo cuando se ha perdido toda curiosidad hacia el futuro se ha alcanzado la edad de escribir una autobiografía», nos dice su autor al comienzo de este libro. Una educación incompleta es el primer y único volumen de la autobiografía de Evelyn Waugh, quien moriría dos años después de publicarlo sin haber podido escribir su proyectada continuación. Waugh comienza su relato por la historia de sus antepasados, hombres y mujeres de carácter, que contribuyeron sin saberlo a su genio. Tuvo una infancia familiar convencional, «cálida, brillante y serena», aunque los años escolares que le sucedieron y que pasaría en Hampstead y Lancing, los recuerda con cierto dolor. Su vida como estudiante en Oxford, que tan bien recrearía en Retorno a Brideshead, «fue en esencia un catálogo de amistades». La evocación de aquella placentera y animada época es un sofisticado retrato de la generación de Harold Acton, Cyril Connolly y Anthony Powell; un mundo exclusivo que rememora con elegante ingenio y precisión. Una educación incompleta termina con sus experiencias como maestro en una escuela preparatoria en el Norte de Gales que le inspiraron su primera novela, Decadencia y caída.
Sinopsis
«Sólo cuando se ha perdido toda curiosidad hacia el futuro se ha alcanzado la edad de escribir una autobiografía», nos dice su autor al comienzo de este libro. Una educación incompleta es el primer y único volumen de la autobiografía de Evelyn Waugh, quien moriría dos años después de publicarlo sin haber podido escribir su proyectada continuación. Waugh comienza su relato por la historia de sus antepasados, hombres y mujeres de carácter, que contribuyeron sin saberlo a su genio. Tuvo una infancia familiar convencional, «cálida, brillante y serena», aunque los años escolares que le sucedieron y que pasaría en Hampstead y Lancing, los recuerda con cierto dolor. Su vida como estudiante en Oxford, que tan bien recrearía en Retorno a Brideshead, «fue en esencia un catálogo de amistades». La evocación de aquella placentera y animada época es un sofisticado retrato de la generación de Harold Acton, Cyril Connolly y Anthony Powell; un mundo exclusivo que rememora con elegante ingenio y precisión. Una educación incompleta termina con sus experiencias como maestro en una escuela preparatoria en el Norte de Gales que le inspiraron su primera novela, Decadencia y caída.
Título Original: A little learning: the first volume of an autobiography
Traductor: Martínez-Lage, Miguel
©1964, Waugh, Evelyn
©2007, Libros del Asteroide
Colección: Libros del Asteroide, 21
ISBN: 9788493544829
Generado con: QualityEbook v0.66
Evelyn Waugh
Una educación incompleta
Autobiografía parcial
Prólogo de Miguel Sánchez-Ostiz
Traducción y notas de Miguel Martínez-Lage
A mis nietos,
Alexander y Sophia Waugh,
Emily-Albert Fitzherbert
y Edward Justin d'Arms
Prólogo
La Arcadia de Evelyn Waugh
Evelyn Waugh comenzó a escribir Una educación incompleta en las proximidades de la sesentena, cuando ya había pasado lo que él llamó con mucha exactitud «la edad de la irritación»; esa que, siempre según sus palabras, iba de los cuarenta y cinco a los cincuenta y cinco años. Para entonces, Waugh empezaba a no ser ni la sombra de lo que había sido. Los éxitos sociales y literarios se iban alejando en el tiempo, y a Waugh el aburrimiento y la misantropía le empujaban a las últimas excentricidades, a los últimos viajes, y a la par, a tentar textos literarios con cuyos ingresos poder subvenir a su tren de vida, siempre más alto que el que en realidad podía pagar con holgura: una constante que había empezado cuarenta años atrás, en Oxford. Waugh fue un incurable manirroto, un caprichoso que regresaba de sus viajes con cargamentos dignos de una barraca de feria y que no podía prescindir de decorados a la altura de sus sueños de grandeza.
Una educación incompleta se publicó en 1964 , aunque algunos fragmentos, como ése en el que hace un afectuoso retrato de su padre, publicado en 1962 en el Sunday Telegraph, hubieran visto la luz como textos autónomos.
Es posible que Waugh hubiese pensado en continuar esta pesquisa autobiográfica y memorialística como lo habían hecho, o estaban haciendo, casi todos sus amigos y condiscípulos; pero por mucho que, en lugar de embarcarse en una farragosa explicación sobre la teoría y la práctica de la autobiografía, dijera: «Sólo cuando ha perdido ya toda curiosidad acerca del futuro, alcanza uno la edad idónea para escribir una autobiografía», la continuación se quedó en proyecto. Escribió una sola página titulada «Un poco de esperanza». Y eso que había pedido permiso a sus amigos para contar historias de las llamadas «personales».
La autobiografía no es un empeño fácil. Las sucesivas destrucciones de sus diarios dan cuenta de ello. Es común acometer con entusiasmo la empresa y a medida que los pasajes se hacen escabrosos más por la fuerza de lo vivido que por la de su propia expresión, y pueden ser o resultar dañinos, y la propia imagen quedar dañada, se recurre a los alcorces, a las elusiones, a las cosas vistas más que a la verdadera puesta en el tablero de la propia vida con los menos afeites posibles (como él mismo hizo en sus diarios, que terminaron por ser francamente descarnados).
Evelyn Waugh fue todo menos un personaje átono o monocorde. Ya fuera en una voluntaria y continua escenificación, que no tenía más objeto que llamar la atención y afirmarse, o de manera involuntaria, entre las líneas autobiográficas de sus novelas, sus diarios (poco o nada edulcorados por rachas) o sus libros de viajes, se reveló como un personaje muy complejo y contradictorio, no siempre previsible, que, encima, no ocultó los rasgos más conflictivos de su personalidad, aunque éstos fueran a menudo patológicos.
Por eso resulta Waugh tan atractivo. Y por eso ha atraído a diversos biógrafos que han emprendido esa expedición literaria con más o menos fortuna. Su vida tiene rasgos convencionalmente novelescos, aunque en 1962 le escribiera a Nancy Mitford: «¡Qué vida tan deslucida he tenido!». Más expresión retórica de su incurable insatisfacción que otra cosa. Pesan mucho más sus muchas tendencias contradictorias que hacían, por ejemplo, que el esteta, que en el fondo era, se complaciera en comportarse como un patán. Es justamente lo mucho que ocultaba la máscara hecha a medida lo que da fuerza y hondura al relato de su vida.
Evelyn Waugh, a poco que se le siga en sus diarios, correspondencias varias (notable la que mantuvo con Nancy Mitford), biografías y noticias sesgadas, aparece como un personaje debatiéndose en una contradicción permanente; sobre todo en la parte que no toca a sus ideas políticas conservadoras y a sus convicciones religiosas, más proselitistas de lo que él dijo, y fuente de incontables riñas y desavenencias con amigos y conocidos.
Así el bufón disputa la escena al eremita de vocación, más incluso que al verdadero misántropo, necesitado del bullebulle social, pero no de cualquiera, sino del de la alta sociedad: una interminable nómina de relaciones mundanas con las que terminaría tarde o temprano querellándose. El histrión que utilizaba una trompetilla de sordos para hablar y se la quitaba para escuchar, esconde al tímido, al triste, y éste al colérico, al caprichoso, al agresivo bebedor y ruidoso y permanente descontento, querella va, querella viene, que se hizo un impertinente profesional no sólo como forma de expresar una elegancia de maneras y suplir su sentimiento de inferioridad, sino también de encontrar una vía al margen del pensamiento bovino (peligroso asunto éste) seguida con singular coraje y poco sentido de las conveniencias. El glotón e infatigable conversador podía ser la antítesis del erudito que se quedó a medio camino, consciente de que, según él, no hizo gran cosa de valor, insatisfecho consigo mismo de manera incurable, incómodo y a disgusto en una época sobre la que, desde su conservadurismo (y aparatosas posturas reaccionarias también), echó miradas lúcidas, sarcásticas, melancólicas: sabía que el mundo que había conocido, y sobre todo el que no había llegado a conocer, estaba esfumado para siempre, y que él, de una manera oscura, había llegado tarde, y se encontraba desplazado. Su tiempo era irremediable. Eso es lo que late, y de qué modo, en su novelística: de la muy conocida y apreciada