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Azorin - El chirrión de los políticos

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Azorin El chirrión de los políticos
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    El chirrión de los políticos
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El chirrión de los políticos: resumen, descripción y anotación

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Lo de chirrión puede ser tanto el carro con las ruedas rechinantes como el látigo del mayoral. La fantasía de Azorín es una descripción, entre cómica y lírica, del ambiente de los políticos de la Restauración. Se explica muy bien la fórmula del turnismo por la que se suceden pacíficamente en el poder los políticos de uno u otro partido. El coste es el nepotismo, el pasteleo y la corrupción, lo que hace un siglo se llamó dramáticamente oligarquía y caciquismo. Aparte de su belleza literaria, la sátira referida de Azorín es útil como documento. Sirve para entender el papel que tuvieron los intelectuales de la generación del 98 (el término lo acuñó el alicantino) en la debelación del régimen parlamentario. Precisamente, en el momento en que se escribe (1923) fenecía la fórmula de la Restauración. La cual fue también un lenguaje de los políticos sumamente retorcido, anticuado e hipócrita. Tenía que chocar contra el nuevo estilo límpido y vanguardista de los intelectuales del 98 y sucesores. La diferencia con la situación actual es que carecemos de una clase intelectual que critique con gracia a los políticos. Es más, lo que llamamos lenguaje politiqués contagia también a los intelectuales.

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Lo de "chirrión" puede ser tanto el carro con las ruedas rechinantes como el látigo del mayoral. La fantasía de Azorín es una descripción, entre cómica y lírica, del ambiente de los políticos de la Restauración. Se explica muy bien la fórmula del "turnismo" por la que se suceden pacíficamente en el poder los políticos de uno u otro partido. El coste es el nepotismo, el pasteleo y la corrupción, lo que hace un siglo se llamó dramáticamente "oligarquía y caciquismo".
Aparte de su belleza literaria, la sátira referida de Azorín es útil como documento. Sirve para entender el papel que tuvieron los intelectuales de la generación del 98 (el término lo acuñó el alicantino) en la debelación del régimen parlamentario. Precisamente, en el momento en que se escribe (1923) fenecía la fórmula de la Restauración. La cual fue también un lenguaje de los políticos sumamente retorcido, anticuado e hipócrita. Tenía que chocar contra el nuevo estilo límpido y vanguardista de los intelectuales del 98 y sucesores. La diferencia con la situación actual es que carecemos de una clase intelectual que critique con gracia a los políticos. Es más, lo que llamamos lenguaje "politiqués" contagia también a los intelectuales.

Azorín
EL CHIRRIÓN
DE LOS POLITICOS
Fantasía Moral
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A FRANCISCO GRANDMONTAGNE,
recio escritor, gran patriota, leal amigo, quevedista entusiasta, dedico —fraternalmente— estas páginas, nacidas de una relectura de Quevedo. Azorín. «...En diciendo estas palabras, la Fortuna, como quien toca sinfonía, empezó a desatar su rueda, que, arrebatada en huracanes y vueltas, mezcló en nunca vista confusión todas las cosas del mundo. La Fortuna dio un grande aullido, diciendo: Ande la rueda y coz en ella.» (LA FORTUNA CON SESO Y LA HORA DE TODOS. Fantasía moral. Autor : Rifrocrancot Viveque Vasgel Duacense. Traducido de latín en español por don Esteban Pluvianes del Padrón, natural de la villa de Cuerva Pilona. Zaragoza, 1650. Página 13.)
PRÓLOGO
P R Ó L O G O
La dulce haronía
L A D U L C E H A R O N Í A
CAMINÁBAMOS por una elevada montaña. íbamos un mi amigo y yo. Era en verano. La mañana estaba radiante. Soplaba un ligero viento que traía olores de plantas silvestres: tomillo, romero, cantueso. No se escuchaba, en el profundo silencio, sino el piar, de tarde en tarde, de un pajarillo que triscaba entre los matorrales. Caminábamos lentamente. Nos deteníamos a contemplar el tejido sutil de una arañita, puesto en un lentisco; cogíamos florecitas azules de cantueso y las estregábamos en la palma de la mano; señoreábamos, desde un empinado berrueco, toda la inmensidad del panorama. ¡Qué variedad de campiñas y colinas atalayábamos allá abajo! Hemos llegado a un raso de la montaña. Se hace aquí como un agostadero en que los ganados deben de sestear. Desde aquí, tendidos sobre la suave hierba, espaciamos la vista por el paisaje. ¡Dulces horas de grato descanso! Atrás, en la populosa y turbulenta urbe, quedan las concupiscencias, las pasiones, las mezquindades. Aquí está el aire sutil, limpísimo; el aroma no pasado por alquitaras; el silencio no turbado por máquinas ni gritos. ¡Ehilce, dulce haronía! Contemplamos la variedad remota, allá en lo hondo, del paisaje. Lo cierran unas montañas zarcas, azules ; un regato o riachuelo corre por un estrecho valle, y sus retuertos y meandros se enlazan acá y allá con las vueltas de una blanca carretera; hay mohedales y macizos de árboles frondosos junto a las casitas de labor. La variedad de colores recrea gratamente los ojos. Los terruños alberos, blanquizcos, se muestran cabe a los rubiales, y estos terrenos amarillos lindan, en anchos cuadros, con los rojizos, impregnados de óxido de hierro. Las tierras calmas —no rotas— ponen en la llanura, en las laderas de los montecillos, su nota verdegueante, con hierbajos e hinojares espesos, y los novales y sernas, labrados recientemente, por primera vez, resaltan por su color hosco, negruzco. ¡Dulce, dulce haronía! Hay una gran paz que se respira en el aire delgadísimo, y el cielo está azul, límpido, como de pintada porcelana.
Con el catalejo vamos escudriñando los lejanos senos del paisaje. Un tren aparece ahora por una vallina angosta; deja su penacho de humito negro y se esconde tras un alto terrero. ¿Y la casita del político? Buscamos y rebuscamos la casita en que don Pascual pasa las vacaciones del estío. No se halla lejos de la ciudad. Esa vieja ciudad está allá, a la derecha mano, casi esfumada en el horizonte. Una neblina caliginosa, turbia, se aparece encima de la edificación. Se columbra la torre aguda, enhiesta, de la catedral. «La catedral —dice una antigua Guía —es del estilo oriental llamado gótico, y la última de este género que se hizo en España. Toda ella es de piedra blanca caliza, de las canteras que abundan en las inmediaciones de esta ciudad, excepto los cimientos, que son de piedra berroqueña». A esta hora de la mañana ya el ancho ámbito de la catedral estará desierto. Los pasos de algún viajero resonarán en las vastas naves; y alguna viejecita de luto, acurrucada en alguna capilla —esta viejecita no se va nunca de la catedral—, suspirará de cuando en cuando; y en alguna cripta misteriosa, sagrada, la lucecita de una lámpara arderá sin interrupción desde hace quinientos años.
¿Dónde está la casita del político? Buscamos y volvemos a buscar con el catalejo. Debe de estar no lejos de una de las carreteras que parten de la ciudad. Debe de estar al pie de un altozano, asomando entre unos árboles .. Al fin, la encontramos. Si, sí; aquél es el refugio del hombre cuerdo. Allí, en aquella casita, se halla ahora el político. ¿Qué es lo que estará haciendo don Pascual en este momento? ¿Estará en el jardín, con un libro en la mano? ¿En el cuartito de estudio, con unas cuartillas delante? Muchas veces mi amigo y yo hemos entrado en esta casita. Muchas veces —y gratamente— hemos departido con don Pascual. ¿Es un enigma este político? ¿No es una antinomia viviente?
El insoluble conflicto
E L I N S O L U B L E C O N F L I C T O
¿Quis est ita sapiens qui omnia plene scire potest? ¿Quién es el hombre que puede saberlo todo? —se lee en la Imitación de Cristo, libro I, capítulo IX—. Ergo noli nimis in sensu tuo considere, sed velis etiam lihenter aliorum sensum audire. No quieras confiar demasiadamente en tu dictamen; escucha el parecer de otro... Lo que descuella en la personalidad de don Pascual es su sentido de humildad, de discreción, de modestia. No se ase obstinadamente a su opinión; escucha atentamente a todos.
—Pero existe en don Pascual —dice mi amigo— un punto de psicología misterioso, insoluble. Don Pascual no es un político...
—¿No es un político? —interrumpo a mi amigo—. ¿No es un político? Nadie, a la hora presente, con más influencia en la política española.
—No —replica mi amigo—, no nos hagamos ilusiones. Don Pascual, admirador de todas las cosas de la inteligencia, intelectual, intelectualizado, no es ni puede ser un político. Y ésta es una antinomia profunda; éste es su trágico conflicto.
—¿Cree usted en ese conflicto? —replico a mi amigo.
—Creo, y existe —añade él—. La inteligencia es creación, descubrimiento. Quien descubre va más allá de donde han ido los demás; es decir, se adelanta a los demás..., y se necesita un cierto tiempo, una cierta pausa, para que los demás lleguen hasta donde ha llegado el descubridor. Pero cuando los demás llegan adonde llegara el descubridor —es decir, la inteligencia—, ya el descubridor se ha marchado, y está más adelante. Y estos que vienen a ocupar el sitio descubierto son los hombres que hacen; es decir, la «acción». No hay conjunción entre la acción y la inteligencia. Un politico intelectual se destruye a sí mismo. La inteligencia negará siempre en el político la obra práctica de éste.
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