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AA. VV. - Roma contra Cartago

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AA. VV. Roma contra Cartago
  • Libro:
    Roma contra Cartago
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1985
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Roma contra Cartago: resumen, descripción y anotación

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Entrega n.º 12 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la confrontación entre Roma y Cartago en Hispania.

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Título original: Roma contra Cartago

AA. VV., 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

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Entrega n.º 12 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la confrontación entre Roma y Cartago en Hispania.

AA VV Roma contra Cartago Cuadernos Historia 16 - 012 ePub r11 Titivillus - photo 2

AA. VV.

Roma contra Cartago

Cuadernos Historia 16 - 012

ePub r1.1

Titivillus 04.02.2023

Figura masculina púnica procedente de Illa Plana Museo Arqueológico de Ibiza - photo 3

Figura masculina púnica procedente de Illa Plana, Museo Arqueológico de Ibiza (izquierda) . Terracota púnica, Museo Arqueológico Nacional, Madrid (centro) . Oinochoe púnico, siglo IV a. C. Museo Arqueológico de Ibiza (derecha) .

Iberia entre dos colosos

Por Francisco A. Muñoz Muñoz

Profesor de Historia Antigua. Universidad de Granada

R OMA y Cartago, que ya habían tenido un primer enfrentamiento armado —la Primera Guerra Púnica, centrada en Sicilia—, reanudan sus hostilidades cuando Roma, con el pretexto de ayudar a Sagunto, se decide abiertamente a intervenir en la Península Ibérica.

Conseguir la hegemonía sobre las principales rutas comerciales, y controlar importantes zonas de producción minera, agrícola, o ganadera, podían ser las razones de la confrontación.

Desde tiempo atrás el Mediterráneo había permitido relaciones económicas y políticas de dependencia reciproca entre los pueblos y civilizaciones situados en sus costas. Buena prueba de ello son los contactos de los pueblos del Egeo (Creta, Micenas), fenicios o griegos, con el Mediterráneo occidental.

Veamos las circunstancias de la Península Ibérica, Cartago y Roma —los tres elementos básicos de la Segunda Guerra Púnica— antes e iniciarse el conflicto armado.

Los pueblos del Mediterráneo frecuentan las costas de la Península Ibérica ya en el segundo milenio, aunque, en principio, de forma esporádica.

En el primer milenio, fenicios y griegos, a pesar de las distancias y los limites que imponía la navegación de cabotaje —sin perder de vista las costas—, establecen relaciones permanentes con la Península atraídos por su riqueza.

La escasez de recursos agrícolas, ganaderos, de pesca o de minerales, determinan el desarrollo de este comercio y la fundación de colonias. Baste recordar la ausencia de llanuras cerealistas o de bancos de pesca para alimentar las grandes concentraciones de población.

La Península reúne estas circunstancias que, en el caso particular de la pesca, permitirá la puesta en marcha de importantes industrias de salazón. Con todo, es la riqueza minera, reiteradamente citada por los autores griegos o romanos, la que merece atención especial.

Según Posidonio, en la Bética habría más oro, plata y hierro que en el resto del mundo. De entre todos los minerales, los más preciados serían la plata —con yacimientos en las orillas del río Almanzor, Cartago Nova, Baebelo, proximidades de Castulo y Baecula, Jaén, Mazarrón, Hipa, Sisapo, Lusitania, Galicia y el Pirineo—, el plomo —en la Bética, islas Planesia y Plumbaria y en Cantabria—, el estaño —en Lusitania, Galicia, y a través de las relaciones con las Casiterides— y el hierro —en el Moncayo, Cataluña y la Bética.

Las colonias fundadas por griegos y fenicios aprovechan y potencian estas buenas condiciones naturales.

El contacto de estos pueblos más civilizados con los pueblos indígenas acelera el desarrollo de éstos, tanto en el aumento de la producción de artículos destinados al comercio, como en la especialización de ciertos grupos de la población indígena en el intercambio y producción de mercancías.

No debemos olvidar que los indígenas se convierten en sí mismos en objeto de interés, utilizados como mercenarios (se valora como positivo para la lucha su estado de salvajismo) o como esclavos para trabajar en las tierras o industrias de los conquistadores.

Cartago y Roma

Cartago, como una más de las colonias fenicias radicadas en Oriente, Chipre, Asia Menor, costa africana, Sicilia, Península Ibérica, etc., fue fundada a finales del siglo IX por la ciudad de Tiro, con el cometido propio de cualquiera de ellas.

Con la caída de Tiro, se convierte en hegemónica sobre el resto de las colonias del Mediterráneo occidental, y en centro de un importante imperio comercial, que conllevará a su vez la formación de colonias propias —como es el caso de Ebussus (Ibiza)— desde los primeros momentos.

El avance de los griegos de Focea en el Mediterráneo occidental con la fundación de nuevas colonias, perjudica los intereses cartagineses. Para contrarrestarlo, Cartago, en alianza con los etruscos, también afectados, se enfrenta con los griegos en la batalla de Alalía hacia 540.

Aunque el resultado concreto de esta contienda no esté muy claro, sí parecen estarlo las consecuencias de la misma: el reparto de las esferas de influencia.

A los griegos se les cierra el acceso a las costas meridionales de la Península, que quedan a disposición de Cartago, y aquéllos se limitan a la Magna Grecia y a parte de Sicilia. Queda libre, por tanto, la vía de entrada de Cartago en la Península Ibérica.

Disuelta la Liga Latina Roma consigue la hegemonía en el Lacio desde la - photo 4

Disuelta la Liga Latina, Roma consigue la hegemonía en el Lacio desde la segunda mitad del siglo IV y, con una política aparentemente defensiva, se enfrenta con la práctica totalidad de los pueblos de la Península Itálica.

Samnitas, etruscos y habitantes de la Magna Grecia —apoyados por Pirro, rey del Epiro—, etcétera, van siendo derrotados por Roma durante los siglos IV y III.

Configurada así, como la potencia dominante en, la Península Itálica, con un importante desarrollo de diversas facetas económicas, y con unas circunstancias sociales favorables, Roma adquiere la suficiente potencia para poderse plantear la intervención en el Mediterráneo.

Primera Guerra Púnica

Las bases de la confrontación entre Roma y Cartago estaban puestas desde el momento en que ambas potencias actuaban sobre un ámbito geopolítico común, y además con intereses contrapuestos.

Las primeras relaciones que establecen son de carácter diplomático, a través de los tratados. El primero de ellos, que Polibio sitúa en 509, tiene pocos visos de realidad, dado el escaso potencial marítimo de Roma en esos momentos. Sí parece verídico el de 348, en el que Roma buscaría una alianza frente a la amenaza de Siracusa, y el posterior, en 343, en el que se reconoce su hegemonía en el Lacio, ante la guerra que mantenía con la Liga Latina. Otro nuevo tratado sería firmado en 306, y un cuarto en 278 ante la amenaza de Pirro.

Pero llega un momento en que el sistema de los tratados no sirve a los cada vez mayores y pretenciosos planes de Roma. El enfrentamiento bélico se hace inevitable, dando lugar a las llamadas guerras púnicas. La primera de éstas comienza en 264, a causa de los mamertinos de Mesina (Sicilia), que piden auxilio a Roma para defenderse de Hierón de Siracusa. Se combate durante veinticuatro años y según Polibio entran en juego quinientas galeras de cinco órdenes y seiscientas de otros tipos: los romanos pierden setecientas y los cartagineses quinientas (las cifras que da este autor son puestas en entredicho por distintos investigadores).

El tratado que se firma al finalizar la contienda obliga a los cartagineses a evacuar Sicilia y a pagar doscientos talentos de plata durante veinte años a los romanos. Roma rompe por primera vez la peninsularidad de sus dominios y se afirma como potencia mediterránea.

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