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Christian Jacq - Poder y sabiduría en el antiguo Egipto

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Christian Jacq Poder y sabiduría en el antiguo Egipto
  • Libro:
    Poder y sabiduría en el antiguo Egipto
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2015
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Poder y sabiduría en el antiguo Egipto: resumen, descripción y anotación

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INTRODUCCIÓN
De Egipto hasta nosotros

Cuando por primera vez nuestros ojos divisan en la lejanía las tres formas perfectas que se erigen en la llanura de Gizeh, adquirimos conciencia de que sobre la tierra de Egipto, simbolizada con tanta frecuencia por las pirámides, durante cuatro milenios hubo unos hombres que intentaron edificar un templo de las dimensiones de una civilización, un templo que expresara la armonía del cosmos.

El Egipto faraónico no se reduce, ni mucho menos, a un simple Estado geográfico. Al contrario, es uno de los centros del mundo creados por el pensamiento de los hombres de la antigüedad o, para ser más precisos, se presenta como la madre de la tradición espiritual de Occidente. Gracias a Egipto, el misterio de la vida se nos revela en toda su plenitud al alcance de nuestra mirada. Las puertas de sus templos pueden abrirse a nuestro afán de conocimiento, los sombríos naos irradian una luz interior que cobra su entero significado para el hombre que desea hacer de su vida una obra sagrada.

La emoción y el sentimiento no bastan para iniciar un diálogo fructífero con Egipto. En su suelo nacieron reyes, arquitectos, sabios y poetas. Y todos recurrieron al inagotable tesoro del símbolo, a través del cual podemos conocer lo incognoscible y decir lo indecible; a través del símbolo es posible evocar los secretos de una vida en eternidad, que no debemos confundir con la vida eterna, una proyección a través del tiempo de una realidad espiritual que el antiguo Egipto aspiraba a conocer en el instante. ¿Acaso el propio Egipto no es un inmenso símbolo en el que la acción más pequeña adquiere valor de rito?

Recorrer el Egipto inmortal significa realizar un recorrido a través de uno mismo aprendiendo a conocer en nuestro interior aquello que trasciende a nuestra persona. Dios está en el hombre, afirman los antiguos textos. No en el hombre profano y limitado, sino en el hombre comunitario cuyo corazón es el faraón. El faraón es el rey símbolo cuya figura se nos invita a conocer. Desde el canto del arpista que medita sobre el instante de conciencia hasta la sagrada gloria del rey, el antiguo Egipto nos enseña que lo que no está aquí, en este «bajo mundo», no está en ninguna parte. Aquí es donde el hombre se diviniza pues, en realidad, el mundo de aquí era el otro, algo que nosotros habíamos olvidado. Lo que está unido en esta tierra estará ligado en el cielo, proclamaba el Cristo rey, y así prolongaba el mensaje de los reyes sacerdotes de la civilización faraónica. Egipto supo vincular al hombre y a Dios, la tierra y el cielo, el tiempo y la eternidad. ¿Por qué no intentamos también nosotros vincular nuestra conciencia con la tierra celeste de los faraones?

Una búsqueda de este tipo sin duda implica conocer el pensamiento egipcio. ¿Por qué hay egiptólogos si no es para acceder a la visión que los propios egipcios tenían del hombre y del universo, y para ofrecer un testimonio de uno y otro? Actualmente está de moda hablar de la «cultura material» de las antiguas civilizaciones y suele confundirse el material arqueológico con la mano pensante que la forjó. Los egipcios, sin embargo, se preocuparon por escribir textos sobre la piedra, a la que convirtieron así en piedra expresiva, y nos guiaron hacia el significado más profundo de su ideal. No es necesario acudir a los extraterrestres ni a las tesis ocultistas para comprender el pensamiento egipcio, suficientemente prolijo para que el conocimiento de los templos y de los rituales se convierta en un viaje interior en busca de riquezas inagotables.

Penetrar en el santuario de los templos, donde se mezclan las más profundas tinieblas y la más intensa luz espiritual, significa poner en práctica lo que Egipto llamaba el corazón conciencia, el órgano inmaterial que nos permite comunicarnos con el mundo divino y transcribir a un lenguaje humano lo que percibimos.

Egipto se manifiesta esencialmente como una civilización ritual portadora de una verdad fundamental: que la constante relación entre la humanidad y los dioses resulta indispensable para mantener la armonía sobre la tierra. La celebración de los ritos es lo único que permite mantener este tipo de relación. Además, cuando los hombres aprenden a hablar el lenguaje de los dioses, llegan a ser capaces de «ritualizar» su actividad cotidiana y de dar un sentido a todo lo que los rodea.

Cuando el faraón ocupaba su trono, la Unidad se revelaba y la «doble tierra» se unía. No era ésta una unidad arbitraria y restrictiva, ni un «acuerdo» intelectual y político, sino una comunión espiritual, sensible y material que convertía la «tierra negra y roja» en un cuerpo inmenso a imagen del cielo. En este sentido, Egipto constituye una de las mayores aventuras intentadas por la humanidad, pues se ofrece a nosotros como búsqueda de una vida total, como tentativa de integración de todos los aspectos del hombre. En relación con Egipto, la palabra «civilización» se usa adecuadamente pues, en efecto, un aliento común animaba la jerarquía humana, desde las más elevadas cimas de la espiritualidad a la más ínfima realización material.

Egipto no pertenece a la historia; según la expresión de Hornung, Egipto celebra la historia como una fiesta, pues es más que la historia. Egipto reformula la génesis permanente del hombre al consagrarse a la tarea primordial de convertir en celeste lo terrestre. Nuestros contemporáneos conservan en su conciencia una huella más o menos viva de la «experiencia egipcia» que, no lo olvidemos, es la precursora de la gran corriente simbólica en la que se inspiran los filósofos herméticos, «aquéllos que amaban la sabiduría».

Por eso, al inicio de este libro se hace necesario concretar nuestro método de trabajo. Algunos investigadores estudian un Egipto arqueológico, mientras que otros se dedican a un Egipto histórico y aun otros se interesan por Egipto en términos sociológicos o económicos. Sin subestimar la importancia de tales investigaciones, por nuestra parte intentaremos introducirnos en el Egipto del símbolo, concebido como medio de investigación. Este Egipto se traduce en una visión global del mundo, en una síntesis simbólica que nos permite abordar las regiones más secretas de nuestra condición humana y de su «porqué».

Egipto es una civilización de tipo «tradicional», noción que no debemos confundir con costumbre o con folclore. La costumbre no es otra cosa que una materialización. La tradición representa el deseo de renovación constante del ser orientado hacia lo divino; se compone de ritos, símbolos y mitos, y necesita una conversión de la mirada para buscar el sentido que se esconde bajo la letra, lo inmaterial en lo material.

Tan pronto nos preguntamos por la naturaleza del pensamiento egipcio, nos damos cuenta de que no es un asunto fácil. Como ya destacaron los físicos contemporáneos, el estudio «objetivo» de un fenómeno resulta imposible; en toda investigación se mezclan de manera más o menos coherente el punto de vista del intérprete y la realidad del objeto abordado. El historiador convierte en histórica la civilización egipcia; el economista la transforma en «objeto económico». En cada análisis, por consiguiente, subsistirá siempre una parte de «verdad».

Sin embargo, a menudo se prescinde de dos factores: de la visión espiritual de los hombres de los tiempos antiguos y de la visión que el intérprete contemporáneo tiene el deber de recrear. Como señala Jean Charon, no cabe duda de que el sistema del mundo establecido por la Edad Media es tan «válido» como el de Einstein; ambas teorías resultan falsas por igual en relación con lo absoluto, pero poseen coherencia interna y ofrecen, en diferentes aspectos, una dimensión viva del cosmos. El drama empieza cuando los defensores de un sistema deciden excluir a los demás y presentan su descubrimiento como verdad definitiva.

Egipto demostró su sensatez precisamente al no preconizar nunca una verdad absoluta; no compuso una «Biblia» de carácter dogmático y definitivo sino que reformuló incesantemente su pensamiento a través de múltiples textos sagrados que se entrecruzan. Por eso, el método del orientalista Frankfort, conocido con el nombre de «multiplicidad de enfoques», resulta un instrumento excepcionalmente valioso; para resumirlo a grandes rasgos, digamos que consiste en aproximarse de maneras muy diferentes a cualquier plano de la realidad egipcia. Una diosa serpiente, por ejemplo, puede ser un simple reptil, un aspecto sociológico, un valor mítico o la traducción gráfica de un símbolo, y todos esos significados son verdaderos y falsos a la vez. Lo importante es desprender de ellos la idea rectora y, por consiguiente, la que posee un mayor potencial aglutinador. Permítasenos retomar por nuestra cuenta las siguientes frases de Frankfort, que figuran en la introducción de su obra

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