P?o Baroja - La familia de Errotacho
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La familia de Errotacho: resumen, descripción y anotación
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La familia de Errotacho — leer online gratis el libro completo
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Pío Baroja
La selva oscura - 1
Título original: La familia de Errotacho
Pío Baroja, 1932
Imagen de cubierta: El frente , de Aurelio Arteta (1879-1940)
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Hay libros a los cuales el escritor pretende esterilizar de elementos de actualidad, desprender de ellos el olor y el sabor del tiempo, quizá con la esperanza, esperanza ilusoria y quimérica, de darles un carácter perenne; en cambio, en otros, no solo no huye del color y del sabor de la época, sino, por el contrario, lo acentúa deliberadamente, impregnándolos lo más posible de la esencia del tiempo.
De estos es La familia de Errotacho y los otros de la serie «La selva oscura».
Tal clase de libros no son estrictamente obras históricas. La obra histórica se basa casi siempre en datos tomados de libros o documentos, en figuras trascendentales y representativas.
Esta clase de libros, como el mío, no se ocupa de grandes personalidades, grandes la mayoría de las veces por la casualidad y por el azar; no se refiere a directores de movimientos políticos y sociales, sino a individuos subalternos, del montón, moldeados por el ambiente, y muchas veces sacrificados por las circunstancias.
«La selva oscura» es una serie de obras de este tipo, en las cuales la novela anda entremezclada con la crónica y la crónica con la novela.
Esta afición a la crónica quizá dependa de una gran curiosidad por los hechos y una cierta indiferencia por las palabras.
El autor no ha creído nunca gran cosa en lo que se llama estilo. El estilo o es una modalidad psicológica individual, y en ese caso se tiene o no se tiene por naturaleza, o es una perfección idiomática, y entonces, más que una característica personal, es el índice del estado de una lengua en una época de su historia. En esta segunda acepción el estilo no es más que una depuración de lugares comunes.
Nuestro título general, «La selva oscura», no es muy nuevo; lo han usado otros muchos escritores; pero ¿hay algo general verdaderamente nuevo?
«La selva oscura» será selva por lo intrincada, y oscura, por no proponerse el autor buscar una claridad conseguida a fuerza de poda y de supresión. Dejamos los contornos claros a los escritores latinos y mediterráneos. Para ellos la nitidez, la sequedad y el cielo azul. A nosotros nos gusta más la niebla.
La extensión de la materia, el querer dar una impresión de conjunto de las conmociones españolas de estos últimos años, nos han hecho dividir la primera obra de la serie en tres volúmenes, titulados La familia de Errotacho, El cabo de las tormentas y Los visionarios .
En el pensamiento la obra era una e indivisible como la República francesa; pero en la realidad ha resultado triple.
En esta obra, los disturbios y la posible transformación de la vida española están vistos al través de gentes humildes, salidas de un caserío vasco.
GASTÓN, EL CONTRABANDISTA
LA CASA DE OLAZAR
FERMÍN ACHA, madrileño adoptivo y originario de Vera de Bidasoa, nos proporcionó la mayoría de los detalles para escribir estas narraciones.
Fermín Acha, empleado en un ministerio, era autor de algunas sabias Memorias arqueológicas de relativa importancia. Fermín nació hace ya cerca de sesenta años en Vera, en la antigua casa llamada Olazar.
La casa, de un pariente lejano suyo, apellidado Sanjuanena, pertenecía antiguamente a la familia fundadora del pueblo, llamada Alzate.
En Olazar vivía el hermano mayor de Fermín, Leandro, dedicado a la agricultura y un poco también a la genealogía y al blasón.
La vida de Fermín Acha en Madrid era vida de cortesano. Se levantaba tarde, iba a la oficina al mediodía y trabajaba en ella hasta las dos. A las dos solía comer en el Círculo. Después de comer, tenía su tertulia hasta las seis; a las seis marchaba al cine; a las diez iba a cenar; después de cenar jugaba al póquer hasta la una o las dos, y luego se retiraba a casa.
Varias veces le dije:
—Puesto que conoce usted con detalle los sucesos que nos interesan a usted y a mí, debía usted escribirlos.
Fermín se negaba a ello siempre con gran energía y tesón.
—Tengo una vagancia incurable —aseguraba.
—No lo creo. Ha escrito usted modernamente varias Memorias sobre arqueología.
—Si se tratara de unas consideraciones sobre el arte románico en los Pirineos, lo haría con gusto; pero no soy capaz de narrar un acontecimiento moderno. No sé por qué no me seduce. Me faltan medios de expresión.
A pesar de mi insistencia, se negó terminantemente.
—Todos los detalles que usted quiera y que yo sepa sobre mis vecinos de Errotacho, ya que se va usted a ocupar de ellos, se los daré con mucho gusto; pero escribir, de ningún modo.
Errotacho es un molino próximo a la casa de Vera, donde viven los Acha. Fermín y yo, individualistas y localistas, sacábamos gran parte de la historia contemporánea de la vida de los vecinos de Errotacho.
UN AVISO
UNA NOCHE DE VERANO, del segundo año de la guerra europea, un joven bajaba por la carretera de Francia al barrio de Alzate, de Vera de Bidasoa.
Era la noche fresca. El camino se alumbraba por la claridad de las estrellas. El cielo aparecía recortado entre las paredes del barranco. Los árboles se mostraban llenos de hojas; en los ribazos se entreveían los matorrales espesos y tupidos.
El muchacho bajaba de prisa. Llevaba blusa negra, pantalón de soldado, botas altas y palo en la mano.
A su derecha se levantaba el cantil del monte próximo, lleno de árboles y de carrascas. A mano izquierda, a lo lejos, se veían alternativamente, al vago resplandor de las estrellas, la mole blanquecina del monte Larun y la silueta de Peñaplata y de Mendaur.
Cerca, al borde mismo de la carretera, se hundía el barranco, poblado de grandes árboles de troncos gruesos y ramas robustas.
El muchacho silbaba suavemente, mientras marchaba con paso ligero y cadencioso.
Al llegar a un abrevadero, se detuvo y bebió agua del caño. Poco después se separó del camino y tomó por un atajo. Este atajo se precipitaba por la izquierda, como cinta blanca, y descendía y evitaba varias vueltas de la carretera. Siguiéndolo, se acortaba más de un kilómetro de distancia.
La carretera serpenteaba, trazando curvas. Mirándola hacia abajo, podía suponerse que se entrecruzaban tres o cuatro caminos.
Recorrió el mozo el atajo y entró de nuevo en la carretera. Pronto advirtió, entre los árboles del borde, un banco.
—Ya estoy cerca del pueblo —se dijo.
Vio poco después las luces del barrio de Alzate y las casas negruzcas, destacadas con vaguedad bajo la silueta de un monte oscuro como monstruo dormido en medio de la noche.
Se acercó despacio. En Olazar, la casa grande del barrio, de paredes cubiertas de hiedra, brillaban dos luces y se oía rumor de música, de piano o de altavoz de radio.
El muchacho se desvió de la carretera, tomó la vieja calzada, cruzó el arroyo por encima de un puente y se acercó a Errotacho (El Molinito).
Era este una casa antigua, asentada en una revuelta del camino, con su huertecilla en declive, cruzada por pequeño canal.
La casa mostraba cuatro ventanas irregulares y dos puertas, la grande en el lado estrecho, con cruz pintada de blanco, y la pequeña, a la cual se llegaba por una escalerilla de piedra. Sobre la pared crecía un jazmín enredadera, lleno de flores blancas.
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