Pío Baroja - Las horas solitarias
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- Libro:Las horas solitarias
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1917
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Las horas solitarias: resumen, descripción y anotación
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PÍO BAROJA (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 - Madrid, 30 de octubre de 1956). Novelista español, considerado por la crítica el novelista español más importante del siglo XX. Nació en San Sebastián (País Vasco) y estudió Medicina en Madrid, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Su primera novela fue Vidas sombrías (1900), a la que siguió el mismo año La casa de Aizgorri. Esta novela forma parte de la primera de las trilogías de Baroja, «Tierra vasca», que también incluye El mayorazgo de Labraz (1903), una de sus novelas más admiradas, y Zalacaín el aventurero (1909). Con Aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), inició la trilogía «La vida fantástica», expresión de su individualismo anarquista y su filosofía pesimista, integrada además por Camino de perfección (1902) y Paradox Rey (1906). La obra por la que se hizo más conocido fuera de España es la trilogía «La lucha por la vida», una conmovedora descripción de los bajos fondos de Madrid, que forman La busca (1904), La mala hierba (1904) y Aurora roja (1905). Realizó viajes por España, Italia, Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Suiza, y en 1911 publicó El árbol de la ciencia, posiblemente su novela más perfecta. Entre 1913 y 1935 aparecieron los 22 volúmenes de una novela histórica, Memorias de un hombre de acción, basada en el conspirador Eugenio de Aviraneta, uno de los antepasados del autor que vivió en el País Vasco en la época de las Guerras carlistas. Ingresó en la Real Academia Española en 1935, y pasó la Guerra Civil española en Francia, de donde regresó en 1940. A su regreso, se instaló en Madrid, donde llevó una vida alejada de cualquier actividad pública, hasta su muerte. Entre 1944 y 1948 aparecieron sus Memorias, subtituladas Desde la última vuelta del camino, de máximo interés para el estudio de su vida y su obra. Baroja publicó en total más de cien libros.
Usando elementos de la tradición de la novela picaresca, Baroja eligió como protagonistas a marginados de la sociedad. Sus novelas están llenas de incidentes y personajes muy bien trazados, y destacan por la fluidez de sus diálogos y las descripciones impresionistas. Maestro del retrato realista, en especial cuando se centra en su País Vasco natal, tiene un estilo abrupto, vívido e impersonal, aunque se ha señalado que la aparente limitación de registros es una consecuencia de su deseo de exactitud y sobriedad. Ha influido mucho en los escritores españoles posteriores a él, como Camilo José Cela o Juan Benet, y en muchos extranjeros entre los que destaca Ernest Hemingway.
LOS LIBROS VIEJOS
La vida que llevo en Madrid es bastante sosa. Por la mañana leo o escribo, por la tarde salgo, compro libros viejos y voy a charlar a la redacción de España y por la noche vuelvo a leer.
No tengo que escribir cartas, parte porque me escribe poca gente y parte porque no contesto a nadie.
A veces tengo que salir por las mañanas, cosa que no me gusta. Las mañanas de Madrid, de invierno, de cielo claro y hermoso, andando por las calles, me dan mucha tristeza. Los carros, las verduleras, las criadas que van al mercado, los dependientes que limpian sus tiendas, el olor a café tostado… todo esto me recuerda la época de estudiante en que iba al Instituto de San Isidro y en que me sentía tan desvalido y tan tímido. En aquella época a fuerza de timidez hubiera sido capaz de hacer algo de una gran bravura.
Es curioso que habiendo tenido una infancia insignificante, toda la vida me la paso pensando en ella. El resto de la existencia me parece gris y poco animado.
De chico ya compraba libros viejos, folletines y novelones, que devoraba en casa. En conocimientos sobre literatura folletinesca soy una especialidad.
Cuando comenzaba a estudiar medicina conocía el plano de las librerías de viejo de Madrid con detalles. De entonces acá ha cambiado la geografía y el personal de esas librerías de lance. Yo solía charlar mucho con un viejo que tenía su puesto en la calle de Capellanes, en un esquinazo que hacía esta calle que ahora se llama de Doña Mariana de Pineda, cuando era un callejón estrecho.
En las covachuelas de la iglesia del Carmen había también un librero de viejo, un hombrecito flaco, de lentes, con unas barbuchas medio rubias, medio blancas. Era éste un volteriano y tenía un gran entusiasmo por el autor de Cándido y por Pigault-Lebrun. Había también puestos de libros en la iglesia de Santo Tomás y en la de San Luis. El amo de este último se encuentra hoy en un puestecillo en la plaza de la Bolsa. Este librero y un manco de la Travesía del Arenal, ahora empleado en casa de Molina, siguen impertérritos desde mis tiempos de estudiante, como si no hubieran pasado más de treinta años sobre ellos.
También solía ir a una librería de la calle de Jacometrezo, de un masón, y a otra de la calle de Preciados, de un tal Vicuña, en un sótano donde había al mismo tiempo un horno y olía a bollos. El tal Vicuña era un viejo gordo y blanco.
Hoy ha cambiado un tanto la geografía de los libreros madrileños de lance. El más fuerte de todos y el que tiene quizá más libros es García Rico, de la calle del Desengaño. Al frente del establecimiento está Ontañón, que es un burgalés del valle de Mena, que tiene una memoria y unos conocimientos bibliográficos tremendos.
La librería de García Rico ha sustituido a la de Vindel desde que se retiró éste. Vindel era un mozo de cuerda del Rastro, que no sabía leer y a fuerza de paciencia y de suerte se hizo rico. El caso suyo parece que es el modelo ideal de los libreros de viejo.
Ontañón es hoy el primero en cuestiones de libros antiguos, y se dice que hace envíos de treinta y cuarenta mil duros a América.
Después de Ontañón están los libreros que no tienen tantos vuelos. En la calle Ancha hay varios: Melchor García que antes era dueño de un bar que está al lado de su barraca, Julio que tiene otro tinglado, la Viuda y ahora Manuel Juncosa a quien algunos llaman el Albañil porque antes tuvo este oficio.
En la calle de la Abada había este invierno pasado cinco o seis librerías que ya se han debido cerrar por los derribos de la Gran Vía, en la de Mesonero Romanos hay dos, una la de Fe y otra la de los hermanos Rodríguez.
La calle del Horno de la Mata era antes calle de muchas librerías que se han ido cerrando y en la esquina de esta calle con la de Mesonero Romanos hay una barraca bastante sucia de un catalán que parece que se llama Gayo y a quien llaman, confundiendo el sonido de la ll y de la y como hacen los madrileños, el Gallo. Este librero suele hacer en el fondo de su barraca una especie de tienda de campaña con cuatro lonas y allí suele estar escondido a las miradas del público, el invierno al lado del brasero donde quema tablas que echan un humo irrespirable.
En la calle de la Paz hay dos librerías, una de ellas de Dafauce, al lado de un bar estrepitoso, con un orquesten que toca a todas horas y la otra cerca de la calle de la Bolsa.
Después de estos libreros, que tienen tiendas importantes, vienen otros de menor cuantía.
En general el librero ve el libro sólo como cosa vendible; en este sentido los que han dado más sordidez al negocio han sido unos cuantos que han venido de Levante. El Atila de la librería de viejo es el Valenciano, un hombre de pelo rojo y de gafas que tiene un barracón en la calle de Atocha, y que se dedica a estropear los libros, cortándoles con la guillotina los márgenes para vender después éstos como papel.
La esfera del libro viejo se extiende por calles y plazas y llega también al Rastro, en donde están, como representantes de la cultura, Elias, el Chanela y alguno que otro que no sabe leer.
Alrededor de los libros, de correrlos, de cambiarlos, vive bastante gente, claro que la mayoría mal.
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