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Pío Baroja - La caverna del humorismo

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Pío Baroja La caverna del humorismo
  • Libro:
    La caverna del humorismo
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    1920
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La caverna del humorismo: resumen, descripción y anotación

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Pío Baroja

La caverna del humorismo


Para la historia de la crítica literaria en forma de ficción:
«La caverna del humorismo»

por Gonzalo Sobejano

En su caracterograma de 1949 Los españoles en la literatura señalaba Menéndez Pidal el insuficiente desarrollo de la crítica doctrinal y objetiva, pero observando que: «En cambio, un caso particular, la crítica en forma de ficción poética, más subjetiva que objetiva, abunda extraordinariamente así en España como en Portugal, tanto que bien pudiera formar un subgénero de ambas literaturas, en el que cabrían multitud de obras, entre ellas el Quijote , el Arte nuevo, Los Eruditos a la violeta, La Derrota de los pedantes, La Comedia Nueva ».

Los ejemplos de Menéndez Pidal no eran muchos. Sin propósito de componer catálogo completo, cabe añadir, tras rápida consulta de la memoria, títulos como Viaje entretenido, Viaje del Parnaso, El pasajero, República literaria , el Criticón, Fray Gerundio de Campazas, Los literatos en cuaresma. Exequias de la lengua castellana, Apolo en Pafos . Solo menciono obras con un patrón fictivo muy marcado y de intención crítico-literaria evidente y extensa, omitiendo por un lado aquellas en que la exposición didáctica reduce caracteres y anécdotas a leve sostén de fondo (como ocurre en los diálogos de Valdés o del Pinciano), y por otro lado aquellas novelas que solo de un modo parcial contienen materia crítica o teórica (como El buscón , ciertas novelas de Galdós y Clarín, de Ganivet, Azorín y Pérez de Ayala) y obras posteriores como Oceanografía del tedio, Juan de Mairena o La calle de Valverde .

La caverna del humorismo constituye, a mi entender, un curioso ejemplo moderno de ese subgénero —«crítica en forma de ficción poética»— que no sé si puede considerarse característicamente español, pero que cuenta en España con una tradición muy notable. Indicio de que Baroja tenia conciencia de la tradición aludida es el hecho de que su doble, el doctor Guezurtegui ». Pero es que, además, la fantasía barojiana apela, ignoro hasta qué punto conscientemente, a recursos propios de dicha tradición: los interlocutores son compañeros de viaje (como en Viaje entretenido o en El pasajero ), hacen escrutinio de autores y libros (como el cura y el barbero en la librería de don Quijote, o como los personajes de Gracián en el areópago del Juicio, Criticón , II, 1), se encuentran detenidos por algún tiempo compartiendo lecciones y disertaciones (como los literatos «en cuaresma» o los «violetos» en su liviano curso hebdomadario), y en fin habitan un ámbito excepcional, que aquí no es tan vasto como la «república literaria», ni tan levantado como la cumbre del Parnaso, ni tan resplandeciente como el alcázar de las Musas o el palacio de Sofisbella (con sus nichos y florestas, su mansión, taller y salón, su erario, su herbario y su sagrario, Criticón , II, 4), sino un lugar subterráneo, la caverna o gruta-museo —confortable y cosmopolita, eso sí— de Humour-Point .

Que Baroja haya tenido presente, con más o menos claridad, la tradición apuntada, no es extraño. Se trata de un género retórico, grato a los humanistas, tradicionalizado, pero de intención subjetiva, propicio por lo tanto a las libertades del humor. Y el argumento principal de Baroja en este libro suyo, el que le lleva a determinaciones más nuevas, consiste precisamente en la contraposición Humorismo-Retórica. Se comprende mejor, según creo, este ensayo barojiano, si primero se le ve en relación con el género «crítica en forma de ficción» para inmediatamente considerarlo como la demolición humorística del marco retórico propuesto por dicho género y cuyo tema es la descripción impresionista del humorismo.

Poco hablaré del humorismo. Hablaré más bien de la caverna, es decir, del artificio seminovelesco que Baroja adopta como jugando. Y lo primero que se nota es que La caverna del humorismo parece un título antitético: «caverna» y «humorismo» integrarían una paradoja si se piensa que «caverna», «cavernoso», evocan una profundidad lóbrega y que en la caverna de Trophonius (mencionada, entre otras espeluncas, por Baroja) los que entraban perdían, la facultad de reír. «Caverna», sin embargo, responde bien a la intención del teorizador: sugiere el mito platónico de las sombras de las ideas proyectadas sobre el fondo del encierro terrestre, y proporciona conveniente morada al doctor Guezurtegui, uno de esos hombres «a quienes gusta la oscuridad y la mina, hombres de espíritu subterráneo y subversivo, que esconden su intención» (p. 15). Por otra parte, si la cumbre del Parnaso era el empíreo de los poetas y retóricos favorecidos por Apolo, nada más sensato que instalar el humilde y humanísimo reino del humorismo en el humus, dentro de la tierra material y materna.

No me es fácil ahora comprobar si, además de la tradición indicada, tuvo a la vista Pío Baroja sugerencias más inmediatas. Pero creo que en su libro hay algunos rasgos, como la tendencia semialegórica, la curiosidad por describir fenomenológicamente el humorismo, la extravagancia de la fabulación, y la atmósfera cosmopolita, que deben ser relacionados (estamos en el año 1919) con la convulsión de la Gran Guerra ante todo, y luego, con sintonías varios de aquellas fechas, como la nueva valoración del barroco, el auge de la fenomenología y del perspectivismo, las exposiciones y salones del humorismo gráfico a partir de 1914 en España, y el clima de capitalismo autocrítico y de cinematográfica Cospópolis creado por el cubismo y Dadá, y por escritores como Valéry Larbaud, Paul Morand, Romain Rolland, Cansinos Assens, Gómez de la Serna y otros.

Baroja siempre había tendido, de todos modos, a imprimir a su ensayística un giro fictivo, fuese a través de un título carnavalesco ( El tablado de Arlequín ) o mediante la provocativa forma de confesarse en Juventud, egolatría , o recurriendo a las estaciones del año para enmarcar Las horas solitarias . Si las novelas de Baroja propendían desde el principio a tensarse en cúmulos discursivos, sus ensayos iban adquiriendo cada vez más el gusto de distenderse por cauces novelescos y expansiones de libre fantasía.

La ficción ideada en la caverna del humorismo puede parecer a primera vista superflua, puesto que en rigor las teorías, opiniones y anécdotas que componen el libro, bien hubieran podido sucederse capítulo a capítulo planteadas desde el punto de vista único del escritor, acá y allá diversificado por otros puntos de vista (de escritores, amigos, o interlocutores anónimos), tal como ya había quedado hecho, dos años antes, en Juventud, egolatría . Pero vamos a ver cómo, ante una materia tan compleja: el humorismo, acude Baroja a la fantasía noveladora movido por un deseo de amena variedad, sin duda, pero aún más por un propósito de ambientación pertinente.

Semanas antes de empezar la guerra, una caravana de turistas científicos, de expedición al Cabo Norte en el Pez Volador (Flying Fish), es detenida por sospechosa de espionaje al tocar, de retorno, en Inglaterra, donde pasan dos años y un día. «La caravana se detuvo algún tiempo en el promontorio de Humour-Point a visitar una gruta-museo que se pensaba inaugurar y que, a consecuencia de los sucesos de la guerra, no se ha inaugurado» (p. 13). Entre los expedicionarios se encontraba el doctor Guezurtegui, profesor agregado a la Universidad de Lezo (a 9 km de San Sebastián), cuya Memoria , o relación de viaje, destinada a aquella Universidad, es parcialmente transcrita por el autor y constituye el molde general del libro. Toma así Baroja un «alter ego» o «doble» transparente, como mediador de su pensamiento, pero no satisfecho con esta refracción mayor, recurre a veces a las conversaciones con otros viajeros o al comentario que el doctor vascongado pone a conferencias ajenas, o a reuniones y situaciones alusivas al grupo. Mediante esta transposición de la voz propia en voces distintas —aunque la más personal y sostenida sea la de Guezurtegui— el escritor vivifica, varia y levemente noveliza las proyecciones de su pensar divagatorio. Pero no solo le mueve este anhelo de variedad y prismática matización, tan concorde con su cuidado de nunca aburrir a los lectores: le anima también el propósito de apoyar la teoría abstracta sobre un muestrario concreto de paisajes y tipos.

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