Taylor Caldwell - La tierra del señor
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- Libro:La tierra del señor
- Autor:
- Editor:Maeva
- Genre:
- Año:2012
- Índice:4 / 5
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La tierra del señor: resumen, descripción y anotación
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La tierra del señor — leer online gratis el libro completo
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Título original:
The earth is the Lord’s
Traducido por:
R osa P. M itchell
Diseño de cubierta:
Opalworks
Imagen de cubierta:
Opalworks
Queda terminantemente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento infor- mático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
© 1940 by JANET M. REBACK
© 2005 MAEVA EDICIONES
Benito Castro, 6
28028 MADRID
emaeva@maeva.es
www.maeva.es
ISBN: 978-84-92695-35-5
A Lois Dwight Cole
(por orden de aparición)
Kurelen | Tío de Temujin |
Houlun | Hermana de Kurelen, madre de Temujin |
(también Hoelún) | |
Kokchu | Chamán (sacerdote) |
(también Kockochu) | |
Temujin | Conocido como Gengis Khan o Gengis Kan, |
(también Temujín) | hijo de Houlun y Yesugei |
Yesugei | Esposo de Houlun, khan de los mongoles qiyat |
Kasar | Hermano de Temujin |
Bortei | Esposa de Temujin |
(también Bortail) | |
Paladines de | Subodai, jefe de la caballería |
Gengis Khan | Chepe Noyon |
Belgutei, hermanastro de Temujin | |
Bektor | Hermanastro de Temujin |
(también Begter) | |
Jamuga Sechen | Jamuga el Sabio, hermano juramentado |
de Temujin | |
Toghrul Khan | Preste Juan, Wang Khan, cristiano nestoriano, |
(también Togril Khan) | gobernador de los keraítas |
Azara | Hija de Toghrul Khan |
Taliph | Hijo de Toghrul Khan |
De la primera arcilla de la tierra, al último hombre
hicieron amasar,
y de la última siega sembraron la semilla;
y la primera mañana de la creación se escribió
lo que en el último amanecer de ajuste de cuentas
se leerá.
O mar Khayyam
Moulun mandó a la vieja sirvienta Yasai a la tienda de su medio hermano, el lisiado Kurelen. Mientras apretaba el paso iluminada por los crudos rayos rosados de la puesta de sol, la anciana enjugaba sus manos cubiertas de sangre en sus manchadas ropas. El polvo que levantaba en su prisa por entre las tiendas se tornaba dorado y la seguía como una nube.
Yasai llegó a la tienda de Kurelen. Los bueyes estaban desuncidos, pero la miraron con turbadores ojos pardos en los que se reflejaba la magnífica puesta de sol. La anciana se detuvo ante la entrada abierta de la tienda, atisbando a Kurelen en su interior. Estaba comiendo, como de costumbre, esta vez sorbiendo ruidosamente de una escudilla de plata llena de kumiss, leche de yegua fermentada. Cada vez que se llenaba la boca, levantaba la escudilla, la cual había robado a un errante mercader chino, y la contemplaba con admiración. Frotaba un dedo torcido y sucio sobre sus delicados cincelados y una especie de alegría voluptuosa brillaba en sus oscuras y macilentas facciones. Todos despreciaban a Kurelen porque todo le resultaba divertido, pero también le temían porque odiaba a la humanidad. Se reía de todo y, del mismo modo, detestaba todo. Incluso su voracidad y su insaciable apetito eran objeto de su desdén, como si no fueran parte de él, sino repugnantes cualidades que pertenecieran a otro y acerca de las cuales él se burlaba abiertamente.
Yasai miró a Kurelen y frunció el ceño. Era sólo una esclava karuit, pero ni siquiera ella tenía respeto por el cuñado del jefe. Conocía la historia. Hasta los zagales la conocían, y aun los pastores, que eran tan estúpidos como sus animales. En el día de su boda, Houlun había sido robada a su esposo, hombre de otra tribu, por Yesugei, el mongol qiyat. Unos días más tarde, su lisiado hermano Kurelen había llegado hasta la aldea de tiendas de Yesugei para interceder por el retorno de su hermana. Los merkitas, pueblo al que pertenecían Kurelen y su hermana Houlun, eran gente astuta y activos comerciantes. Al mandar a Kurelen para ver a Yesugei, enviaban un mensajero hábil y locuaz que poseía una hermosa y persuasiva voz. Si alguien podía tener éxito, sería él. Si lo mataban, su pueblo estaba preparado para asumir el triste acontecimiento. Kurelen era un perturbador y un burlón, y por tanto antipático y odiado por su gente. Los merkitas podrían no conseguir el regreso de Houlun, pero había una probabilidad de que se libraran de Kurelen. Si hubiera sido un hombre fuerte y fornido, habrían podido matarlo en razón de su antipatía y mal carácter. Pero siendo lisiado e hijo del jefe, no podían hacerlo. Además, era un excelente y astuto comerciante, un maravilloso artífice, y sabía leer y escribir en chino, lo que era muy útil para tratar con los sutiles mercaderes de Catay. Su padre había dicho de él que si hubiera sido un forzudo, su gente no lo habría matado porque no era la clase de hombre que merecía la muerte. De cuya sagaz declaración la tribu se había reído, pero Kurelen había hecho su habitual gesto de desprecio, lo que enfurecía a los hombres del pueblo.
Houlun no fue devuelta a la aldea de su padre ni a su esposo porque era muy hermosa y Yesugei la había encontrado deliciosa en su lecho. Tampoco regresó Kurelen. Era una historia sencilla. Se le había hecho pasar a la tienda de Yesugei, y el joven y arrogante mongol qiyat lo había mirado ceñudo y amenazador. Kurelen no se había turbado. Con voz suave, pidió que se le mostrara la aldea del joven khan. Yesugei, que había esperado ruegos o amenazas, se quedó sorprendido. Kurelen no preguntó siquiera por su hermana ni expresó deseos de verla, aunque de soslayo la había atisbado detrás de la entrada de la tienda de su nuevo esposo. Tampoco parecía preocupado por la ceñuda presencia de un gran número de jóvenes guerreros que lo miraban con fiereza.
Yesugei, que no era sutil y pensaba con gran lentitud, cuando pensaba verdaderamente, se encontró llevando al hermano de su esposa a través de la aldea de tiendas. Las mujeres y niños se paraban en las plataformas de las tiendas y lo miraban. Un profundo silencio llenaba la aldea. Hasta los caballos y el ganado dirigiéndose a corrales parecían menos ruidosos. Yesugei abría el camino y Kurelen lo seguía cojeando y esbozando su peculiar sonrisa torcida. Los seguían los jóvenes guerreros, más feroces que nunca, humedeciendo sus labios. Los perros olvidaban ladrar. Fue una larga y burlesca jornada. A intervalos, Yesugei, que empezaba a sentirse tonto, fruncía el entrecejo al cojo lisiado que lo seguía. Pero la expresión de Kurelen era cándida y tenía una distendida franqueza, como la de un niño. Movía la cabeza, como felizmente sorprendido, susurrando ininteligibles comentarios consigo mismo. «¡Veinte mil tiendas!», exclamó en voz alta y melodiosa. Y miró a Yesugei con admiración.
Regresaron a la tienda de Yesugei. En la entrada, Yesugei se detuvo y esperó. Ahora Kurelen reclamaría la entrega de su hermana o por lo menos una suma en compensación. Pero Kurelen no tenía aparentemente prisa. Parecía pensativo. Yesugei, que no temía a nada, comenzó a balancearse sobre un pie y luego sobre el otro, ceñudo y feroz. Palpaba la daga china en su cinturón. Sus ojos negros brillaban con fuego salvaje. Los guerreros se habían cansado de estar ceñudos, y comenzaron a cambiar miradas. En alguna parte, cerca de una tienda distante, una mujer reía abiertamente.
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