Erskine Caldwell - En busca de Bisco
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- Libro:En busca de Bisco
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1965
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En busca de Bisco: resumen, descripción y anotación
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ERSKINE CALDWELL (White Oak, Georgia, 1903 - Paradise Valley, Arizona, 1987), escritor estadounidense, hijo de un ministro de la Iglesia Presbiteriana, estudió en la Universidad de Virginia sin llegar a graduarse. En 1926 se trasladó a Maine y allí empezó a escribir para periódicos y revistas. En sus libros manifestó su preocupación por las miserables condiciones de vida de los campesinos sureños, a la vez que denunciaba el racismo, la violencia de género y los prejuicios de clase de aquella sociedad. En 1936 se casó con la fotógrafa Margaret Bourke-White . De sus obras, entre ellas El camino del tabaco (1932) y La parcela de Dios (1933), se habían vendido hacia 1940 más de dieciocho millones de ejemplares. En ellas se describen con humor y erotismo la miseria, la violencia y el racismo de los blancos pobres del Sur.
Título original: In Search of Bisco
Erskine Caldwell, 1965
Traducción: Andrés Bosch
Fotografía de cubierta: Grandson of tenant farmer whose father is in the penitentiary (North Carolina, 1939)
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
Mezcla brillante y originalísima de encuesta y reportaje, en la que se relata un viaje del autor por el Sur de los Estados Unidos, En busca de Bisco de Erskine Caldwell es un documento humano y social de un valor inapreciable. Inspirado en el recuerdo del pequeño Bisco, un muchacho negro de la aldea de White Oak, en Georgia pueblo natal del autor, que fue el único compañero de juegos de su niñez, el viaje que éste emprende en su busca, medio siglo después, tiene un valor claramente simbólico. No se trata de un retorno nostálgico al pasado, ni de una evocación retrospectiva de los años infantiles, sino del noble intento de mostrar en el presente actual la pervivencia de los mismos prejuicios de raza que le separaron para siempre del mejor amigo de su infancia. Personificación mítica de todos los hombres de su raza, la misteriosa figura del negro Bisco, a quien el autor no habrá de encontrar jamás, es el símbolo de los negros del Sur, condenados a trabajar como esclavos en una tierra donde no se les permite vivir como seres humanos. De ahí que el errabundo vagabundaje del escritor viajero en busca del antiguo compañero de juegos de su niñez, sea un mero pretexto para describir las costumbres y formas de vida y el medio humano y social en que viven Bisco y sus hermanos.
Enfocado desde un punto de vista esencialmente humano, lo que este libro nos ofrece es, en primer término, un certero y lúcido análisis del espíritu y la mentalidad que condicionan la conducta del blanco sureño, anglosajón y protestante, frente al negro descendiente de esclavos. En segundo lugar, un cuadro desapasionado y objetivo de las condiciones de vida en que se mueven los negros del Sur, víctimas no sólo de la segregación racial, sino de una monstruosa injusticia social y económica. Escrito con una clásica simplicidad, que acredita al novelista de raza, y con una lucidez despiadada, que no excluye un amor entrañable por su tierra nativa, este libro, que recoge por igual la voz doliente de los negros y el odio irracional e instintivo de los supremacistas blancos, es tal vez el documento más revelador del trágico problema racial que desgarra los Estados del Sur, producido en la literatura americana de los últimos años.
Erskine Caldwell
ePub r1.1
Titivillus 18.02.2019
El lugar en que por vez primera me di cuenta de las diferencias que el color de la piel establece entre los seres humanos fue, precisamente, la tierra en que nací. Ocurrió en una granja solitaria, que se alzaba en un paisaje de colinas de roja arcilla y bosques de pinos, en el corazón del condado de Coweta, en la zona media de Georgia. El conocimiento de la existencia de una línea divisoria entre las gentes de piel blanca y las de piel negra llegó a mí de una manera súbita, repentina.
Según recuerdo, corría la primera década del presente siglo, y yo contaba algo más de cinco años. Mi único compañero de juegos era un muchacho negro, llamado Bisco. Su padre, hombre alto y flaco, trabajaba como aparcero, con una sola mula, en un campo de algodón inmediato a su casa. La madre de Bisco, grande y de blandas carnes, dejaba que mi amigo y yo nos sentáramos en sus rodillas y nos cantaba melancólicas canciones.
El nombre completo de mi amigo quizá fuera Nabisco o Frisco o Brisco, pero siempre le llamé Bisco, y él a mí, Esk. Teníamos aproximadamente la misma edad, y los dos carecíamos de hermanos y hermanas con quienes jugar.
Bisco tenía el cabello corto y lanudo, la piel achocolatada, el rostro redondo y mofletudo, sonreía anchamente, con la boca abierta, y tanto en invierno como en verano iba descalzo. Cuando jugábamos a lucha libre y los dos rodábamos por el suelo enzarzados en nuestra infantil pelea, briznas de hierba seca, minúsculas piedrecillas y polvo se prendían a su cabello. Y Bisco solía pedir una tregua. Entonces abandonábamos nuestro juego por unos instantes. Bisco se ponía en pie y, con rápidos movimientos de las manos, se limpiaba el cabello. Luego seguíamos con nuestra lucha.
Aquel día, ya tan lejano, después de haber pasado la mañana entera dedicados al juego de la lucha libre, Bisco y yo consumimos las horas de la tarde de otoño jugando con barcos de madera, tallados a mano, sobre la suave y blanca arena, ante la casa de mis padres, edificio de altas columnas, con terraza y cuatro habitaciones. En Georgia, cuando el otoño está ya avanzado anochece pronto, y aquel día las rachas de viento eran frías y húmedas.
En cuanto el sol se puso, Bisco comenzó a temblar. Se sacudió del cabello la arena y el polvo, y dijo que se iba a casa. Le pedí que se quedara para jugar un poco más, pero él contestó que tenía frío, y que quería ir a casa porque allí se calentaría junto al hogar. Vivía con sus padres en una cabaña de una sola estancia, con hogar, situada en medio de un campo de algodón, a un cuarto de milla de mi casa. Desde donde nos encontrábamos, podía ver el humo azulado del fuego de leña de pino que salía de la chimenea de la cabaña de troncos y arcilla, y hasta mi casa llegaba el buen olor de aquel humo.
A la luz de la anochecida, Bisco, castañeteando de frío los dientes, recogió sus barcos y emprendió el camino de regreso a lo largo del sendero que avanzaba por entre las altas zarzamoras. Sin decir palabra, volvió la cabeza atrás varias veces para mirarme, y yo, antes de que Bisco se alejara demasiado, eché a correr tras él.
Había ido a menudo a casa de Bisco para jugar con él ante su casa, pero siempre lo hice durante el día, nunca de noche. En aquella ocasión, tenía tantos deseos de seguir jugando que no me acordé de pedir permiso a mis padres para acompañarle.
Cuando llegamos a la cabaña, los dos temblábamos de frío. La madre de Bisco nos ordenó que nos pusiéramos ante el hogar de ladrillos y nos calentáramos con las azules llamas que despedían las ramas de pino. Era la hora de la cena de Bisco. Su madre nos dio a los dos chuletas de cerdo fritas, acompañadas de torreznos, y caldo caliente en grandes tazones de hojalata. Nos sentamos ante el fuego que crepitaba y comimos con los platos puestos cerca de las llamas.
Tan pronto terminamos la cena, la madre de Bisco lo desnudó y lo llevó a la cama grande y alta, cubriéndole con coloridas mantas de algodón. Mientras la madre abrigaba a Bisco con las mantas, me quité la camisa y los pantalones e intenté meterme en la cama, al lado de mi amigo.
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