Taylor Caldwell - La columna de hierro
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- Libro:La columna de hierro
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1965
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La columna de hierro: resumen, descripción y anotación
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La autora y su obra
L a escritora Janet Miriam Taylor Holland Caldwell, mundialmente conocida como Taylor Caldwell, que es como firma sus obra, tiene en su haber más de veinte novelas; excepcionalmente ha utilizado en alguna de ellas el seudónimo de Max Reiner Aunque de nacionalidad norteamericana, nació en Inglaterra el 7 de septiembre de 1900, en Prestwich, Manchester, donde residían su padres, ambos escoceses.
La autora fue a Estados Unidos a la edad de seis años, cuando su familia se trasladó allí para instalarse en la ciudad de Búfalo. En 1924 se graduó como Doctor of Letters en el D’Youville College de dicha ciudad. Entretanto había contraído matrimonio con William Fairfax Coms, del que, sin embargo, se divorció unos años después. Se volvió a casar en segundas nupcias con Marcus Rebeck, que se convertiría muy pronto en eficaz colaborador suyo; ayudaba a la autora en la búsqueda de documentación para sus obras y fue también el primer lector y crítico de sus libros. De este matrimonio nació una hija, Judith Ann.
Cuando en 1938 se publicó la que se considera la primera novela de Taylor Caldwell, Dynasty of Death (Dinastía de la Muerte), la autora tenía ya terminadas otras doce obras.
Casi desde niña comenzó a dar rienda suelta a su vocación de escritora, prosiguiendo ya mayor con la redacción de esas doce y otras muchas obras cuyos manuscritos no llegaron a su término.
Se cuenta que una vez que el célebre escritor Mark Twain fue a visitar la ciudad de Búfalo, se adelantó una chica joven de entre la muchedumbre que acudió a darle la bienvenida al autor de Las aventuras de Tom Sawyer. La muchacha salió al paso del escritor y después de unas palabras de saludo, le dijo que ella también era escritora. Mark Twain le puso la mano sobre la cabeza, la miró y contestó seriamente: «Sí, sí, naturalmente».
Para aquella chica, que no era otra que la futura Taylor Caldwell y que a sus doce años ya había escrito una novela, tenían que pasar todavía algunos años antes de que se publicara su primera obra, durante los cuales se dedicaba a estudiar y a trabajar en las oficinas de varias empresas sin dejar por ello nunca de escribir.
De las doce novelas que estuvo escribiendo durante su etapa juvenil, varias se editaron más tarde. Pronto le empezaron a llegar también los primeros galardones en reconocimiento de su labor literaria: en 1948 le fue otorgada la Medalla de Oro de la Liga de Escritoras Americanas, al cual siguieron el Gran Premio Literario, el Premio al Mérito de las «Hijas de la Revolución americana», así como el Premio del Instituto Internacional de Artes y Letras.
A partir de 1938 escribió toda una serie de novelas, entre las cuales se cuentan: The Eagles Gather (1939), The Earth is the Lord’s (1940), The Strong City (1941), The Arm and the Darkness (1942), The Turnbulls (1943), The Final Hour (1944), The Wide House (1945), The Side of Innocence (1946), There was a Time (1947), Melissa (1948), Let Love Come Last (1949), The Balance Wheel (1951), The Devil’s Advocate (1952), Never Victorious, Never Defeated (1954), Tender Victory (1956), The Sound of Thunder (1957), The Listener (1960), The Man Who Listens (1961), A Prologue to Love (1961), Grandmother and The Priest (1963), A Pillar of Iron (La columna de hierro, 1965), No One Hears But Him (1966) y Dialogues with the Devil (1967).
En una ocasión, durante una entrevista sobre su sistema de trabajo, manifestó que no procuraba nunca apartarse del concepto que ella tenía de la novela en general, y que consistía esencialmente en una interpretación moderna de lo que pensaba el escritor francés Stendhal de cómo hay que escribir: «Para lograr una buena novela basta poner un espejo a lo largo de un camino».
PRIMERA PARTE
Infancia y juventud
Os justi meditabitur sapientiam, et lingua ejus loquetur judicium; lex ejus in corde ipsius!
SEGUNDA PARTE
El abogado
Proexisti me dues, a conventu malignantium Alleluia; a multitudine operantium iniquitatem
TERCERA PARTE
El patriota y el político
Est quidem vera lex recta ratio naturae congruens, diffusa in omnes, constans, sempiterna, quae vocet ad officium iubendo, vetando a fraude deterreat; quae tamen neque probos frustra iubet aut vetat nec improbos iubendo aut vetando movet, huic legi nec abrogari fas est neque derogari ex hac aliquid licet neque tota abrogari potest, nec vera aut per senatum aut per populum.
CICERON
CUARTA PARTE
El héroe
Facto quod saepe maiores asperis bellis facere, voveo dedoque me pro re publica! Quam deinde cui mandetis circumspicite; name talem honorem bonus nemo volet cum fortunae et maris et belli ab aliis acti ratio reddunda aut turpiter moriundum sit. Tantum modo in animis habetote non me ob scelus aut avaritiam caesum, sed volentem pro maxumis benificiis animam dono dedisse. Per vos, Quirites, et gloriam maiorum, tolerate advorsa et consulite rei publicae! Multa cura summo imperio inest, multi ingentes labores, quos nequiquam abnuitis et pacis opulentiam quaeritis, cum omnes provinciae, regna, maria, terraeque aspera aut fessa bellis sint.
De un discurso de Cayo Cotta
Prefacio
C ualquier parecido entre la República de Roma y la de Estados Unidos de América es puramente histórico, así como la similitud de la antigua Roma con el mundo moderno.
Aquel gran romano, Marco Tulio Cicerón, fue un personaje polifacético: poeta, orador, amante, patriota, político, esposo y padre; amigo, autor, abogado, hermano e hijo, moralista y filósofo. Sobre cada una de estas facetas de su personalidad se podría escribir un libro. Sus cartas a su editor y más caro amigo, Ático, conforman muchos de los libros de la Biblioteca del Vaticano, así como de otras grandes bibliotecas del mundo. Sólo su vida de político podría llenar una biblioteca y ha sido llamado el Más Grande Abogado. Sus propios libros son voluminosos y tocan temas referentes a la ley, la ancianidad, el deber, el consuelo, la moral, etc. Sólo su vida familiar ya merecería una novela. Aunque era un romano escéptico, era también muy devoto, un místico y un filósofo, que finalmente fue nombrado miembro del Consejo de Augures de Roma y fue tenido en gran estima por el sabio Colegio de Pontífices. Su actuación como cónsul de Roma (un cargo parecido al de presidente de Estados Unidos) ya daría lugar a un grueso volumen sin necesidad de referirse a su cargo de senador. Sus casos judiciales son famosos. Sus Orationes constituyen muchos volúmenes. Durante dos mil años los patriotas han citado sus libros con referencia a los deberes del hombre para con Dios y la patria, especialmente el De Republica. La correspondencia que intercambió con el historiador Salustio podría llenar varios tomos (Biblioteca del Vaticano y otras famosas bibliotecas). Al final de este libro se incluye una bibliografía.
Sus cartas a Julio César revelan su naturaleza afable y conciliadora; su buen humor y a veces su irascibilidad y lo bien que conocía el extraño, sutil, festivo y poderoso temperamento de aquél, por no citar sus extravíos. Aunque eran de naturaleza tan diferente, como los «géminis», según dijo Julio César una vez, éste raramente logró engañarle, ¡a pesar de que lo intentó! «Sólo confío en ti en Roma», le confesó Julio en una ocasión. Ambos se estimaron a su manera, con precaución, cautela, carcajadas, rabia y devoción. Su relación es un tema fascinante.
El más caro y devoto amigo de Cicerón fue su editor Ático, y su correspondencia, que abarca miles de cartas a lo largo de toda su vida, es conmovedora, reveladora, tierna, desesperanzadora y engorrosa. Ático escribía con frecuencia que Cicerón no sería apreciado en su época, «pero edades aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que has dicho y escrito será una advertencia para naciones aún desconocidas». Sus numerosas visiones sobre el terrible futuro (el que ahora afrontamos en el mundo moderno) las describe en sus cartas a Ático. Estaba muy interesado en la teología y filosofía judaicas, conociendo muy bien a los profetas y las profecías sobre el Mesías que había de venir, siendo además adorador del Dios desconocido. Anheló ver la Encarnación profetizada por el rey David, Isaías y otros grandes profetas de Israel, y su visión del fin del mundo, que figura en los capítulos primero y segundo de Joel (versión del rey Jaime) y Sofonías (versión de Douay-Challoner), es mencionada en una de sus cartas a Ático (Biblioteca del Vaticano) y, por cierto, describe al mundo en un holocausto nuclear. Su última carta, escrita poco antes de su muerte, es de lo más movida y relata a Ático su sueño de la visión de la Mano de Dios.
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