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Guerra - Cuando el tiempo nos alcanza : Memorias (1940-1982)

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  • Libro:
    Cuando el tiempo nos alcanza : Memorias (1940-1982)
  • Autor:
  • Editor:
    Espasa
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  • Año:
    2007
  • Ciudad:
    Espagne, Pozuelo de Alarcón (Madrid)
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Cuando el tiempo nos alcanza : Memorias (1940-1982): resumen, descripción y anotación

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La vida de un niño de la posguerra, las aspiraciones de un joven que se enfrenta a un régimen político que reprime la libertad, la contribución de un político a la construcción de la democracia o la ilusión de alcanzar la responsabilidad de gobernar para su partido son jalones de una trayectoria vital que Alfonso Guerra nos hace recorrer a través de un viaje por la sinceridad y la narración reflexiva. Estas memorias están escritas con la serenidad que aporta el paso del tiempo pero sin eludir la clarificación abierta de algunos pasajes de nuestra historia reciente y sin ocultar las actitudes poco conocidas de algunos actores de la vida pública española.


Alfonso Guerra dibuja el panorama de la sociedad española inmediata posterior a la guerra civil a través su vida familiar y proporciona elementos reveladores de la política de la transición democrática. Cargado de verdad y con el estilo directo y sereno propio de su autor, Cuando el tiempo nos alcanza sorprenderá al lector y le enganchará en una lectura difícil de detener.
Alfonso Guerra (Sevilla, 1940), undécimo hijo de una familia de trece, fue el primero de ellos en acceder a los estudios de Bachillerato y posteriormente a los universitarios. Estudió Ingeniería Técnica Industrial y Filosofía y Letras. Durante la dictadura compatibiliza su compromiso por la democracia -reorganización del Partido Socialista- con la enseñanza universitaria, la actividad teatral y la pasión por los libros -funda la librería Antonio Machado en Sevilla-. Diputado al Congreso de Sevilla desde 1977, contribuye de forma intensa a la redacción de la Constitución Española de 1978. Ha sido director de las campañas electorales del PSOE hasta 1993, Vicesecretario General del PSOE (1979-1997) Y Vicepresidente del Gobierno (1982-1991).
Presidente de la Fundación Pablo Iglesias y de la Fundación Sistema, director de varias revistas (Temas para el Debate, el Socialismo del Futuro), articulista, conferenciante, autor de varios libros (La democracia herida, El diccionario de la izquierda) y editor autor de libros de actualidad política (La década del cambio, Una nueva política social y económica europea, La socialdemocracia ante la economía de los años 90, y Alternativas para el siglo XXI).
Para Alfonso, para Alma, con amor.

INTRODUCCIÓN
«Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte.»
LUIS CERNUDA
El libro que tiene en sus manos, lector, es un conjunto de recuerdos. Escribir acerca del pasado exige sobreponerse a la nostalgia. Hay que mirar la vida como la vemos hoy, pasados tantos años.


Quizá sea imposible evitar cierta idealización de lo que en otro tiempo nos ofreció aristas más filadas. He querido ser honrado en la exposición de los hechos de mi vida. Y para serlo, lo primero es una explicación a quien los lee. Una explicación que justifique la decisión e expresar en letra impresa mis propias experiencias.
Hace ya algunos años que amigos y compañeros me preguntaban si no escribiría mis memorias.
Al mismo tiempo, empresas editoriales me han ofrecido reiteradamente sus colecciones para su publicación. A todos respondía con mi cerrada posición de no escribirlas. Dos eran las razones que me aconsejaban no introducirme en la rememoración de mis años pasados. La primera tiene que ver con la modesta visión que tengo de mi vida. ¿Puede resultar interesante su conocimiento? Tengo profundas dudas. La otra razón es que resulta decepcionante luchar para que aparezcan claros y verdaderos hechos que la crónica histórica, que hoy se hace en los periódicos, ya ha determinado los perfiles con los que se conocerán para siempre. Representar el papel del que pone en causa la forma en que muchos hechos han sido ya fijados no es una tarea agradable.
Tenía, pues, acordado conmigo mismo no redactar unas memorias que tal vez no interesarían a muchos, y que habrían de tropezar con la dificultad de ser creídas, dados los testimonios no siempre coincidentes que ya se habían tomado por definitivos.
El verano de 1996 lo pasé en Oxford, en la casa de un profesor universitario, a orillas del Támesis, que unía a la belleza de su jardín adornado de hermosas flores la vecindad de un historiador eminente, John Elliot. En las conversaciones de sobremesa o en los paseos vespertinos, Elliot insistía en la conveniencia de escribir las memorias, porque, a su parecer, es suficiente que unos pocos historiadores las cotejen con otros testimonios para alcanzar alguna utilidad. Sus argumentos ablandaron mi posición negativa, y mi vuelta a España coincidió con una solicitud de la editorial Espasa Calpe, que me sorprendió en un momento de debilidad de mi actitud; acepté redactar mis recuerdos. Hoy ofrezco a los lectores estos retazos de mi vida, que no es heroica ni especial, pero que puede reflejar un tiempo en el que la libertad personal de muchos se erigía contra un sistema social y político que castraba muchas oportunidades de vida y alegría.
He tenido presente no caer en los vicios que la tradición atribuye a los memorialistas. Es opinión general que muchos de los que relatan su vida lo hacen con objetivos egocéntricos: ensalzar su propia figura y ajustar cuentas con aquellos con los que han vivido. Mi intención ha sido alejarme de cualquier forma hiperbólica al describir mis actuaciones, y no he pretendido zanjar viejos contenciosos con nadie, aunque al desvelar hechos y conductas pueda resultar incómodo para algunos.
A lo largo de mi vida he comprobado cuánto entusiasmo he logrado levantar en multitudes, cuánto afecto, confianza, en miles de personas, muchas de ellas desconocidas, que han creído encontrar en mí un defensor de sus vidas y haciendas. También soy consciente de la hostilidad que un sector de la sociedad, el más conservador, muestra ante cualquier manifestación mía.
No sería realista mantener una actitud de negación del carácter polémico de mis actuaciones.
Han sido muchos los que han reconocido que ante mí solo caben dos opciones: el entusiasmo o el rechazo absoluto.
Comprendo, pues, que pocos o muchos sientan la necesidad de expresar su neta oposición a mis planteamientos. Les respeto y asumo sus críticas. Pero existen ciertos casos concretos que tienen otra explicación que resulta poco edificante. Algunos revelan un odio injustificado contra mí, les excita combatirme, no con argumentos, sino con improperios, insultos y mentiras; parece que se sienten frustrados ante cualquier atisbo de éxito de mis planteamientos.
Mucho he meditado sobre ello -«El hombre que no medita vive en la oscuridad», decía Victor Hugo-, y mi conclusión, corroborada por muchas opiniones que me han aportado personas de muy variada condición, es que no pueden soportar mi integridad. Actúo, sin pretenderlo, como un espejo que refleja su claudicación. Se saben servidores del poder, y aun del poder menos noble, el poder del dinero, y no pueden aceptar con naturalidad que otros se hayan negado siempre a dar coba a los poderosos, que no se hayan dejado instrumentalizar, usar para el placer de los fuertes.
Estos casos particulares no me interesan. Son más fuertes que yo en cuanto no poseen el freno de los escrúpulos morales, pero nunca han conseguido doblegarme, no me he plegado ante cantos de sirena que me ofrecían apoyos a cambio de someterme a las reglas de la escudería, del clan, de la mafia. Mi independencia, aún mejor, mi libertad ha representado para mí un valor supremo, imposible de sustituir por el éxito, la comodidad, la fortuna o el espíritu gregario, el saberse miembro de un grupo autoprotector.
Sería, por otro lado, un fácil con suelo pensar que cuando algunos te atacan es porque haces camino, como expresa el proverbio árabe que Marcel Proust hace decir a M. de Norpois en A la sombra de las muchachas en flor: «los perros ladran, la caravana pasa». Aún más elegantemente, Percy Shelley escribirá: «Nadie apedrea un árbol que no esté cargado de frutos».

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