Carlos Fernández Liria - Comprender Venezuela, pensar la democracia: el colapso moral de los intelectuales occidentales
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- Libro:Comprender Venezuela, pensar la democracia: el colapso moral de los intelectuales occidentales
- Autor:
- Editor:Hiru
- Genre:
- Año:2006
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Comprender Venezuela, pensar la democracia: el colapso moral de los intelectuales occidentales: resumen, descripción y anotación
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Carlos Fernández Liria (profesor titular de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid) y Luis Alegre Zahonero (investigador en formación en esa misma universidad) emprenden en este libro una tarea cuya enorme importancia, a nuestro entender, contrasta de un modo muy desconcertante con la escasa atención que le han prestado la gran mayoría de los intelectuales españoles presuntamente más comprometidos con el proyecto político ilustrado de un Estado de Derecho.Lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Venezuela tiene una inmensa importancia por razones muy distintas. Una de ellas, y no la menor, es la de haber dejado en evidencia a la gran mayoría de los intelectuales del mundo, de los que habría sido lógico esperar que lo entendieran y lo explicaran. Pocas veces se ha demostrado una nulidad tan tozuda o una mala fe tan insistente en tantos filósofos, académicos, periodistas, columnistas o comentaristas. No se entiende lo que se está demostrando en Venezuela y, cuando se entiende, no se entiende suficientemente. Y no es extraño. Porque los acontecimientos de la revolución bolivariana tienen algo de insólito, algo que a muchos intelectuales bienintencionados de izquierda les ha venido demasiado grande y que al resto, a los intelectuales orgánicos de todo el planeta, neoliberales o progresistas, les resulta hartamente peligroso. Tan peligroso, en efecto, que en Venezuela se están desenmascarando las mentiras más incuestionadas y más exitosas de todo el siglo XX, la gran mentira con la que, en el fondo, todos ellos se ganan la vida.
Carlos Fernández Liria
El colapso moral de los intelectuales occidentales
Título original: Comprender Venezuela, pensar la democracia
Carlos Fernández Liria, 2006
Editor digital: Primo
ePub base r1.2
A Silvia y Favio
ESTADO DE DERECHO Y CONSTITUCIÓN
Santiago Alba Rico
En las últimas líneas de su extraordinaria obra La democracia, historia de una ideología , Luciano Canfora resume, a la luz de la oposición libertad/democracia, la definitiva derrota de este último concepto en la tradición europea, revelando el verdadero contenido de la constitución de la Unión Europea y la doctrina implícita en sus artículos y disposiciones: la conclusión de Canfora es que, contra la democracia, «ha vencido la libertad —en el mundo rico— con todas las terribles consecuencias que ello comporta y comportará para los otros» y que por eso «la democracia debe ser aplazada para otra época y será pensada, desde el principio, por otros hombres, quizás ya no europeos».
Tal vez esa época es la nuestra y tal vez ese país no europeo es Venezuela.
Lo que el libro de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero demuestra —alertando a las instituciones bolivarianas para que no se aparten de ese camino— es que pensar desde el principio la democracia significa precisamente conservar sus principios , inhabilitados, secuestrados, corrompidos dentro de la trampa capitalista, a la que es tan necesario proponer su hipótesis como imposibilitar sus efectos. Durante los últimos cien años, la tradición de izquierdas ha venido sucumbiendo fatalmente al espejismo de esta contradicción y la propia división que ha generado entre sus filas apuntala paradójicamente la legitimidad inexpugnable del hechizo: para defender la democracia, los socialdemócratas acabaron por defender el capitalismo; para combatir el capitalismo, los comunistas acabaron por renunciar o despreciar la democracia. Ambas posiciones alimentaron y alimentan por igual la falsa evidencia de que capitalismo y democracia son genética y empíricamente inseparables.
Esta evidencia es tan falsa como la de que el sol gira alrededor de la tierra: la verdad es precisamente lo contrario. Enfrentados a un desprestigio del concepto cuyo último precedente hay que buscarlo en los años treinta del siglo XX, el daño infligido a la democracia ha sido tanto mayor cuanto que su nombre está siendo hoy utilizado —como lo fue antaño el de «raza» o el de «lebensraum» o el de «civilización»— para romperle el pecho al lenguaje, incendiar el derecho internacional, descerrajar tres países y torturar y matar a cientos de miles de personas; o, lo que es lo mismo, está siendo utilizado para imponer decisiones al margen de la soberana «mayoría de edad» de los pueblos de la tierra. Frente a la democracia como palanca o como chantaje, es fácil ceder a la tentación de arremeter más contra la democracia que contra el capitalismo y acabar considerando las formas mismas como tramposas o restrictivas. ¿Hay que inventar nuevas vías de participación? ¿Es que el «derecho burgués» no ofrece suficientes mecanismos para que la voluntad popular decida ? Lo difícil no es concebir o incluso establecer procedimientos que garanticen la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones; lo difícil es concebir y establecer procedimientos para que esas decisiones se cumplan . Pero si esas decisiones de la voluntad popular no se cumplen no es porque los gobernantes sean malos, el poder corrompa o el hombre viejo se imponga en cada gesto, sino porque el capitalismo siempre constituyente secuestra de manera ininterrumpida las reglas y los conductos de la soberanía constituida. De forma geográficamente desigual, según contexto y coyuntura, el capitalismo tiende, como hacia su ideal, al equilibrio perfecto entre el respeto formal a los principios de la expresión democrática y el incumplimiento permanente de sus decisiones: un modelo, pues, de legitimidad y no de determinación. La izquierda sigue creyendo, citando a un Marx incompleto o superficial, que el llamado «derecho burgués» es sólo el excipiente o cobertura legal de los intereses de la clase dominante sin reparar en que sus leyes, instituciones y cauces de expresión son en realidad —a igual título y al mismo precio que las obtenidas y ya casi perdidas en el terreno laboral— trabajosísimas conquistas populares que esas clases dominantes se vieron obligadas a aceptar y al mismo tiempo a secuestrar y dejar sin efecto. Precisamente Luciano Canfora dedica trescientas minuciosísimas páginas a describir los procedimientos materiales de ese secuestro, resumidos de un modo sumario en dos modelos de intervención alternativos o simultáneos: la manipulación y el terror. Allí donde o cuando podía permitírselo, el capitalismo ha ensayado sutiles formas de dominio blando a través de la propaganda, la reforma electoral —sistema mayoritario, proporcional o mixto, según las circunstancias— y el soborno estructural o puntual de los electores (electoralismo, «pucherazo» o «estado del bienestar»). Allí donde o cuando no podía permitirse estos expedientes, ha recurrido a la violencia explícita, según una fórmula que tiene su arranque histórico en la Comuna de París y que Latinoamérica ha experimentado del modo más dramático en las últimas décadas: matar a casi todo el mundo cada treinta años y después dejar votar a los supervivientes. Es posible que haya que reformar las instituciones, pero la ya impostergable revolución económica no debería impugnarlas. Decir «democracia participativa» es una redundancia, como decir «capitalismo democrático» es un oxímoron. El capitalismo, que consiste en robar vidas y recursos, nos roba también la democracia y el derecho y la lucha por recuperar unas y otros es en realidad la misma lucha .
Ningún parlamento o asamblea pudo decidir democráticamente el exterminio de la población de Mitilene, tal y como nos cuenta Tucídides, porque la democracia consiste en haber decidido siempre ya que eso no puede ser objeto de decisión. Ningún parlamento o asamblea puede decidir democráticamente invadir un país, bombardear sus ciudades y matar de hambre a sus habitantes, porque la democracia consiste en haber decidido ya que eso no puede ser objeto de decisión. Ningún parlamento o asamblea puede decidir legalizar la tortura o la discriminación racial, porque la democracia consiste en haber decidido siempre ya que eso no puede ser objeto de decisión. Ningún parlamento o asamblea puede decidir poner la riqueza en manos de 1500 personas, en detrimento de la mayoría de la población, porque la democracia consiste en haber decidido siempre ya que eso no puede ser objeto de decisión. Estas decisiones constituyentes que se han tomado ya calcifican la estructura ósea que garantiza el cumplimiento de la voluntad popular y que es permanentemente corroída y ablandada por la naturaleza misma del capitalismo; y tienen que ver con la producción y distribución de la riqueza, con la igualdad ante la ley y con la división de poderes. Esas decisiones se llaman Constitución y Estado de Derecho, ideas surgidas al hilo de la misma fuerza que las hizo imposibles, y deben ser firmemente defendidas, reivindicadas, afinadas —como un piano o un violín— contra esa fuerza de licuadora.
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