Pío Baroja - Galería de tipos de la época
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- Libro:Galería de tipos de la época
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1947
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Galería de tipos de la época: resumen, descripción y anotación
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PÍO BAROJA (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 - Madrid, 30 de octubre de 1956). Novelista español, considerado por la crítica el novelista español más importante del siglo XX. Nació en San Sebastián (País Vasco) y estudió Medicina en Madrid, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Su primera novela fue Vidas sombrías (1900), a la que siguió el mismo año La casa de Aizgorri. Esta novela forma parte de la primera de las trilogías de Baroja, «Tierra vasca», que también incluye El mayorazgo de Labraz (1903), una de sus novelas más admiradas, y Zalacaín el aventurero (1909). Con Aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), inició la trilogía «La vida fantástica», expresión de su individualismo anarquista y su filosofía pesimista, integrada además por Camino de perfección (1902) y Paradox Rey (1906). La obra por la que se hizo más conocido fuera de España es la trilogía «La lucha por la vida», una conmovedora descripción de los bajos fondos de Madrid, que forman La busca (1904), La mala hierba (1904) y Aurora roja (1905). Realizó viajes por España, Italia, Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Suiza, y en 1911 publicó El árbol de la ciencia, posiblemente su novela más perfecta. Entre 1913 y 1935 aparecieron los 22 volúmenes de una novela histórica, Memorias de un hombre de acción, basada en el conspirador Eugenio de Aviraneta, uno de los antepasados del autor que vivió en el País Vasco en la época de las Guerras carlistas. Ingresó en la Real Academia Española en 1935, y pasó la Guerra Civil española en Francia, de donde regresó en 1940. A su regreso, se instaló en Madrid, donde llevó una vida alejada de cualquier actividad pública, hasta su muerte. Entre 1944 y 1948 aparecieron sus Memorias, subtituladas Desde la última vuelta del camino, de máximo interés para el estudio de su vida y su obra. Baroja publicó en total más de cien libros.
Usando elementos de la tradición de la novela picaresca, Baroja eligió como protagonistas a marginados de la sociedad. Sus novelas están llenas de incidentes y personajes muy bien trazados, y destacan por la fluidez de sus diálogos y las descripciones impresionistas. Maestro del retrato realista, en especial cuando se centra en su País Vasco natal, tiene un estilo abrupto, vivido e impersonal, aunque se ha señalado que la aparente limitación de registros es una consecuencia de su deseo de exactitud y sobriedad. Ha influido mucho en los escritores españoles posteriores a él, como Camilo José Cela o Juan Benet, y en muchos extranjeros entre los que destaca Ernest Hemingway.
Aquí voy a interrumpir el aire cronológico de estas Memorias y dar una impresión del medio ambiente de un escritor en la época de mi juventud, y después, en tiempos posteriores. Luego, si me queda cuerda para seguir, volveré a tomar el carácter cronológico de mis narraciones.
No tengo los recuerdos bien colocados en el tiempo. Los he escrito un poco desordenadamente, a la diabla, como dicen los franceses.
Como el tercer libro de estas Memorias ha tenido un poco más éxito que los anteriores, quizá por ser más anecdótico, voy a insistir en este cuarto libro en lo mismo y a describir tipos conocidos en la época, unos grotescos, otros importantes, de todas clases y colores. El tiempo a que me refiero es principalmente el que comienza con el siglo y acaba en la guerra europea del 14. Después, si tengo humor y vida, hablaré de otras gentes pintorescas, a quienes he conocido y tratado en un periodo intermedio, entre la guerra mundial del 14 y la del 40.
Pensando en la sucesión de los acontecimientos, se olvida la parte de biografía, la cual queda incompleta. En cambio, cuando se insiste en la biografía, la relación cronológica se pierde.
Voy a contar, pues, la vida de los tipos pintorescos conocidos y algunas de sus anécdotas.
Me han dicho que no serán verdad muchas de las cosas narradas por mí. Yo no sé qué objeto se puede tener en inventar sucedidos y anécdotas. Con ganas de inventar y con facultades para ello, me parece más lógico y más natural escribir cuentos o novelas.
Yo no tengo los recuerdos bien clasificados en la memoria, cada cual en su época, y muchas impresiones antiguas me parecen modernas, y otras modernas, por el contrario, se me figuran antiguas. La labor de colocar los recuerdos en su época se me hace bastante difícil y quiero reunirlos más por su carácter que por su fecha.
Yo creo en la autenticidad de la anécdota, sobre todo cuando no hay un interés político o económico en inventarla. Creo que se advierte esto con claridad. Recordaré unas cuantas.
Cuando era chico oí que el político Albareda le decía a una marquesa célebre de su tiempo, en un café de San Sebastián: «Qué p… hemos sido todos en esta época».
No creo que ningún donostiarra fuera capaz de pronunciar una frase así.
A un amigo le contaba yo que hablando con Pérez Galdós de literatura, y sobre todo de los autores ingleses, me decía, refiriéndose a Dickens: «Es muy salao».
Después, pensando que esta frase se la podía atribuir yo a otro escritor español del tiempo, notaba su imposibilidad. No la hubiera podido decir Valera, ni la Pardo Bazán, ni Echegaray, ni Palacio Valdés, ni Blasco Ibáñez. Tenía que ser de Galdós, quien veía en madrileño a un autor inglés.
Con los otros escritores pasa lo mismo.
A Valera le oí decir: «Con lo que he ganado yo con Pepita Jiménez, no podía haber regalado un traje medianamente elegante a mi mujer».
Otra vez afirmó: «El socialismo no podrá hacer que un obrero tenga a su mujer vestida con un traje de Worth, a su mesa ostras de Arcachon y una botella de champaña de la viuda de Cliquot».
La frase esta sólo la podía decir Valera; entre los escritores, Valera tenía el culto del hombre mundano por esas cosas.
Echegaray me dijo en el estudio de Sorolla:
—Todos los recursos del autor dramático para conseguir el aplauso son legítimos.
—¿Usted cree? —le pregunté yo.
—Todos, absolutamente todos.
Tampoco se puede aplicar la frase a ningún otro dramaturgo de importancia.
A Palacio Valdés la única vez que hablé con él extensamente me indicó: «En América del Norte se dividen las opiniones para señalar quién es el escritor más fuerte y más representativo del tiempo. Unos dicen que Tolstói y otros dicen que yo».
A Blasco Ibáñez le oí, hacia 1903, en los Jardines del Buen Retiro, esta frase: «Los escritores de Madrid no tienen la costumbre de comer».
Diez años más tarde me aseguraba en París, en el café La Closerie des Lilas: «Que digan que yo soy un autor bueno o malo, me tiene sin cuidado. Lo que es evidente es que soy el escritor mundial que gana más dinero de la época».
No creo que fuera verdad; pero que se lo oí, estoy seguro.
Palacio Valdés afirmó al morir Blasco Ibáñez, en algún periódico: «Blasco Ibáñez cierra el ciclo de los restauradores de la novela española».
No sé cómo se puede asegurar esto de una manera radical. Ya podía aparecer otro Cervantes en España, cosa improbable, pero posible. Palacio Valdés le hubiera salido al paso y le hubiera dicho: «Perdone usted: el ciclo de los restauradores de la novela española está cerrado. El último restaurador es Blasco Ibáñez y el penúltimo soy yo. Así que no insiste usted más».
Se veía en él un hombre preocupado con su fama.
No es fácil decir hoy con justicia y con serenidad lo que dijo Tolstói a la muerte de Dostoyevski: «Nunca he visto a éste hombre, nunca tuve relaciones directas con él; pero ahora que ha muerto, comprendo que de todos los hombres era el más próximo a mí, el más querido, el más necesario. Jamás se me ocurrirá compararme con él. Yo no puedo más que admirar todo cuanto ha hecho y nutrirme con ello. El arte y la inteligencia pueden inspirarme envidia; pero una obra salida íntegra del corazón no me puede dar más que una profunda alegría».
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