Pío Baroja - Final del siglo XIX y principios del XX
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- Libro:Final del siglo XIX y principios del XX
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1944
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Final del siglo XIX y principios del XX: resumen, descripción y anotación
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PÍO BAROJA (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 - Madrid, 30 de octubre de 1956). Novelista español, considerado por la crítica el novelista español más importante del siglo XX. Nació en San Sebastián (País Vasco) y estudió Medicina en Madrid, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Su primera novela fue Vidas sombrías (1900), a la que siguió el mismo año La casa de Aizgorri. Esta novela forma parte de la primera de las trilogías de Baroja, «Tierra vasca», que también incluye El mayorazgo de Labraz (1903), una de sus novelas más admiradas, y Zalacaín el aventurero (1909). Con Aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), inició la trilogía «La vida fantástica», expresión de su individualismo anarquista y su filosofía pesimista, integrada además por Camino de perfección (1902) y Paradox Rey (1906). La obra por la que se hizo más conocido fuera de España es la trilogía «La lucha por la vida», una conmovedora descripción de los bajos fondos de Madrid, que forman La busca (1904), La mala hierba (1904) y Aurora roja (1905). Realizó viajes por España, Italia, Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Suiza, y en 1911 publicó El árbol de la ciencia, posiblemente su novela más perfecta. Entre 1913 y 1935 aparecieron los 22 volúmenes de una novela histórica, Memorias de un hombre de acción, basada en el conspirador Eugenio de Aviraneta, uno de los antepasados del autor que vivió en el País Vasco en la época de las Guerras carlistas. Ingresó en la Real Academia Española en 1935, y pasó la Guerra Civil española en Francia, de donde regresó en 1940. A su regreso, se instaló en Madrid, donde llevó una vida alejada de cualquier actividad pública, hasta su muerte. Entre 1944 y 1948 aparecieron sus Memorias, subtituladas Desde la última vuelta del camino, de máximo interés para el estudio de su vida y su obra. Baroja publicó en total más de cien libros.
Usando elementos de la tradición de la novela picaresca, Baroja eligió como protagonistas a marginados de la sociedad. Sus novelas están llenas de incidentes y personajes muy bien trazados, y destacan por la fluidez de sus diálogos y las descripciones impresionistas. Maestro del retrato realista, en especial cuando se centra en su País Vasco natal, tiene un estilo abrupto, vivido e impersonal, aunque se ha señalado que la aparente limitación de registros es una consecuencia de su deseo de exactitud y sobriedad. Ha influido mucho en los escritores españoles posteriores a él, como Camilo José Cela o Juan Benet, y en muchos extranjeros entre los que destaca Ernest Hemingway.
Yo he intentado, si no definir, caracterizar lo que era esta generación nuestra, que se llamó de 1898, y que yo creo que podía denominarse, por la fecha de nacimiento de la mayoría de los que la formaban, de 1870, y por su época de iniciación en la literatura ante el público, de 1900.
Fue una generación excesivamente libresca. No supo, ni pudo, vivir con cierta amplitud, porque era difícil en el ambiente mezquino en que se encontraba. En general, sus individuos pertenecían, en su casi totalidad, a la pequeña burguesía, con pocos medios de fortuna.
Yo creo que en épocas anteriores a la nuestra no se constituía algo parecido a una generación hostil, porque el elemento bien situado iba dando la mano y aupando a la gente joven que se presentaba ante él. En nuestro tiempo, la juventud aspirante era, sin duda, muy numerosa, y los destinos por la pérdida de las colonias habían disminuido; así, que no había mercedes fáciles que otorgar, y los descontentos eran muchos.
La época puso a la juventud literaria en esta alternativa dura: o la cuquería y la vida maleante, o el intelectualismo, con la miseria consecutiva. En la gente de este tiempo, la parte oscura, quizá, fue más interesante que la que llamó después algo la atención.
Inadaptada por instinto, se lanzó al intelectualismo, se atracó de teorías, de utopías, que fueron alejándose de la realidad inmediata.
El camino de la vida pública no estaba abierto más que para los hijos, para los yernos y para los criados de los políticos. En un mundo en el cual el único valor era la oratoria, atrincherado por hijos, amigos y sirvientes, era imposible, o, por lo menos, muy difícil penetrar.
Rechazados en casi todos los órdenes de la vida pública y de la vida práctica, los jóvenes de profesiones liberales de este tiempo tendieron en su mayor parte a refugiarse en la vida privada y en la literaria. La mayoría de los que formamos esta generación habíamos estudiado mal con profesores arbitrarios cuando no estúpidos; pero al dejar las clases, nos quedó a muchos cierta curiosidad, cierto deseo de volver a lo que no habíamos aprendido.
Se pretendía ir a los problemas con entusiasmo y con buena fe. Había gente que intentaba salir a flote con la energía propia y sin auxilio de nadie, aventura poco prudente; había el tipo del joven que compra libros y aprende en la soledad y se hace una cultura de especialistas un tanto absurda, que luego no puede aprovechar.
Los caracteres morales de esa época fueron, al menos entre los mejores individuos del grupo, la preocupación de la justicia social, el desprecio por la política, el hamletismo, el análisis y el misticismo. Las teorías positivistas comenzaban a estar en plena decadencia y apuntaban otras ideas antidogmáticas.
En política se marchaba a la crítica de la democracia, se desdeñaba el parlamentarismo por lo que tiene de histriónico, y se comenzaba a dudar, tanto de los dogmas antiguos como de los modernos.
En este tiempo, parte por timidez y parte por haber sido rechazada de las pequeñas sinecuras antiguas, cierta parte de juventud tendió al germanismo, a un apartamiento del espíritu latino. Se dio el caso del joven en Madrid y en provincias que hizo un libro o dos bien orientados, como promesa, y que, sin embargo, quedó en la oscuridad sin intentar el reclamo o el ruido. Estos tipos de solitarios, con opiniones arraigadas, contrastaban con la audacia de charlatanes de feria de la generación anterior.
Por aquel tiempo se inicia entre la gente de la clase media el gusto de arreglar la casa. Antes era tal inclinación únicamente de los ricos. Hay algo de pedantería en ello, no cabe duda: no se quiere tener en las habitaciones cromos malos, y se prefiere un grabado o una estampa. Comienza a haber un deseo relativo de conocer la tierra donde se vive y cierto afán por viajar; no hay ese prestigio único de París, y se siente afición al campo, a las excursiones, a los viajes pequeños y a las ciudades de provincias.
Otra de las manifestaciones de la mentalidad de la época es la preocupación por la mujer, preocupación excesiva, pero lógica, para quien no ve su ideal en la vida pública. La mujer y el amor son una obsesión para el hombre de este tiempo. La mujer tiene gran importancia, porque se espera de ella un reforzamiento espiritual y se la critica con violencia.
Creo que era Chamfort el que decía: «Il faut avoir beaucoup aimé les femmes pour en dire un certain mal». Esta mujer, que se supone que puede dar un equilibrio psicológico, es la mujer sin brillo, la mujer del hogar. La cómica y la gran dama cuentan menos que antes para los exponentes de esta generación.
La actitud de las mujeres con relación a la juventud más o menos intelectual de la época es curiosa.
A las mujeres les molesta, sin duda, que los hombres esperen tanto de ellas; tienen la idea de salir perdiendo con hombres que exigen demasiado, como si intentaran llevarlas por un camino peligroso, que no es, naturalmente, el suyo. La mujer es casi siempre realista, optimista y social; lo que hacen los demás tiene siempre mucha fuerza para ella, y el camino solitario del inadaptado no la seduce. En el inadaptado ve un energúmeno o un pedante.
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