P RESENTACIÓN
Yo, a veces, no puedo romper la leyenda que han tejido alrededor de mí. Estoy encapullado, indefenso en ella; y mis historiadores contarán mi vida como el mundo la ha visto, no como la he vivido.
En el otoño de 1936, cuando se intensifican la violencia y la represión de la guerra civil, tal vez después de la sonada celebración del 12 de octubre en Salamanca, llega casi por milagro al rectorado una carta destinada a Miguel de Unamuno. La que escribe esta misiva es una argentina, Delfina Molina de Vedia, quien, alarmada por los rumores muchas veces vagos y deformados del conflicto en la prensa bonaerense, se preocupa por la suerte del catedrático de Salamanca, y termina su carta así:
Cuídate alma mía, piensa que estoy sola, lejos de ti, y piensa en lo que tú representas en mi vida. Recuérdame... que con recordarme sentirás que la máxima prudencia es deber tuyo primordial en estas circunstancias. Espero que al recibo de estas líneas sino ya pacificada España, se halle próxima a estarlo. Te abrazo Miguel.
En esta misma misiva Delfina le escribe que ella es capaz de captar sus más secretas intenciones e incluso le asegura: «Te conozco, sí, alma mía. Te conozco como me conoces tú, con una evidencia que no es cosa de este mundo».
Pero ¿qué sabe exactamente de la vida de Miguel de Unamuno esta señora que durante casi treinta años mantiene correspondencia con él y le declara incansablemente su amor a pesar de la indiferencia y del silencio casi constantes de su destinatario? ¿Qué conoce de la niñez y juventud bilbaínas del anciano ahora recluido en su casa, abrumado por tantos años de polémicas, agobiado por los duelos y que sólo aspira a reunirse con sus seres queridos? ¿Qué recuerda de los hechos y dichos del incansable caballero andante de la palabra y de la pluma que escribió en un día de 1906:
Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar (VI, 224).
Es tan difícil abarcar la existencia de quien «no se acuerda de haber nacido», de un ser polifacético, pedagogo, traductor, novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, epistológrafo, excursionista y viajero, orador, colaborador asiduo en numerosos periódicos de España y de Hispanoamérica con miles de artículos.
Es una empresa tan ardua adentrarse en una vida de luchas contra esto y aquello, en busca incesante y dialéctica de «su» verdad, una vida de crisis permanentes, de combates interiores, de dudas y certidumbres. Es tan complejo aprehender las vivencias íntimas y públicas de un intelectual comprometido que enjuicia el destino y la política de su país durante más de medio siglo y cuyos días transcurren en la confluencia de un siglo XIX que tarda en morir y las promesas frustradas de una nueva centuria, una vida entre dos Españas que empieza cierto día de 1864 en el casco viejo de Bilbao...
C APÍTULO PRIMERO
E NSUEÑOS DE NIÑEZ Y MOCEDAD (1864-1880)
Mi niñez es la fuente de mis mejores recuerdos. Vuelvo a ella la vista como los pueblos a su infancia oscura. Siento por ella un amor igual al que éstos sienten por su pasado remoto.
1. L A I NVICTA V ILLA
En 1864, durante los últimos y revueltos años del reinado de Isabel II, la Invicta y Heroica Villa de Bilbao todavía no se había convertido en la gran urbe industrial de las dos últimas décadas del siglo y aún no se habían producido las profundas transformaciones sociales y demográficas en Vizcaya, y principalmente en la parte izquierda de la ría.
El País Vasco está pasando paulatinamente de una economía rural a un sistema industrial, y desde la década de 1840, con la explotación de las minas de hierro a gran escala, empiezan a prosperar las industrias siderúrgicas y metalúrgicas; se funda en 1841 una sociedad anónima, Santa Ana de Bolueta, una novedad en España como los primeros altos hornos. A partir de 1855, el grupo Ibarra afinca su industria en Baracaldo, pero conoce una actividad muy limitada hasta la década de 1880. La implantación en Vizcaya de las primeras industrias no altera las actividades de la burguesía, que siguen siendo ante todo comerciales. Después de la desaparición del privilegio de emisión de moneda que tenía hasta entonces el Banco de San Fernando, se crean varios establecimientos, entre ellos el Banco de Bilbao en 1857; se establecen compañías de seguros, y se inaugura el ferrocarril Tudela-Bilbao para mantener la hegemonía entre los puertos del norte de la Península.
Pese a estas primeras transformaciones, la ciudad del Nervión es una urbe tranquila donde conviven los apacibles «chimbos» —apodo dado a sus habitantes— en un ambiente familiar, sin demasiadas tensiones ni conflictos. En el casco viejo o Siete Calles, «núcleo germinal de la ciudad», residen como en tiempos pasados las tradicionales clases medias, mercantiles y acomodadas. Allí se alzan los más emblemáticos edificios públicos: el Ayuntamiento, el Teatro de la Villa, el hospital de Achuri, y la Alhóndiga, donde se concentra desde tiempos remotos el poder económico, social y político-administrativo de la ciudad.
Desde finales del siglo XVIII , Bilbao impresiona a los visitantes por su ubicación a orillas del Nervión, «río de las delicias y riqueza de la villa», por la limpieza de sus calles bien empedradas, la belleza de sus edificios altos y soberbios, sus abundantes almacenes, sus huertas variadas, su clima suave y unos alrededores poblados de robles. Las calles no solamente se barren y limpian; se lavan con el agua que corre de los caños por las Siete Calles.
La ciudad del Nervión también tiene una vida cultural ilustrada por la presencia de teatros y bibliotecas. La vitalidad comercial es notable; las fiestas, sencillas pero bulliciosas y alegres; la carne y la caza, muy variadas; los pescados, riquísimos; verduras y frutas en abundancia adornan los puestos de los mercados.
A mediados del siglo, el recinto del Bilbao histórico queda estrecho y las murallas dificultan el irreprimible desarrollo de la villa. En 1860, ésta cuenta con unos 18.000 vecinos y pronto se plantea de manera candente la cuestión del ensanche, de modo que, al año siguiente, se elabora un primer plan, diseñado por Amado Lázaro, ingeniero provincial de Vizcaya. El proyecto prevé una ciudad maravillosa, con una espaciosa Gran Vía de 50 metros, y calles con anchura mínima de 20 para que el sol pueda alcanzar las habitaciones de abajo. Pero este proyecto fracasa pues despierta numerosas críticas y el Ayuntamiento pronto se percata de los altísimos costos de las expropiaciones. Finalmente, la ciudad no conoce cambios significativos durante tres décadas, aunque se elabora en 1876 un nuevo plan urbanístico después de la aprobación de los ensanches de Madrid y Barcelona en 1860, y de San Sebastián en 1864.
Bilbao, que vivió la ocupación francesa entre los años 1808 y 1813, sufre dos sitios durante la primera guerra carlista. El 13 de junio de 1835, Tomás de Zumalacárregui, obedeciendo al pretendiente al trono, Carlos María Isidro de Borbón, sitia la ciudad que se niega a rendirse. El general carlista, herido durante el sitio, muere el día de San Juan y a raíz de esta desaparición, las tropas cristinas de Baldomero Espartero liberan a la ciudad el 4 de julio. Otro sitio de 43 días afecta a la ciudad del Nervión en los últimos meses de 1836, pero no se rinde, permaneciendo leal a las tropas de María Cristina; queda libre después de la batalla de Luchana, en la que resulta victorioso el general Espartero el día de Nochebuena y recibe entonces el prestigioso título de Noble y Muy Leal Invicta Villa por su heroica resistencia.
En esta ciudad de pasado glorioso, baluarte de la causa liberal y vuelta hacia un porvenir económico esperanzador, se establece después de la primera guerra carlista la familia Unamuno, oriunda del histórico pueblo de Vergara.