La fascinante personalidad de Cristóbal Colón se ha prestado a una enorme cantidad de estudios, unos espléndidos, otros apasionantes en exceso, sobre sus orígenes, la génesis de su idea, sus condiciones como navegante, su obra como descubridor y como administrador de sus descubrimientos. Colón no se acaba nunca. José Luis Comellas, autor de dos libros sobre aspectos astronómicos del descubrimiento y sobre Colón como cartógrafo, intenta aquí un estudio, riguroso y apasionante a la vez, sobre los viajes de Colón a la luz de la oceanografía, la astronomía, la meteorología, las técnicas de navegación de la época, el régimen de los vientos, corrientes y mareas, que nos explican por qué el gran navegante llegó a donde llegó, y cómo consiguió hacerlo. Tal vez no se ha realizado nunca un estudio multidisciplinar de este tipo, que resulta sorprendentemente revelador.
Y al mismo tiempo, el autor, a la hora de interpretar los descubrimientos, procura deslindar tres vivencias simultáneas, pero monstruosamente contradictorias, en el alma colombina: lo que el Almirante ve, lo que cree ver y lo que quiere hacer creer que ha visto. El análisis de esta triple visión puede contribuir a comprender mejor la desconcertante personalidad del descubridor.
José Luis Comellas
El éxito del error
Los viajes de Colón
Título original: El éxito del error
José Luis Comellas, 2005
Revisión: 1.0
Autor
JOSÉ LUIS COMELLAS. (Ferrol, La Coruña, 1928), es un historiador español aficionado a la astronomía.
Inició los estudios de bachillerato en 1940 en el colegio Fundación Fernando Blanco, pasando en 1942 al colegio Tirso de Molina de Ferrol. Posteriormente, pasó a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago, donde se licenció en 1951, obteniendo el Premio Extraordinario Fin de Carrera y el Premio Ourtvanhoff al mejor estudiante de la universidad.
Se doctoró en Historia por la Universidad Complutense de Madrid en 1953 con una tesis titulada Los primeros pronunciamientos en España, que le valió el sobresaliente cum laude y por la que recibió en 1954 el Premio Nacional Menéndez Pelayo. Profesor emérito de la cátedra de Historia de la Universidad de Sevilla, en 1967 publicó su Historia de España moderna y contemporánea, un manual que ha alcanzado ocho ediciones. El centro de la atención investigadora del autor es el siglo XIX español, acerca del que sobresalen sus estudios sobre la década moderada y Cánovas.
Ha desempeñado diversos cargos académicos entre ellos: Miembro de la Junta Técnica de la Escuela de Historia Moderna, 1965-1972. Director de la Sección de Historia de España en sus relaciones con América, en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1966-1971. Director de la Revista de Historia Contemporánea desde 1981 a la actualidad.
Su afición por la astronomía se ha hecho notar en varias publicaciones que han realizado sobre este tema. Destaca su catálogo sobre estrellas dobles. Entre otras obras, publicó la primera edición en español del Catálogo Messier. Su obra más representativa es Guía del Firmamento, editada ya siete veces y considerada la «biblia española de los aficionados a la astronomía».
Como catedrático de Historia ha publicado: Cánovas del Castillo, 1997, Isabel II, 1999, Último cambio de siglo, 2000 Beethoven, 2003, Historia de los españoles, 2003 y La primera vuelta al mundo, 2012.
NOTAS
[1] Lo que Colón no sabía es que al tiempo de su histórico viaje, ya no existía el imperio del Gran Khan. El imperio mongol desapareció a mediados del siglo XIV, y en China fue sustituido por la dinastía Ming, que prohibió con severísimos castigos todo contacto con Occidente. Si Colón hubiera alcanzado los tan deseados Zaitón o Quinsay probablemente hubiera sido ejecutado.
[2] Hoy los técnicos piensan que la irregularidad en las variaciones de la brújula depende además de otro hecho sorprendente: ¡el polo sur magnético no se encuentra a 180o, es decir, en los antípodas del polo norte magnético!; y las agujas, lógicamente, tienden a combinar el sentido de estas distintas atracciones y repulsiones.
[3] Sin duda se trata de un error en la copia del manuscrito. Colón fingió haber andado menos, tanto a la ida como al regreso.
[4] En realidad, en tiempos de los fenicios el Alfa del Dragón ya no ocupaba el polo celeste: es un error en que incurren frecuentemente los historiadores de la antigüedad. Los fenicios se guiaban por las estrellas, pero sabían que el Norte se encuentra a mitad de camino ente el Alfa del Dragón y la Beta de la Osa Menor. La referencia de la primera estrella como polar se debe sin duda a una tradición anterior, tal vez caldea.
[5] Contra lo que comúnmente se afirma, Colón no concedió primacía a la brújula. De haberse guiado por ella, y supuesta la declinación magnética de fines del siglo XV, hubiera ido a parar a las Pequeñas Antillas, al Sur de Cuba y Haití, y no a las Bahamas, mucho más al norte. Parece haber seguido, indeciso, una ruta intermedia, o quizá más de acuerdo con la estrella. En otro lugar estudio con más detenimiento esta eventualidad. No parece este el lugar para detenerse en precisiones técnicas.
[6] Al propio Las Casas le parece tan absurda, que introduce aquí el inciso más extenso del Diario de Colón, tanto más grotesco cuanto que no advierte que es inciso: «pero si esto es verdad, mucho ha llegado, y tan alto andaba con la Florida; pero ¿dónde están agora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a esto que hacía dice que gran calor, pero claro es que si estuviera en la costa de la Florida, que no hubiera calor, sino frío; y es también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor, si no fuese por alguna causa per accidens, lo que hasta hoy no creo yo que se sabe». Curiosamente, Las Casas continúa el texto colombino sin advertir que se trata de una observación suya. Por otra parte, el buen fraile también se equivoca: ni Florida está a 42o de latitud (es la latitud de Nueva York), ni hace frío.
[7] Pekín se encuentra, efectivamente, en esa latitud. Catay no es, como cree Colón, una ciudad (Marco Polo llama a la capital, hoy Pekín, por su nombre tártaro, Cambaluc). Catay era la parte norte de China.
[8] Colón escribe «Alfa y O» porque el nombre de Omega no quedó generalizado hasta los tiempos de Erasmo, uno de los máximos expertos del Renacimiento en griego clásico.
[9] En ese caso, llevaban entre las provisiones algo más que pan, vino y «ajes».
[10] Los Reyes Católicos, con su característica prudencia, confirmaron a Colón como virrey y gobernador de las «islas» que había descubierto. Para nada mencionan la «tierra firme».
[11] Entre estos caballeros figuraba D. Pedro de Las Casas, padre de Bartolomé, que luego regresaría a Sevilla con un grupo de indios que llamaron la atención. Uno de ellos le sería regalado a Bartolomé como paje. En 1502 embarcó Bartolomé para Indias.
[12] Álvarez Chanca era el único doctor en medicina que figuraba en la expedición. Pero no era el único médico. Contaba con la colaboración de por lo menos media docena de «físicos» —reconocidos como personas capacitadas para tratar enfermedades, pero sin títulos universitarios superiores—, y «cirujanos», que curaban heridas o realizaban sangrías u otras operaciones elementales. Entonces un cirujano tenía menor consideración que un médico.