Introducción
La tormenta perfecta . Tomo prestado el título de la magnífica película dirigida por Wolfgang Petersen y protagonizada, entre otros, por George Clooney y Diane Lane, para resumir la foto fija de España-2013. Es decir, de España. Una foto dentro del carrete de la historia que ya venía precedido de escándalos y que, sin duda, por mucha celeridad con que se empeñe la justicia, continuarán durante este próximo 2014 y en años sucesivos.
La tormenta perfecta nace, como no podía ser de otra manera, gracias a mi editor Roger Domingo, que sigue confiando en mí en el no menos borrascoso panorama literario. La entrega de los premios de literatura empresarial Know Square de 2013 —además de reconocer y valorar a los mejores del management — fue la excusa perfecta para que esa nube de crisis y corrupción que invade España se pudiera plasmar en un libro con un enfoque diferente y, como siempre, con enseñanzas positivas.
La tormenta perfecta se terminó de escribir a finales de 2013, actualizando hasta el último momento alguno de los capítulos. Sea como fuere, el libro no pretende ser un resumen de estos casos de crisis que sacudieron y tambalearon España, sino aprovechar estos casos para analizarlos desde otra óptica. La óptica elegida es en clave de estrategia y lo que supone, a la larga, la toma de decisiones de las personas que deben decidir qué hacer y cómo.
El recorrido por varios de estos acontecimientos pretende no tanto criticar, juzgar, criminalizar o sentenciar a unos u otros sino exponer por qué se utilizaron unas estrategias que todas, sin excepción, resultaron equivocadas y que, lejos de aminorar los problemas, los hicieron más grandes y en algunos casos mastodónticos y de tremendas consecuencias.
El libro profundiza, gracias a estos casos, en aspectos relacionados con marca, reputación, intangibles, comunicación, formación, estrategia, prevención y preparación para intentar extraer conclusiones para propios y extraños sobre una serie de acontecimientos que han afectado a nuestra credibilidad y confianza como país y que han tenido y tienen una tremenda repercusión no sólo en España sino, muy especialmente, más allá de nuestras fronteras.
La pérdida de confianza en España como país es el resumen de este rosario de acontecimientos, porque detrás de cada caso se observan deficiencias muy graves relacionadas con valores éticos fundamentales, búsqueda del bien o de la verdad. Me viene a la memoria rápidamente cuando diez años atrás preparaba mi primer libro ( Y ahora ¿qué?, Empresa Activa, 2005) sobre las claves en la gestión de crisis empresariales y la editorial no me permitía poner la palabra «crisis» en el título, argumentando que al ser un término «negativo» tendría pocas ventas.
El año 2005 era sinónimo de bonanza económica. Las empresas ganaban dinero, el nivel de paro era el menor de los últimos años, la alegría reinaba entre particulares y «España iba bien». En ese libro advertía a los empresarios, directivos y líderes de opinión de un grave problema que, por circunstancias profesionales, comprobaba día sí y día también. Las empresas, instituciones y organizaciones no estaban preparadas para afrontar una crisis que pudiera afectar a su credibilidad, reputación y, muy especialmente, a su cuenta de resultados.
El libro «amarillo», como vulgarmente se conoce a los libros de esa colección, resultó exitoso no tanto por las ediciones y ventas contabilizadas sino porque tres conceptos pudieron instalarse, tímidamente, en muchos despachos de este país: prevención, preparación y decir la verdad.
El libro no me dio de comer tanto como la popularidad alcanzada en programas de radio y televisión, reportajes y entrevistas en prensa, charlas y conferencias. Me he pasado los últimos nueve años, desde 2005, repitiendo estos tres conceptos en escuelas de negocios, universidades nacionales e internacionales, plataformas de management , centros empresariales y lógicamente en empresas y organizaciones que tenían algún tipo de crisis.
La gestión de más de doscientos casos de crisis de todo tipo y de diferentes empresas, instituciones y sectores me ha servido para extraer algunas conclusiones que explico en estas páginas aunque espero que quien las lea no las adopte en ningún caso como dogma de fe porque nunca dos crisis parecidas son iguales y porque, en el fondo, quien decide sobre una empresa o una institución en una situación de este tipo son las personas y éstas tienen valores y culturas diferentes.
La tormenta perfecta profundiza en algunas recetas elementales para entender cómo cualquier caso crítico puede suponer una crisis de confianza, una crisis de imagen, una crisis de reputación o una crisis de valores, y en la totalidad de los casos aquí recogidos la gestión de la crisis es más importante que la propia crisis.
Mi aportación estratégica a estos casos no pretende competir con juicios paralelos que haga la opinión pública. La opinión pública, que no es tonta aunque a veces se la trata como si lo fuera, ya ha dictado sentencia sobre muchos de estos casos precisamente porque la gestión de esas crisis se ha realizado sin método, sin rigor, sin estrategia y sin el más mínimo atisbo de valores éticos. Incluso han fallado estrepitosamente en algo sagrado como es la comunicación.
La comunicación en situaciones de crisis lo es todo. Todo comunica. La comunicación no es que sea estratégica en situaciones de crisis como las que analizaremos, sino que, sencillamente, «es» la estrategia.
El análisis de estos casos pone de manifiesto no sólo las graves deficiencias comunicativas de España como país sino muy especialmente de las instituciones, partidos políticos, patronales y sindicatos y un sinfín de organizaciones y empresas. La gestión de las percepciones en la opinión pública no es tarea fácil pero la callada por respuesta, la demora en la toma de decisiones, la falta de transparencia o el retraso a la hora de afrontar la realidad han hecho un cóctel explosivo de circunstancias imprevisibles.
La tormenta perfecta recorre transversalmente aspectos ya mencionados como la comunicación, la estrategia, los valores éticos, la preparación o la formación para evitar que puedan volver a surgir casos parecidos y, si así fuera, que los dirigentes o gestores pudieran cambiar rápidamente de enfoque. La propia carga «negativa» de estos casos no debería quedarse en eso, en acontecimientos terribles, deplorables, lamentables o tristes, sino en una magnífica oportunidad para sacar conclusiones y observar incluso que todo podía haberse solucionado si se hubiera gestionado de otro modo y a su debido tiempo.
La existencia de estos casos, con independencia del color con que cada uno los mire, ha dañado la reputación personal de los actores implicados, a la clase política en su conjunto y el sentimiento de apego o pertenencia a lo que llamamos España.