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Rafael Chirbes - El viajero sedentario: Ciudades

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Rafael Chirbes El viajero sedentario: Ciudades
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    El viajero sedentario: Ciudades
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    2016
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El viajero sedentario: Ciudades: resumen, descripción y anotación

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El aclamado novelista valenciano Rafael Chirbes ha reunido en un volumen una selección de los reportajes sobre ciudades del mundo que a lo largo de varias décadas fue publicando en la revista Sobremesa. La selección y ordenación de los artículos atiende a la intención de guiar al lector hacia determinado estado de ánimo. El libro es una mirada desde un sitio, algo que casi contradice la abundancia de escenarios presentados, y esa declaración de sedentarismo. Nos cuadra más por título el viajero anónimo, pues Chirbes, que confiesa haber iniciado su aventura viajera en la juventud para escapar de una realidad gris y asfixiante, opta por describir las ciudades desde los ojos de una tercera persona, el viajero, distanciándonos de la intimidad y de toda circunstancia personal. Los lectores tal vez lo echen de menos. Pero más que eso, un lector de textos viajeros espera no un yo que confirme la verosimilitud de lo descrito, sino ese yo ficticio que inventa escenas y figuras humanas que den volumen al decorado. Chirbes resulta excesivamente fotográfico, frío. Desperdicia el recurso más valioso del escritor viajero: las historias humanas que saltan al camino. Es un peaje que se paga cuando se escribe sin ambición literaria, con la premura del reportaje, con información y rigor, pero sin alma. En el primer bloque, el de las ciudades asiáticas, abundan los inventarios, pura descripción de bultos. Así en Bangkok describe las furgonetas del mercado colmadas de frutos del pan, de berenjenas enanas, de olorosos y frescos jengibres, de naranjas, limas y limones... El libro es un selecto y valioso diccionario de consulta sobre ciudades al que recurrir con sentido práctico, más que por deleite. La cultura del autor enriquece las estampas de las ciudades europeas. La erudición de Chirbes, junto al pedigrí de ciudades como Dresde, Cracovia o Zurich, convierten muchos de estos artículos en un festín cultural. Preferimos la información del puro reportaje a los párrafos con ínfulas líricas. El libro recoge pocas ciudades americanas, se detiene en Francia, Italia, no olvida el ruedo ibérico y se cierra en Ibiza, una especie de banca suiza del cuerpo y los estimulantes.

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El aclamado novelista valenciano Rafael Chirbes ha reunido en un volumen una selección de los reportajes sobre ciudades del mundo que a lo largo de varias décadas fue publicando en la revista 'Sobremesa'.

La selección y ordenación de los artículos atiende a la intención de guiar al lector hacia 'determinado estado de ánimo'. El libro es 'una mirada desde un sitio', algo que casi contradice la abundancia de escenarios presentados, y esa declaración de sedentarismo. Nos cuadra más por título 'el viajero anónimo', pues Chirbes, que confiesa haber iniciado su aventura viajera en la juventud para escapar de una realidad gris y asfixiante, opta por describir las ciudades desde los ojos de una tercera persona, 'el viajero', distanciándonos de la intimidad y de toda circunstancia personal. Los lectores tal vez lo echen de menos. Pero más que eso, un lector de textos viajeros espera no un 'yo' que confirme la verosimilitud de lo descrito, sino ese yo ficticio que inventa escenas y figuras humanas que den volumen al decorado. Chirbes resulta excesivamente fotográfico, frío. Desperdicia el recurso más valioso del escritor viajero: las historias humanas que saltan al camino. Es un peaje que se paga cuando se escribe sin ambición literaria, con la premura del reportaje, con información y rigor, pero sin alma.

En el primer bloque, el de las ciudades asiáticas, abundan los inventarios, pura descripción de bultos. Así en Bangkok describe las furgonetas del mercado 'colmadas de frutos del pan, de berenjenas enanas, de olorosos y frescos jengibres, de naranjas, limas y limones...' El libro es un selecto y valioso diccionario de consulta sobre ciudades al que recurrir con sentido práctico, más que por deleite. La cultura del autor enriquece las estampas de las ciudades europeas. La erudición de Chirbes, junto al pedigrí de ciudades como Dresde, Cracovia o Zurich, convierten muchos de estos artículos en un festín cultural. Preferimos la información del puro reportaje a los párrafos con ínfulas líricas.

El libro recoge pocas ciudades americanas, se detiene en Francia, Italia, no olvida el ruedo ibérico y se cierra en Ibiza, 'una especie de banca suiza del cuerpo y los estimulantes'.

©2004, Chirbes, Rafael

©2004, Anagrama

ISBN: 9788433968708

Generado con: QualityEbook v0.78

Rafael Chirbes
El viajero sedentario. Ciudades

* * *

A mi joven amigo Vicent Molines García y compañero de viaje que pronto cumplirá cinco años.

A Juan Manuel Ruiz Casado, amigo insustituible y severo y paciente lector.

De ellos y las ciudades Futuras.

ORIENTALES
PEKÍN. LA CIUDAD INALCANZABLE (Septiembre de 1993)

LOS últimos días del pasado mes de mayo fueron, en Pekín, turbios, pesados. Apenas salía el sol a primera hora de la mañana cuando ya la calima lo invadía todo y una luz blanca, cegadora, destellaba en el metal de las bicicletas que, por millares, permanecían aparcadas en plazas y callejones. Hacia las cinco de la tarde, sin embargo, la calima se evaporaba lentamente y descendía sobre la ciudad una luz dorada que envolvía los caballetes de los tejados de la Ciudad Prohibida y mojaba el río de silenciosas bicicletas que a esa hora rodaban por Chang’anjie; e iluminaba las cometas que los aficionados lanzaban con maestría al aire desde el centro de la plaza de Tian’Anmen: las delicadas libélulas de tela, los larguísimos y bellos dragones. Los grupos, que la bruma diurna había empastado, ahora aparecían claramente separados y también sus voces se oían más nítidas.

Aún circulaba la multitud entre las puertas de las viejas edificaciones imperiales y los puentes de pretiles labrados que saltan sobre los antiguos e inútiles fosos, a la sombra del gran retrato de Mao que preside la entrada de la ciudad imperial. Las coloreadas gorras de los campesinos, muchos de ellos llegados desde muy lejos, de los obreros excursionistas, adquirían tonalidades fosforescentes. Mientras, al otro extremo de la inmensa plaza, en los alrededores de Qian Men, cobraban repentina vida los restaurantes y puestos callejeros, con sus escaparates rodantes, con sus sillas diminutas y mesas de juguete, y sus platillos de casa de muñecas que progresivamente iban siendo envueltos por el humo de las cocinas portátiles y las luces de las lámparas de gas. Los viandantes se detenían para tomar algo al paso y muchas de las sillas ya habían sido ocupadas por cuerpos que parecía imposible que se sostuvieran en equilibrio sobre aquel mobiliario en miniatura.

A medida que las sombras recortaban la perspectiva; que la multitud humana y las humaredas se adensaban a espaldas de la gran plaza y los olores se volvían más intensos, el viajero renovaba cada tarde su pacto de complicidad con la ciudad recién descubierta y que se le iba volviendo familiar con su olor de soja y de cacahuete, con su espesor humano, porque ya había visto pedazos de ella en algún otro lugar del mundo, en algún otro lugar que el paso del tiempo había convertido en difuso recuerdo: en el Mercado de la Merced, en el centro de México D.F.; en la plaza de Veracruz, una noche de verano en la que el calor, la humedad, el mezcal y el pesado aroma de las flores le disolvieron la voluntad y le dejaron sólo el recuerdo de una mancha de deseo; en los vericuetos hipnotizantes de la medina de Fez, o en el Mercado de las Flores de Estambul; en las madrugadas bajo los soportales del boulevard de Yogia-Yajarta, con su irivenir de rickshaws bajo la luna; en la lejana pastosidad de los mercados de una Valencia ya desaparecida y que se vestía de gran ciudad en la imaginación de un niño campesino, con sus lóbregos refugios contra los bombardeos, sus salas de baile de nombres exóticos y paredes desconchadas, y las tiendas que expandían por la calle montones de mercancías; en el aire, olores de cáñamo, cuero y maderas recién aserradas. Ahora era Pekín.

Ya noche cerrada, y después de recorrer las populosas callejuelas de Ta Sha Lan, deslumbrantes de mercancías y compradores, el viajero regresaba a la plaza de Tian’Anmen que, en su desmesura, parecía un lago cuyas orillas apenas alcanzaban a divisarse. Aún quedaban grupos de paseantes, corros de gente que buscaba el relativo frescor de la noche en ese corazón que lo es no sólo de la ciudad, sino también del país más grande y viejo de la tierra. Regresaba a pie hasta el hotel, gozando del silencio de una ciudad que envolvía el zumbido de las bicicletas que circulaban a oscuras, y el sonido de algún timbrazo, como una campanilla. Resultaba agradable ese silencio tenso, poblado de sombras deslizantes. Un par de veces se había detenido para tomar una copa en el bar del Hotel Beijing, más allá del hall, a esas horas solitario, con sus columnas doradas, sus jarrones, faroles y alfombras soberbios, todo en el más excitante estilo de las chinoiseries que tanto gustaron en Europa durante el primer tercio de siglo, cuando los destellos de su brillo exótico llegaban a Occidente envueltos en una perversidad de volutas de humo de opio; y con sus modernas y lujosas tiendas dedicadas a satisfacer los gustos de los hongkoneses; de los chinos emigrantes en América —hermanos de más allá del mar, «overseas brothers», como se les llama ahora—; de los banqueros y concesionarios enriquecidos en el frenesí de la nueva liberalización económica. A esas horas, las tiendas estaban ya cerradas, pero el viajero había tenido ocasión de visitarlas en pleno día, como, en su deambular, había visitado las del Hotel Palace: los jarrones Ming, los carísimos barcos de jade, las prendas firmadas por los grandes modistos y diseñadores europeos. Los descabellados precios de los objetos allí exhibidos, las soberbias escalinatas de mármol, las cascadas de agua, todo, en el Palace, le había hablado al viajero de los tremendos contrastes en esta ciudad de salarios socialistas, métodos de trabajo resistencia les y desaforado consumo capitalista.

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