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Fernando Calderón Gutiérrez - La construcción social de los derechos y la cuestión del desarrollo

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La construcción social de los derechos y la cuestión del desarrollo: resumen, descripción y anotación

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Prólogo

Alain Touraine

F ernando Calderón –sociólogo boliviano, Ex Secretario Ejecutivo de CLACSO, participante muy activo del PNUD (programa de Naciones Unidas para el desarrollo) para varios países del continente, amigo muy cercano de Manuel Castells– es de esos sociólogos, economistas o politólogos que no corren el riesgo de encerrase en las diferencias que separan a unas naciones de las otras en esta región vasta y diversa.

Desde hace tiempo, él forma parte del pequeño grupo de precursores que, antes que los otros, levantaron la bandera de pensar lo global, lo que obliga a consagrar una reflexión y una formación profesional permanentes a todos los especialistas, juristas, ecologistas, antropólogos o especialistas de comunicación que trabajan –algunos desde hace más de medio siglo y la mayoría desde hace dos o tres décadas– para construir una imagen compleja y coherente del nuevo tipo social en que vivimos. Este último lleva al mundo entero, empujado por la globalización, hacia un nuevo modelo social dominante, y hacia nuevas combinaciones entre ese modelo central y tipos de sociedades más o menos dependientes, ya sea de los antiguos poderes colonizadores como de los Estados que sostienen más claramente el nuevo modelo social. Un modelo social que está claramente conformado de una manera post industrial, tal como lo habíamos propuesto con cierto éxito Daniel Bell –gran intelectual americano y profesor de Harvard University– y yo mismo, en la École des Hautes Études en París desde los años 70, todavía en un siglo XX dominado por la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, que se desencadenó casi al mismo tiempo que la victoria de los Aliados sobre el ejército y el régimen hitleriano, y que ya estaba inscrita en los acuerdos de Yalta.

Si es desde hace tiempo necesario leer con una atención particular a los y las que fueron los primeros convencidos de la necesidad de dar prioridad a la historia global sobre las historias nacionales y hasta regionales, es solamente ahora, después de una larga generación de trabajos, que podemos leer, gracias a grandes investigadores como Fernando Calderón, los estudios que combinan una fuerte conciencia de la necesidad de una sociología global y un conocimiento profundo de varios países, en particular en el caso de Fernando Calderón, Bolivia, Argentina y Chile.

Nos hemos acostumbrado a leer y escribir historias nacionales hasta en el caso de las naciones colonizadas, por la fuerza con que la identidad nacional de las potencias coloniales, que tendían fuertemente a acordar un valor universal a sus propias características sociales y culturales, y que ha marcado la organización de esas naciones y la vida de sus habitantes. A lo largo de los dos últimos siglos, es la producción industrial, sus conflictos sociales y las reformas que provocaron, ya sea por la ley o por las negociaciones colectivas, así como también por los movimientos revolucionarios, lo que definió más fuertemente a estas sociedades, que parecían en ese entonces más potentes y que las otras querían imitar. Más concretamente, las sociedades que se definían por un conflicto social central, que oponía a asalariados y dueños de las industrias alrededor de la convicción compartida por ambos campos de que la creatividad humana se manifiesta más directamente por su capacidad técnica.

El continente americano recibió por su dependencia colonial, ante todo una herencia cultural, primeramente lingüística, de los países colonizadores, España y Portugal, pero también, desde la mitad del siglo XIX, en el caso de Chile y Perú, sufrieron la ocupación del oeste americano. Desde la fiebre del oro, que condujo en la costa pacífica de América del Sur, un desarrollo económico del cual Valparaíso es la ciudad simbólica y del cual varias ciudades, como Iquique –bastante más al norte que Valparaíso– guardaron la marca candente de la represión a los primeros movimientos de los mineros del cobre y de salitre. América Latina no es solamente un continente colonizado por los españoles y los portugueses, sino que ha estado durante mucho tiempo, marcado por la hegemonía británica que duró hasta el breve periodo que separó las dos guerras mundiales del siglo XX y enseguida por una hegemonía norteamericana que acabó, en su forma más extrema, incorporando recientemente México a América del Norte.

No obstante, no subestimemos la herencia del periodo que fue el de las grandes expediciones y exploraciones coloniales y que culminó creando un orden social y político preocupado sobre todo por hacer respetar los intereses del sistema colonial, pero que, tal como las misma metrópolis europeas, se inspiraba de una concepción general de la vida social y del gobiernos más jurídica y política que económica y social. Situación cuya influencia fue aún más durable, ya que España o Portugal así como en la vecina Francia, mantuvieron al final del siglo XIX esta concepción más jurídica y política que económica y que subordinó los conflictos sociales a los intereses de la nación, sea ésta la del poder colonizador o, por el contrario, la de los movimientos de liberación nacional.

Si insisto sobre la importancia dominante de la economía y de la sociedad industrial en el mundo del siglo XX, es porque la mejor manera de comprender la naturaleza del nuevo modelo social que vemos formarse se comprende mejor cuando lo comparamos con el modelo industrial. Por la simple razón que si los dirigentes económicos se adaptaron fácilmente a la aparición de un orden que controlan y que utilizan, los movimientos populares, sociales o políticos aun cuando no son víctimas de una represión masiva, como es el caso de tantos países del mundo, o bien se aferran a los modelos anteriores que intentan renovar, o bien se agotan y desaparecen a causa de su incapacidad de comprender el mundo que se substituye al mundo industrial y a crear movimientos sociales y formas de acción política bastante adaptados a situaciones nuevas para darles rápidamente una gran influencia en todos los aspectos de la vida política.

Los países de América Latina fueron modernizados y entraron en la civilización industrial, antes que nada por la llegada masiva de inmigrantes, venidos sobre todo de los países mediterráneos pero también de Alemania, de Suiza y de Francia, así como del imperio turco antes de la Primera Guerra Mundial, lo que les dio el nombre de “Turcos” a los Sirios y los Libaneses que se ampararon del gran comercio y a veces de las industrias textiles en las dos orillas del Atlántico. Acción completada por la presencia de otra imagen, más material, de la sociedad industrial, la aparición en varios países del continente de una economía minera y sobre todo de una clase obrera de mineros que fue, con los obreros que vinieron más tarde del petróleo, los actores principales de las luchas sociales industriales, cuya resistencia marcó con sangre muchos paisajes, aun si los movimientos obreros fueron a menudo controlados o utilizados por los nacionalismos políticos que reunían alrededor de ellos mismos categorías mucho más diversas y por lo tanto más potentes. Pero la vida política de todos los países fue dominada por movimientos más políticos que sociales y hasta por una voluntad de participación y de distribución a todos los ciudadanos más que por los conflictos de clase. Argentina fue el ejemplo más importante de este “nacional-populismo ” del que Perón se convirtió la personalidad emblemática, incluso cuando la oligarquía enriquecida por la Pampa, lejos de defender formas de dominación tradicional, estaba fuertemente influenciada por el racionalismo y el positivismo venidos de la Europa urbana, y se comprometía con la creación de repúblicas laicas.

En el norte del continente, donde existe y donde se ha mantenido una fuerte población india, los prejuicios y los conflictos étnicos lograron inclusive comandar ampliamente la vida política hasta nuestros días, en particular en América Central y con más fuerza en Guatemala y en México, donde el apoyo oficial dado al movimiento indigenista, si bien culminó con la creación de un admirable museo antropológico en México, no terminó con la exclusión a menudo brutal que han sufrido los indígenas y no ha podido reducir o hacer desaparecer al activo movimiento neozapatista de Chiapas, cuyo subcomandante (y por lo tanto no indígena) Marcos fue su portavoz e inspirador.

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