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François Châtelet - Crónica de las ideas perdidas

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  • Libro:
    Crónica de las ideas perdidas
  • Autor:
  • Editor:
    Mascarón
  • Genre:
  • Año:
    1981
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Crónica de las ideas perdidas: resumen, descripción y anotación

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Este libro constituye una confesión intelectual completa que amplía su campo hasta la revisión global del pensamiento filosófico-político europeo de las cuatro últimas décadas, articulándose en base a dos compromisos : Determinar el significado de las ideas que impulsan a las instituciones que tienen poder para organizar nuestras conductas y que intentan, por este medio, regir nuestros pensamientos, poner a prueba su validez y desvelar sus objetivos : ésa es la función actual de la filosofía viva.

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CRONICA DE LAS IDEAS PERDIDAS Franois Chatelet PREÁMBULO A A No - photo 1

CRONICA DE LAS IDEAS PERDIDAS

François Chatelet


PREÁMBULO

A. A. — ¿No es una empresa paradójica y abocada al fracaso hacer hablar a Chátelet de Chátelet cuando se sabe cuál es la opción que tú has escogido como escritor -sostener un discurso que se pretende teórico— y cuando uno conoce, como yo, tu rechazo permanente de cualquier complicidad subjetiva y de la intimidad ambigua de las conciencias privadas? ¿Qué sentido filosófico vas a darle a esta charla que intentaré mantener contigo?

F.C. — No está mal que me hagas esa pregunta para comenzar. En efecto, ésta es la segunda vez, en poco tiempo, que quebranto una especie de regla que me había fijado y que en todo momento había respetado escrupulosamente desde que comencé a escribir, es decir, desde hace veinte años: no hablar de mí. El año pasado escribí una narración novelesca "en primera persona" que incluía elementos autobiográficos. Y hoy, aquí, acepto, o mejor, asumo con gusto la tarea de relatarme a mí mismo. Pero yo sé —y tú también lo sabes, ya que planteas la cuestión— que, debido a la decisión implícita que ha presidido mi pasado de escritor y a esa voluntad de impersonalidad que hasta ahora he mantenido, el asunto no va a resultar fácil. Soy, simplemente, incapaz de lanzarme; y, aunque quisiera hacerlo, probablemente no lo conseguiría. Necesito de unos preliminares. Así que, no me queda más remedio que actuar de esta manera: no puedo "contar" nada, no puedo siquiera tomar partido o dar mi opinión sin haber examinado las condiciones de posibilidad de mi narración... Según dicen mis amigos, este rasgo de mi carácter llega a ser muy irritante: cuando estoy presente en alguna discusión acerca de algún problema de la vida cotidiana o en torno a alguna consideración psicológica o histórica, o bien guardo un silencio cortés con un aire, según ellos, de no pensar siquiera en el asunto, o bien intervengo al cabo de un rato, pero para decir que "el problema está mal planteado" y lanzarme, también según ellos, a consideraciones de tal naturaleza que uno llega a olvidar el objeto de la discusión.

Creo que no actúo así ni por pedantería ni por coquetería teórica, sino porque estoy convencido, de que es mejor callarse que hablar sin haber explicitado el proyecto, la naturaleza, la categoría de mis palabras. De lo contrario el "teórico" que he reprimido surge sin importar cómo y con tal agresividad que me torno completamente ininteligible. Dejemos esto...

Y ahora desconfiemos de la manía filosofante. Entre el momento en que decidí escribir la novela a la que di el título de Les Années de démolition y aquél en que redacté la primera línea del texto no hubo, por así decir, intervalo. No tuve tiempo de reflexionar sobre él. Durante diez semanas permanecí como en un sueño febril y laborioso, ausente de lo que me rodeaba, con los únicos altos de sueños breves y pesados. Después de la publicación del libro me desperté tan a gusto que no pensé más en él. En cambio, entre el momento en que establecimos nuestro proyecto y esta primera entrevista, he tenido ocasión de preguntarme por qué me había embarcado en esta empresa y, por consiguiente, qué rumbo pensaba darle. Y, de manera casi espontánea, monté un escenario teórico de efecto seguro que no debo dejar sin descubrir. Ciertamente era muy tentador, tomando prestada la teoría de los géneros literarios de Gyórgy Lukács, presentar esta obra como un ensayo. Para Lukács, el ensayo, en términos generales, se caracteriza, desde Montaigne, como una fisura. A un lado se sitúa la obra novelesca que es la construcción o recreación de una experiencia subjetiva, singular —aunque el sujeto sea plural o colectivo—, desarrollada en un horizonte histórica y localmente preciso, profundamente personal, concreto en sus manifestaciones; al otro lado el trabajo científico o teórico y la filosofía, que encajan, en general, en el ámbito de lo impersonal y de lo universal, y donde el que escribe sobre ello se ha despojado o pretende haberse despojado de todo rasgo subjetivo para constituirse en agente de la verdad, es decir, de enunciados válidos para todos, cualesquiera que sean las circunstancias. El ensayo, como la novela, tiene como punto de partida la experiencia subjetiva que forma el material del texto; pero, a medida que éste se va desarrollando, el autor reflexiona y da un alcance universal a sus pruebas y a sus aventuras; se convierte en criterio de verdad para el lector que es quien extrae de esas singularidades las significaciones universales. En resumen, para Lukács, el ensayista está a medio camino entre los potentes motores que son la Experiencia y la Imaginación, por un lado, y el Saber demostrado (o verificado) que sólo proporciona los fundamentos, por otro.

¡Qué ganga para mí esta seductora construcción! Yo me había decantado, hasta el año pasado, del lado de la universalidad; con Les Années de démolition me había entregado al juego de lo imaginario y de las aventuras singulares. Gracias a este nuevo libro comenzaría a unir los dos lados, a usar mi experiencia en lo que ha podido tener de única para alimentar mis pretensiones de verdad. Enseguida me desengañé. Dejo de lado las críticas que fácilmente pueden hacerse a la tipología elaborada por Lukács (y que, de hecho, se presenta de manera más sutil, más matizada, más histórica de lo que yo acabo de hacerlo). En realidad, nada de lo que yo había escrito correspondía a esta hermosa polaridad; mis investigaciones históricas y teóricas de filósofo menos aún que mi tentativa novelística. De golpe, al plantearme esta nueva obra, me situaba en una abstracción mortal...

...es decir, la negación de la singularidad como tal; no retener de su odisea nada de lo que la caracterice como irreductible a otro orden que no sea el suyo, en beneficio de lo que la manifieste como expresión de lo Universal; no ver en el individuo otra cosa que la comunidad, la historia, el Ser, todo excepto el individuo... Una zambullida en los mundos abstractos.

Más aún, al aceptar la hipótesis lujcacsiana reincidía en una concepción a la que yo había estado adscrito durante mucho tiempo, de la que me había ido alejando progresivamente desde hacía diez años y con la que hoy creo haber roto definitivamente: el hegelianismo. La doctrina hegeliana ha pesado tanto en mi vida —digo bien: mi vida empírica, concreta— que no podría dejar de hablar de ello y es preciso que ahora le dedique algunas palabras. Si en algún momento pude recrearme con la ilusión de la coherencia dinámica del conjunto de mi proyecto literario al utilizar el ingenioso montaje de Lukács, es porque durante mucho tiempo viví con la idea que se tiene de ser razonable, en el sentido en que Hegel define este término, es decir, de realizar en sí y para sí la Razón, de utilizar el pathos —las pasiones, el deseo, el placer-para esta realización, para someter la individualidad a este fin a la vez necesario y enaltecedor. Sí, yo he vivido largo tiempo con la ilusión de la necesidad, una necesidad soportada que tenía que transformar en una necesidad deseada; he creído durante mucho tiempo —como los fieles de las religiones reveladas a las que siempre me he opuesto desde el día de la solemne ceremonia de mi primera comunión— que la verdad podía hallarse entre la primera y la última página de un libro y que ese libro era la Fenomenología del Espíritu. Ahora sé que se trata de una creencia nefasta, ya que es, entre otras, el origen de la virtud espantosa de la obediencia. Naturalmente que estos o aquellos análisis de Hegel tienen mucho de aprovechables y que la Ciencia de la Lógica sigue siendo el glosario de nuestro pensamiento. Pero el hegelianismo, ya sea cristiano, liberal-progresista o marxista lleva siempre el estigma del Estado, es mortífero y devastador...

Como devastadora, aunque en grado mucho menor, hubiera sido mi intervención aquí, si hubiese conservado la perspectiva legada por Lukács. ¿Cómo iba yo a abordar, entonces, nuestras entrevistas? ¿Cómo el relato de lo vivido? Si he roto con el hegelianismo no es, desde luego, para adoptar una actitud que siempre me ha irritado, la que privilegia la conciencia subjetiva, ya sea ingenuamente expresada o tomada directamente como material filosófico. Hay que ser audaz y necio al mismo tiempo para creer que el discurso que refleja inmediatamente lo vivido es, como tal, interesante. Lo vivido sólo tiene valor si uno se eleva sobre ello.

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