PRÓLOGO
Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez.
J ORGE L UIS B ORGES,
Historia de la eternidad (1936)
Unos meses antes de que Donald Trump llegara a ser presidente de Estados Unidos, me encontré en Dresde rodeado por una mezcla de manifestantes alemanes neonazis y populistas xenófobos. Había viajado a la ciudad con mi familia para dirigir un seminario sobre fascismo y populismo en la universidad local. Como por obra del destino, llegamos un lunes, día en que los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) realizan su manifestación semanal. Estábamos rodeados de banderas racistas y rostros furiosos. Literalmente, uno de los ejemplos más extremos de populismo actual se interponía entre el hotel y nosotros. En ese momento, mi hija mayor, que entonces tenía ocho años, preguntó: «¿Ésos son los nazis que mataron a Anna Frank?». El año anterior habíamos visitado el Museo de Anna Frank en Ámsterdam, y la historia la había afectado bastante. No, le contesté, no son los que la asesinaron, pero estos neonazis están contentos de que la mataran. La identificación de los neofascistas y populistas de extrema derecha con ciertos movimientos del pasado ha reformulado el legado dictatorial del fascismo en distintas épocas democráticas y es central para la comprensión de las conexiones entre el pasado y el presente. Con serenidad, y en español, les aseguré a mis hijas Gabriela y Lucía que no nos pasaría nada, porque en una democracia lo que puede hacer un adepto violento tiene límites. Yo confiaba en que esos xenófobos no se atreverían a pasar de la demonización retórica populista a la agresión física del fascismo. Pero, como lo demuestra la historia del populismo, aun así socavarían la tolerancia y, eventualmente, la fuerza de la democracia. Mis hijas habían nacido en Nueva York, y también allí las cosas no pasarían a mayores. Pero ¿estaba en lo cierto? A su edad yo había vivido en la Argentina bajo una dictadura militar, y recuerdo que entonces habría sido muy peligroso hacerles a mis padres ese tipo de preguntas en público. Y en medio de una manifestación de militares profascistas, mi familia y yo sin duda no habríamos podido caminar y hablar libremente. De niño yo me había interesado por el Holocausto y la persecución de Hitler contra los judíos, pero la conexión entre la gente que estaba en el poder y el fascismo no era un tópico del que un chico de una familia judía de clase media pudiera hablar abiertamente en la Argentina. Había «desaparecido» demasiada gente. Pero, como muchos otros ciudadanos, hago esas preguntas ahora, cuando los populistas ocupan el escenario global.
El primer régimen populista moderno nació en la Argentina, no en Estados Unidos, pero últimamente es la primera potencia del mundo la que enarbola su poderío populista ante el resto del planeta. Es algo que muchos norteamericanos, la mayoría de los académicos de las ciencias sociales incluidos, habían creído hasta entonces imposible. Yo vivía en Estados Unidos desde 2001, y había oído decir a menudo que ni el populismo ni el fascismo pondrían jamás un pie al norte del Río Grande. Sin embargo, en especial ahora que el populismo se ha apoderado de Estados Unidos, la historia global del fascismo y el populismo brinda lecciones clave que deberíamos tener presente mientras entramos en una nueva era de populismo en América del Norte y otros lugares del mundo.
Si remitimos el populismo a su historia global, puede que entendamos mejor lo aparentemente inesperado. Este libro estudia las conexiones históricas entre el fascismo y los que están en el poder en el contexto de las democracias populistas.
Como otros historiadores que dedicaron sus vidas académicas a estudiar el fascismo y el populismo, siempre he pensado que estudiar el pasado podría echar luz sobre el presente, y en las últimas dos décadas he trabajado mirando hacia atrás para comprender las relaciones problemáticas entre fascismo, populismo, violencia y política. Ahora es claro que la cuestión del fascismo y el poder forma parte del presente.
Nuestro nuevo siglo se caracteriza por la crisis, la xenofobia y el populismo. Pero estos rasgos no son nuevos, ni son simples reencarnaciones que tienen lugar en nuestro presente. Comprender el evidente renacimiento del populismo es, en realidad, entender la historia de su adopción y sus reformulaciones a lo largo del tiempo. Esa historia empieza con el fascismo y continúa con el populismo en el poder. Si este siglo no ha dejado atrás la historia de violencia, fascismo y genocidio que tan central fue en el siglo XX , las dictaduras, en especial las dictaduras fascistas, sin embargo, han perdido cada vez más legitimidad como formas de gobierno. Descartadas las desorbitadas metáforas de Múnich y Weimar, el fascismo a cuyo retorno estamos asistiendo no es el que alguna vez existió. El pasado nunca es el presente. Pero las expresiones actuales de neofascismo y populismo tienen historias importantes detrás, y el pasaje del fascismo al populismo a lo largo del tiempo ha moldeado nuestro presente. Este libro no sólo sostiene que los contextos públicos y políticos de los usos del fascismo y el populismo son decisivos para entenderlos sino también que estudiando cómo se concibieron e interpretaron sus historias refrescaremos nuestros conocimientos y mejoraremos nuestra comprensión de las amenazas políticas que hoy pesan sobre la democracia y la igualdad. Contextos y conceptos son cruciales.
Este libro contradice la idea de que las experiencias fascistas y populistas del pasado y el presente pueden reducirse a condiciones nacionales o regionales particulares. Debate con las perspectivas norteamericanas y eurocéntricas dominantes. Especialmente a la luz del punto de inflexión histórico de la victoria populista de Trump, el cuento del excepcionalismo democrático norteamericano por fin ha terminado. Esta nueva era de populismo prueba a las claras que Estados Unidos es como el resto del mundo. Lo mismo se puede decir de la cultura democrática francesa o alemana. Ya no hay excusas para que el narcisismo geopolítico obstaculice la interpretación histórica, especialmente a la hora de analizar ideologías que cruzan fronteras y océanos y hasta se influencian unas a otras.
Postulo una mirada histórica sobre el populismo y el fascismo, pero también propongo una perspectiva desde el sur. En otras palabras, me pregunto qué sucede con el centro cuando lo pensamos desde los márgenes. Ni el populismo ni el fascismo son exclusivamente europeos, norteamericanos o latinoamericanos. El populismo es tan norteamericano como argentino. Por eso mismo el fascismo también se dio tanto en Alemania como en India. Hay demasiados investigadores de Estados Unidos y Europa que explican el pasado y presente del fascismo y el populismo subrayando las dimensiones norteamericana o europea de lo que en realidad es un fenómeno global y transnacional. Descentrar la historia del fascismo y el populismo no significa adoptar una explicación alternativa única de sus orígenes. Todos los antecedentes son importantes.