Francisco Fuster
BAROJA Y ESPAÑA
Un amor imposible
Un ensayo sobre El árbol de la ciencia
y la crisis de fin de siglo
Prólogo de
Justo Serna y Anaclet Pons
fórcola
señales
Señales
Director de la colección: Javier Fórcola
Diseño de cubierta: Silvano Gozzer
Diseño de maqueta: Susana Pulido
Corrección: Gabriela Torregrosa
Producción: Teresa Alba
Detalle de cubierta :
Estatua de Pío Baroja, Madrid. Federico Collaut-Vera.
© Francisco Fuster García, 2014
© Del prólogo, Justo Serna y Anaclet Pons, 2014
© Fórcola Ediciones, 2014
c/ Querol, 4 – 28033 Madrid
www.forcolaediciones.com
Depósito legal: M-13465-2014
ISBN: 978-84-15174-97-4
ISBN(ePub): 978-84-16247-32-5
ISBN(Mobi): 978-84-16247-33-2
A quienes riegan cada día mi árbol de la vida:
a mi padre y a mi madre;
a mi hermano y a mi abuela;
a María, mi amor imposible de evitar.
Índice
Ningún interés me liga a las fuerzas estáticas del país —ni en la posición que tienen hoy de cosa existente ni en la que tendrán mañana, de simple recuerdo. Este cuaderno obedece a la necesidad de tomar posición frente a mi tiempo. Si la teoría de Taine fuese cierta en todos sus extremos, yo tendría que ser un mero producto de mi tiempo. El determinismo ambiental funciona en los escritores que se abandonan a la corriente. Yo navego contra la corrupción de la corriente. Yo no soy un producto de mi tiempo; soy un producto contra mi tiempo.
Josep Pla, El cuaderno gris, 1966
Se hablará de las influencias en Baroja, como se habla de las influencias en cualquier autor. La mayor influencia en un escritor es la del escritor mismo. Las lecturas no tienen nunca la eficacia de las consideraciones que el autor hace de las propias obras.
Baroja ha escrito, gramaticalmente, como ha querido. No ha sido esclavo de su propia prosa. Es sencillo y natural. Como escritor —y como persona— ha seguido siempre, con su sinceridad, el consejo de Gracián: «Nunca perderse el respeto a sí mismo».
Azorín, Obituario de Pío Baroja, ABC , 31-X-1956
Parece el novelista haberse propuesto en El árbol de la ciencia el tema magno sobre que ha de escribirse la novela mejor que en nuestros días y en nuestro país se escriba. Yo no sé si habrá alguien de nosotros capaz de componerla: sospecho que no. Baroja seguramente no, según vamos a ver. Pero el tema está ahí: es el tema de El árbol de la ciencia .
El tema es el siguiente: dada la atmósfera cultural de España hacia 1890, averiguar lo que ocurrirá a un temperamento delicado, sensible y con exigencias ideológicas sometido a ella.
José Ortega y Gasset, Pío Baroja:
anatomía de un alma dispersa , 1912
prólogo
La novela de España
Justo Serna y Anaclet Pons
Momentum catastrophicum . Así, con esta fórmula, titula Pío Baroja una de sus conferencias, luego publicada por Caro Raggio y recientemente reeditada. Data de 1918 y es un examen sarcástico y dolido de la España de entonces, el examen de un anarquista sentimental y racional, de un individualista pertinaz. De este examen sarcástico y dolido, de la relación entre el novelista y España, se ocupa el autor de este libro.
Somos muchos a quienes ha interesado Baroja y es un gusto que compartimos con importantes lectores. Con Eduardo Mendoza, que escribió una biografía muy socarrona del vasco. Con José-Carlos Mainer, que abordó su obra y su vida con afán enciclopédico y preciso. O con Francisco Fuster, que escribió una tesis doctoral muy valiosa sobre El árbol de la ciencia (1911). De aquel trabajo académico, del que fuimos codirectores, procede este libro que ahora prologamos. Permítasenos tratar el tema y, por tanto, la importancia del objeto abordado por Francisco Fuster.
Baroja deplora los nacionalismos, la política de escaso vuelo, la sociedad inerme y paralizada, la España sucia. Y todas esas críticas y derogaciones las expresa rotundamente, sin atemperarlas. Como admite en otras páginas, a él le piden hacer el ogro. ¿Por qué razón? Por la fama de escritor áspero y sincero que tiene. Es un ogro, pues. Aunque no le consta al propio Baroja haberse comido a un niño crudo. Eso apostilla.
Su deseo era convertir España en un país verdaderamente constitucional y jurídicamente europeo, sin casticismos clericales, sin ventajistas o logreros de la política. Un país con derechos individuales reconocidos y respetados. Con gentes cultas y deferentes. Sin fanáticos.
Pero su sueño vasco, local y universal a la vez, era pensar en una futura República del Bidasoa. Nada menos... No era partidario del nacionalismo, insistimos, y era celosamente contrario a toda separación. Puestos a soñar con independencias, su quimera es muy aseada, nada historicista y nada utópica: él podía pensarse en «un pequeño país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes y sin carabineros». Sin trepas, sin ventajistas, sin sectarios, sin fanáticos.
Imaginemos. Podría tener el tamaño de Gibraltar, pero no sería Gibraltar. Podría tener el tamaño de Andorra, pero no sería Andorra, según Baroja advierte. En realidad, el tamaño no importa. Únicamente necesitamos un país limpio, agradable, sin moscas, sin frailes y sin carabineros. Sin trepas, sin logreros, sin sectarios, sin fanáticos. Es un país de ficción. De la ficción hablamos ahora…
Francisco Fuster aborda en este libro el proceso de creación, el contexto de recepción y de difusión de El árbol de la ciencia. En dicha novela, el protagonista se llama Andrés Hurtado. Primero es un muchacho que cursa los estudios de Medicina, alguien de quien conoceremos su aplicación y sus frustraciones. Es un hombre de quien descubriremos las vidas académica y familiar, así como su madurez profesional, su formación, su experiencia y sus desengaños. La historia está ambientada en el Ochocientos, en la España finisecular, en torno a 1898: esa España ya pasada en la que Pío Baroja ha tenido veintitantos años. La acción sucede, pues, en un país reconocible y del que tenemos datos: los que tenía Baroja, los que tenían los lectores de 1911 y los que tenemos nosotros un siglo después. La novela está contada en tercera persona y los hechos, su transcurso, suceden conforme las cosas le ocurren a Andrés Hurtado. Vemos a un joven que florece en una España en crisis, a un intelectual en ciernes, a un observador que se irá decepcionando con el curso de los acontecimientos y sobre todo por la mala índole de la historia española.
Lo que personalmente le pasa es equivalente o al menos semejante a lo que colectivamente ocurre. Hay un paralelismo explícito que Baroja busca y muestra. En cierto sentido, El árbol de la ciencia es un episodio nacional , dicho esto en la acepción que le diera Benito Pérez Galdós a esa fórmula. Las vicisitudes de un individuo, los ataques que sufre, los desencantos que padece ejemplifican y compendian los que sus compatriotas sufren y provocan con su acción o su inacción. Tiene, pues, un sentido moralizante, aleccionador. Según esto, Baroja también concebiría su obra como una novela ejemplar .
El narrador en tercera persona nos cuenta las cosas con el estilo y con las percepciones de Hurtado y, sobre todo, las decepciones que detalla son las de Andrés. También su ironía dolida, incluso su sarcasmo. El narrador deplora las anomalías clásicas de España, los desajustes que va a ir diagnosticando: la desidia, el abandono, la fuerza bruta, el cinismo. Y lo hace parafraseando a Hurtado, reproduciendo sus sentimientos y sus pensamientos. El narrador lamenta también las irrealidades en que viven los connacionales. Se burla de sus compatriotas con dolor y con humor, subrayando lo grave y lo grotesco. Critica a sus contemporáneos y a sus familiares, esos egoísmos de que se revisten, la crueldad primitiva que les queda, la insensibilidad.
Y describe a Andrés, siempre desengañado, siempre reconcentrado, generalmente triste. Aunque permanezca en compañía, está aislado y se desenvuelve como un anarquista instintivo, alguien que padece una soledad incurable: escéptico, su credo es el de un idealista práctico, el de un pesimista incorregible. La vida es violencia y fanatismo; es patología y degeneración. O, en otros términos, la vida es una lucha permanente de cerriles y gorrones, de majaderos y miserables, y sobre todo algo desagradable, algo desvergonzado, un conflicto sin recompensa para quienes son o se muestran humanos y sensibles.
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