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Andrés Giménez Soler - La Edad Media en la Corona de Aragón

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La Edad Media en la Corona de Aragón: resumen, descripción y anotación

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La obra que presentamos fue publicada en 1930 en la exitosa Colección Labor, Biblioteca de iniciación cultural, responsable de unos muy cuidados manuales sobre todas las ramas del saber. Su formato de bolsillo, lo escogido de sus autores y lo exhaustivo de sus temáticas lograron una gran difusión en el campo de lo que tradicionalmente se ha llamado alta divulgación. Y todavía se encuentran numerosos volúmenes en las librerías de viejo. Andrés Giménez Soler (1869-1938) fue el gran medievalista aragonés del primer tercio del siglo XX. Archivero en el de la Corona de Aragón y posteriormente catedrático de Historia Antigua y Media, en 1900 recaló definitivamente en la Universidad de Zaragoza, donde gozó de prestigio y protagonismo hasta su fallecimiento. Le sucederá en su cátedra otro clásico, José María Lacarra. Fue un destacado personaje tanto en el ámbito de su especialidad, como a nivel regional a través de su labor periodística, en la que defendió un cierto aragonesismo moderado, de carácter conservador, compatible con el general nacionalismo español de la época. Nos encontramos, por tanto ante un excelente representante de las primeras generaciones de historiadores profesionales, que desde el último tercio del XIX se esfuerzan en aplicar un método científico y exigente a la investigación histórica. En La Edad Media en la Corona de Aragón, aun teniendo presente el carácter de ensayo divulgativo, no deja de hacer hincapié en el trabajo de archivo que le ha permitido analizar tanto la historia externa como la interna. Y al mismo tiempo, y desde el rigor histórico, aprovecha para poner al lector en guardia: «hay que hacer notar que son sospechosos de parcialidad por exceso de entusiasmo regional y sobra de pasión política, la mayor parte de los historiadores aragoneses que tratan de instituciones aragonesas, y que del mismo vicio pecan la mayor parte de los historiadores catalanes.» Ya lo había afirmado tres décadas antes: «El historiador se debe a la verdad, y caiga quien caiga, debe decirla sin miramientos ni contemplaciones; no es que piense que tan moral es presentar el bien para darle el premio, como el mal para castigarlo: entiendo que siempre debe presentarse la virtud, pero esto son teorías aplicables a la novela o al drama, pero de ningún modo a la historia, cuya acción no es de la inventiva del que la describe […] También la política es causa del falseamiento de la verdad y con más vehemencia que la exageración del patriotismo […] Esta parcialidad, frecuentemente unida a la del patriotismo desmedido, lleva también a quién lo padece, a escribir en tono bilioso y acre, pareciéndoles que así sus razones adquieren más fuerza, modo de escribir al que muchos tienen afición y que es contraproducente tanto para la persona del autor como para la causa que defiende, manera muy propensa a suscitar polémica que según yo considero la historia, no puede existir en esta ciencia.» (Formas actuales de la Historia, 1899, citado por Arturo Compés.)

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ANDRÉS GIMÉNEZ SOLER LA EDAD MEDIA EN LA CORONA DE ARAGÓN Colección Labor - photo 1

ANDRÉS GIMÉNEZ SOLER

LA EDAD MEDIA

EN LA CORONA DE ARAGÓN

Colección Labor Nº 223-224

Madrid 1930

Tomado de: http://www.aragoneria.com/historia/coronadearagon/index.php

Introducción
El país

La serie de cumbres que en forma de macizos, altiplanicies o simples lomas corre desde Peña Labra a la Punta de Tarifa, dividiendo la Península en dos vertientes y echando las aguas de la una al Mediterráneo y las de la otra al Atlántico, es el rasgo que caracteriza la geografía peninsular. Si España tiene una espina dorsal, es esa, no cordillera, pero si cumbre continuada que separa dos cuencas y delimita dos climas.

Propiamente esa divisoria la constituyen dos: una que va desde Peña Labra al cabo de Gata; otra que, soldada a ésta en las sierras desprendidas de la Nevada, forma el borde de la España que cae al occidente de la primera y va a hundirse en el Atlántico, en el extremo más occidental de Europa, el cabo de San Vicente.

Como rasgo característico de la Península, ha influido sobremanera en la vida nacional de los españoles. En los tiempos primitivos, los iberos se acomodan al suelo y las comarcas naturales determinan las nacionalidades; no hay todavía unidad política entre las comarcas de una misma región, pero hay indicios de solidaridad, base de las naciones, y señales de una comunicación intensa en las afinidades culturales.

Sin duda por esto, que no escapó al pueblo que mejor y más profundamente ha sentido la influencia geográfica, los romanos dividieron la península en Citerior y Ulterior, y más tarde, por un mejor conocimiento de la tierra, en Tarraconense, Bética y Lusitania.

Esta división, conservada por los godos en España (Bética), Tarraconense y Gallecia, fue conocida por la Edad Media y a ella ajustó la organización política española. La Corona de Castilla, el Alandalus y la Corona de Aragón, corresponden sensiblemente a la gran división romana del tiempo de Augusto.

Los hombres modernos, acostumbrados a las fronteras lineales, exigirán, cuando se trate de la historia de un pueblo, que se determine bien su territorio presentándolo recortado como se presentan los de los actuales; mas esto, tratándose de un pueblo medieval o antiguo no es posible: las fronteras son zonas y sobre ellas cabalgan comarcas indefinidas que fluctúan entre una y otra región.

No es posible, por tanto, señalar el territorio de la España Tarraconense ni el de la Corona de Aragón: lo más que puede hacerse es indicar las comarcas que las formaban refiriéndolas a la geografía política pura y a las divisiones administrativas actuales.

Constituyen una y otra con más o menos exactitud tres redes fluviales: la del Ebro, la de los ríos catalanes y la de los que naciendo en el macizo montañoso llamado Sierra de Albarracín, tienen su curso inferior en la llanura Valenciana; las cuales tres redes, por la facilidad de su comunicación se completan y casi forman una.

La más extensa de las tres es la del Ebro, constituida en su margen izquierda por dos secundarias, la de los ríos navarros y la del Segre, separadas por un río sin afluentes, el Gállego, y en la derecha por la red de ríos riojanos y una serie de corrientes sensiblemente paralelas, la más importante el Jalón.

El fácil tránsito desde la cuenca del Segre a la del Llobregat hace afín la cuenca de éste con la del Ebro; el mismo fácil tránsito a la cuenca del Guadalabiar, remontando el Jiloca, surte los mismos efectos entre la red de ríos turolenses-valencianos y la red ibérica. El Segura, aunque mediterráneo, por su alejamiento del núcleo de todas estas cuencas sin llegar a formar región propia, constituyendo una comarca fluctuante entre las Españas mediterránea y atlántica.

Forman, pues, en la España tarraconense las actuales provincias de Navarra y Logroño, las tres aragonesas, las cuatro catalanas y las tres valencianas, imponiéndose en geografía la región del Segura, que los romanos del Imperio la declararon provincia aparte con el nombre de Cartaginense. Todas estas regiones temporalmente, aunque no a la vez, formaron la Corona de Aragón.

Desde el punto de vista de la geografía política, estas tierras son el istmo español, la parte continental de la península, el puente entre la meseta castellana y Europa, y como el rasgo fundamental del istmo son los Pirineos, si por el Ebro puede llamarse región ibérica, por la cordillera debe llamársela pirenaica.

El historiador debe hacer notar con vigor estos dos caracteres geográfico—políticos de la Corona de Aragón: el ser mediterránea, el ser pirenaica, es decir, región continental; sólo teniéndolos muy presentes se dará cuenta el lector de la historia de la misma.

Considerando físicamente ese territorio, hay que reconocer su extremada diversidad, oposición y contraste entre la montaña y el llano, oposición y contraste entre el interior, cuenca del Ebro medio y las regiones marítimas. A éstos hay que añadir los que resultan de los obstáculos a la comunicación que presentan los bordes de la cuenca del Ebro, sólo transitables por algunos puntos, que han dado origen a caminos tradicionales.

Es, pues, la Corona de Aragón un conglomerado de oposiciones y contrastes, unido por vías de comunicación naturales, que hacen las tierras solidarias.

La población

Tierras diversas por su clima, que vale tanto como decir por su producción, han impuesto a los habitantes modos distintos de vida; tierras aisladas han consentido la perpetuidad de la diversificación en el lenguaje, en las costumbres, en el modo de habitar y vestir. Los contrastes entre las tierras se han traducido en contrastes entre los pueblos.

Por no tener esto en cuenta y ateniéndose a lo puramente humano y por influencia del materialismo biológico, se ha hablado en estos últimos tiempos de razas distintas entre los pobladores de las tierras de la Corona de Aragón, fundamentándolas en la lengua. Nada tan falso: todos los habitantes de la cuenca del Ebro son de la misma procedencia, y de la misma que las regiones marítimas adyacentes a ella. La diversidad en los tipos físicos, en las costumbres, en los modos de trabajo y en el particularismo, nace de la diversidad y del aislamiento de las comarcas.

PARTE PRIMERA
Límites de la Edad Media

El mundo antiguo no sufrió grandes transformaciones: lentamente fue alcanzando unidad bajo el poder romano, y al promediar el siglo V, una invasión de pueblos deshizo la obra con tanto trabajo realizada. España no se libró de la catástrofe no obstante la buena voluntad de algunos españoles, y varios pueblos de aquéllos la invadieron; unos emigraron, otros se establecieron en ella creando monarquías, que al fin se reunieron en una: la de los godos, quienes en su última época fijaron la capitalidad en Toledo.

¿A qué edad pertenece ese dominio godo? Si las edades se fijan con el criterio de la historia universal, a la Media, porque la independencia de España representa la extinción del poder romano; pero como los hechos que propiamente caracterizan la Edad Media, si bien comienzan a vislumbrarse en aquel período no se dan aún con plenitud, propiamente para los efectos de la historia particular de la península, debe considerarse como una prolongación de los tiempos antiguos; ni siquiera merecen ser consignados o descritos como época de transición.

El principio de la Edad Media debe ponerse en la caída de Reino visigodo, que representa la ruina total y definitiva del mundo antiguo y el principio de una nueva Era. Aplicando igual criterio, debe colocarse su fin en el advenimiento de Carlos V de Alemania al trono de España, por ser entonces cuando realmente actúan los principios que caracterizan la Edad Moderna.

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