Título original: Aragón en el Mediterráneo
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
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La presencia de la Corona de Aragón sobre el espacio mediterráneo —eje fundamental del mundo conocido hasta la Edad Moderna— se manifestó de muy variadas formas, en función del lugar concreto donde fue plasmada en la práctica. Así, Cerdeña, Nápoles, Sicilia y los territorios griegos que la conocieron entrarían en la órbita de la Confederación bajo muy diferentes circunstancias, tanto cronológicas como particulares de cada uno de estos ámbitos geográficos.
Los trabajos que integran este Cuaderno, obra de Francisco de Moxó, F. C. Casula, Alfonso Leone e Isabel Rivero, sirven para explicar de la forma más adecuada unos hechos que en multitud de ocasiones se han visto oscurecidos por el elemento legendario, recurso de extensa utilización por parte de alguna historiografía tradicional. El carácter épico que en algunas ocasiones adoptó la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo sirvió como base para el establecimiento de una consideración en nada acorde con la realidad.
AA. VV.
Aragón en el Mediterráneo
Cuadernos Historia 16 - 046
ePub r1.0
Titivillus 24.12.2021
Sicilia
Por Francisco de Moxó
Universidad Complutense de Madrid
U NO e los acontecimientos capitales que marcan el tránsito a una nueva época en la historia europea medieval fue el levantamiento popular de 1282 en Palermo, conocido con el nombre de Vísperas sicilianas. Y no sólo porque su significado se inscribe dentro del más amplio círculo del gibelinismo y del hundimiento definitivo de las aspiraciones a la supremacía del poder pontificio, sino por abrir paso a una nueva relación de fuerzas en el Mediterráneo occidental, con el acceso a un primer plano de la Corona de Aragón y, a través de ella, de los pueblos ibéricos.
Las relaciones de la Corona aragonesa con los Hohenstauffen se remontaban a los primeros años del siglo XIII, cuando Federico II se desposaba con Constanza, hermana de Pedro II el Católico, con la que recibió la Corona Imperial en Roma el 22 de noviembre de 1220, de manos de Honorio III.
Años después, muerto Federico tras su titánica lucha con el Pontificado, la dinastía aragonesa se vinculaba de nuevo con la Casa de Suabia al celebrarse en Montpellier (1262) el matrimonio de Constanza, nieta de Federico, como hija del bastardo de éste, Manfredo, con el infante Pedro, hijo y sucesor de Jaime el Conquistador.
Manfredo, que había señalado como dote 50.000 onzas de oro, veía así reforzada su posición internacional. Grande fue en cambio el disgusto de Alfonso X de Castilla, que, como hijo de Beatriz de Suabia, prima de Federico, mantenía sus aspiraciones al trono imperial.
Pero los pontífices no podían admitir que la sangre de los Hohenstauffen continuara controlando la Italia meridional. Por ello, tres años más tarde, Clemente IV (el francés Guy de Gros, ex jurisconsulto de Luis IX) concedía la investidura de Sicilia Citra et ultra pharum, o sea, de Nápoles y Sicilia, al hermano de San Luis, Carios de Anjou, ya designado en 1253.
Al año siguiente (1266) moría Manfredo en el campo de Benevento. Ni aun entonces pudo descansar en paz, ya que el arzobispo de Cosenza, juzgando que sus restos no debían yacer en su pretendido reino, feudo de la Santa Sede, mandó desenterrarlos y trasladarlos a otro lugar, como Dante recuerda (Purgatorio, canto III). Además, Carios, habiéndose apoderado de sus tres hijos, los hizo cegar.
Recogió el estandarte de los Suabia, apoyado por los sicilianos, Conradino, nieto legitimo de Federico y muchacho de quince años al morir Manfredo; pero no tardó en ser vencido en Tagliacozzo (1268). Capturado en el mar cuando huía hacia Sicilia, fue decapitado poco después en el Largo del Mercado de Nápoles.
Es célebre la anécdota del guante lanzada a la multitud que, si bien (traído o no a España) pudo significar simplemente una invitación a la venganza, no hay duda de que fue recogido por los sicilianos y por el futuro rey de Aragón su pariente, en cuya corte se irían refugiando diversas personalidades del círculo de Manfredo como los Prócida, Lauria y Lanza. Al fin, asegurada la paz con Francia y con Castilla y tras diversas embajadas, en 1279-1280, a Túnez (ese Túnez ante cuyos muros había muerto pocos años antes San Luis, cuyo califa pagaba tributo en oro al rey de Sicilia, y que iba a servir de trampolín para la expedición aragonesa), Pedro III (ya rey desde 1276) emprende la preparación de color de Cruzada, de una poderosa escuadra, siempre animado por Constanza, que le incitaba a la prosecución eficaz de sus derechos, como recuerda pintorescamente Muntaner citando al trovador Muntanyagol: Be ha prop la guerra cell qui l’ha enmig del sí, e pus prop l’ha qui l’ha en son coixí (Crónica, Cap. XXXVII). (Si cerca tiene la guerra quien la tiene en su seno, más cerca la tiene aún el que la tiene en la almohada).
Los sicilianos se adelantaron a la salida de la flota. El 30 de marzo de 1282, a la hora de Vísperas, estallaba en Palermo la sublevación, seguida de una general matanza de franceses, odiados ya por la población, al propasarse la soldadesca en el registro de una joven siciliana.
Partida de San Luis, rey de Francia, a las Cruzadas, según
miniatura de la Crónica de Villani (Biblioteca Vaticana) .
Jaime II de Aragón y su corte, según capitular del Códice de la Paería , Lérida.
Se ha insistido en el carácter republicano del movimiento; pero, aunque en una primera fase el Commune civitatis Panormi se erigió en adalid del mismo, ampliándose paulatinamente a toda la comunidad insular, no cabe duda de que la solución dinástica y el intervencionismo aragonés, que la reacción de Carlos de Anjou hizo pronto necesario, estaban preparados de antemano y posibilitaron la consolidación institucional de la revuelta. Tanto más cuanto que Martín IV (el francés Simón de Brie), sordo a las peticiones de los sicilianos, se manifestó desde un principio incondicional partidario del monarca napolitano.
Así, la flota aragonesa, que al partir el 6 de junio de Port Fangós (al norte del delta del Ebro) constaba de unas 150 velas, llegó el 30 de agosto a Trápani, tras pasar parte del verano en las costas tunecinas de Al-Coll. Pedro III, que hizo a caballo el trayecto Trápani-Palermo mientras la flota seguía por la costa, fue acogido entusiásticamente por la población recibiendo el homenaje de la nobleza y representantes de las ciudades como rey de Sicilia. Carios de Anjou se hallaba en Messina: allí recibía pocos días después una embajada de Pedro requiriéndole a reconocer sus derechos y abandonar la isla. Entonces, quizá con intenciones dilatorias, Carios convocó a su rival a un desafío a celebrar en Burdeos el 1 de junio del 83 para resolver el litigio. El caballeresco episodio no tuvo lugar. Pedro, recelando una emboscada, acudió disfrazado al palenque, hizo tomar nota de su presencia y se retiró. Carios no lograría recuperar la isla, en la que el aragonés había dejado a su esposa Constanza y a su hijo Jaime como lugarteniente.
Entretanto, el Papa fulminó la excomunión contra Pedro y concedió la investidura de su propio reino de Aragón a Carios de Valois, segundogénito del rey de Francia Felipe III. Las consecuencias eran caras para Pedro III; debía afrontar, de una parte, la sublevación de la Unión nobiliaria aragonesa y, poco después, la invasión de un poderoso ejército francés (1285) que atravesó el Pirineo y tomó Gerona. Pero las naves de Roger de Lauria, acudiendo prontamente desde Sicilia, salvaron la situación venciendo a la escuadra francesa de cobertura frente a la costa catalana. Los franceses emprendieron una desastrosa retirada, en la que murió el propio monarca Felipe III. No le sobrevivió mucho Pedro, que falleció el 2 de noviembre en Vilafranca del Penedés.