Richard Holloway fue obispo de Edimburgo y jefe de la Iglesia episcopal escocesa. Es un escritor y comunicador muy popular internacionalmente. Ha escrito más de veinte libros, entre los que destacan Una moral sin dios (2002) y Leaving Alexandria: A Memoir of Faith and Doubt (2012). Vive en Edimburgo, Reino Unido.
Escrita para lectores de todas las edades, esta es una rica, equilibrada, respetuosa e iluminadora historia de la religión desde los primeros tiempos de la humanidad hasta nuestro conflictivo presente. En una era de radicalización de las actitudes religiosas acompañada de una violencia destructiva, este libro ofrece un antídoto muy necesario. Al escribir tanto para los que tienen fe como para los que no creen, Holloway alienta la curiosidad y la tolerancia. No sólo se adentra en las grandes religiones del mundo, el judaísmo, el islam, el cristianismo, el budismo y el hinduismo, sino que va mucho más allá. Examina también de dónde provienen las creencias religiosas, la búsqueda de esperanza y de un sentido a la vida y a la muerte a través de los distintos credos, la fascinación de hoy con la cienciología y el creacionismo, y la violencia de motivación religiosa.
Edición al cuidado de María Cifuentes
Título de la edición original: A Little History of Religion
Traducción del italiano: Ana Bustelo Tortella
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
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Edición en formato digital: octubre 2017
© Richard Holloway, 2016
© de la traducción: Ana Bustelo Tortella, 2017
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-17088-67-5
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A Nick y Alice, con amor
CAPÍTULO 1
¿Hay alguien ahí?
¿Qué es la religión? ¿De dónde procede? La religión surge de la mente del animal humano, de modo que viene de nosotros. No parece que el resto de los animales de nuestro planeta necesiten una religión, y, por lo que sabemos, no han creado ninguna. Esto se debe a que están más en armonía con sus vidas que nosotros. Actúan por instinto. Se dejan llevar por los vaivenes de la existencia sin pensar en ello todo el tiempo. El animal humano ha perdido esa capacidad. Nuestros cerebros se han desarrollado de una manera que nos hace conscientes de nuestra existencia. Nos interesamos por nosotros mismos. No podemos dejar de preguntarnos por todo. No podemos dejar de pensar.
La cosa más grande en la que pensamos es el propio universo y de dónde surgió. ¿Lo creó alguien? La palabra que utilizamos para hablar de este posible alguien o algo es «dios», theos en griego. Alguien que cree que existe un dios se llama «teísta». Los que creen que no hay nadie y estamos solos en el universo se llaman «ateos». El estudio de dios y de lo que él quiere de nosotros se llama «teología». La otra gran pregunta que no podemos evitar hacernos es qué pasa después de la muerte. Cuando morimos, ¿se acabó? ¿O hay algo más? Si hay algo más, ¿cómo es?
Lo que llamamos religión fue nuestro primer intento de contestar a estas preguntas. La respuesta a la primera fue sencilla. El universo lo creó una fuerza superior que algunos llaman dios, y se sigue interesando por su creación, sigue tomando parte. Todas las religiones ofrecen versiones diferentes de lo que es el poder de dios y de lo que dios quiere de nosotros, pero todas creen en su existencia de una forma u otra. Creen que no estamos solos en el universo. Más allá de nosotros hay otras realidades, otras dimensiones, que llamamos «sobrenaturales» porque están fuera del mundo natural, del mundo inmediatamente accesible para nuestros sentidos.
Si la creencia más importante de la religión es la existencia de esa realidad que llamamos dios y que está más allá de este mundo, ¿qué fue lo que la originó y cuándo? Fue hace siglos. De hecho, no parece que haya habido ninguna época en la que los seres humanos no creyeran en la existencia de un mundo sobrenatural más allá de este. Es posible que todo empezara cuando el hombre se preguntó qué le pasaría después de morir. Todos los animales mueren, pero a diferencia de los demás, los humanos no dejan que sus congéneres se descompongan en el sitio en el que han muerto. Hasta donde hemos podido estudiar, los hombres siempre han hecho funerales para sus muertos. Y la forma en que los llevan a cabo nos da información sobre sus creencias más tempranas.
Esto no quiere decir que otros animales no se aflijan por la muerte de sus compañeros. Hay muchas pruebas de que también se ponen tristes. En Edimburgo hay una estatua famosa de un pequeño perro llamado Bobby Greyfriars que da testimonio de la pena que puede sentir un animal cuando pierde a alguien. Bobby pasó los últimos catorce años de su vida sobre la tumba de su amo muerto, John Gray, y finalmente murió en 1872. No hay duda de que Bobby echaba de menos a su amigo, pero fue la familia humana de John Gray quien le hizo un funeral y lo enterró en el Cementerio Greyfriars para que encontrara el descanso. Es el enterramiento, precisamente, uno de los actos más característicos del ser humano. Entonces, ¿qué es lo que impulsó a los hombres a enterrar a sus muertos?
Lo primero que percibimos cuando alguien muere es que algo que le pasaba antes, ya no le pasa.
No respira. Descubrir eso fue un pequeño paso para asociar el hecho de respirar a la idea de que hay algo que mora en nuestro interior, separado del cuerpo físico, que le da la vida. En griego esto se llama psyche y en latín spiritus. Ambas palabras vienen de verbos que significan respirar o soplar. Un espíritu o un alma era lo que hacía que un cuerpo viviera y respirara. Habitaba el cuerpo durante un tiempo. Y cuando el cuerpo moría el alma partía. Pero, ¿adónde? Una explicación es que regresaba al mundo del más allá, al mundo de los espíritus, al otro lado del mundo que habitamos en la Tierra.
Lo que descubrimos de los primeros ritos funerarios apoya esta idea, a pesar de que nuestros antepasados no nos dejaron más que vestigios silenciosos de lo que podían haber estado pensando. No se había inventado la escritura, así que no podían dejar sus pensamientos o describir sus creencias de forma que lo podamos leer hoy. Pero nos dejaron algunas pistas y vamos a empezar a examinarlas. Para encontrarlas tenemos que ir al pasado, miles de años antes de la era cristiana, un concepto que necesita una explicación antes de seguir adelante.
Es lógico tener un calendario global o algún modo de fechar acontecimientos que ocurrieron en el pasado. El que manejamos actualmente lo inventó el cristianismo en el siglo VI de la era cristiana, lo cual es una muestra de la inmensa influencia que la religión ha tenido en nuestra historia. Durante miles de años la Iglesia católica ha sido uno de los grandes poderes del planeta; tanto es así, que fijó el calendario que casi el mundo entero sigue utilizando hoy. El hecho en torno al que organizó este calendario fue el nacimiento de su fundador, Jesucristo. Su nacimiento marca el año uno. Hasta hace poco, para hablar de lo que ocurrió antes se utilizaba a.C. o antes de Cristo. Todo lo que ocurrió después se decía que ocurría en el