Aclaración
La muerte del profeta Mahoma fue seguida por la fundación del primer califato y la transformación del islam en un régimen político. La propia religión ha sido utilizada en las luchas por el poder. El pueblo, que era «uno» alrededor del profeta, conoció divisiones, discordias y guerras. El islam se convirtió entonces en una guerra ideológica y el Corán fue interpretado en función de conflictos de intereses. Así es como nació la cultura del hadiz y del al-ijma’ (el consenso).
El islam de hoy en día es este islam histórico.
Este libro de entrevistas trata de este islam y de la cultura que se deriva de él. A fin de eliminar cualquier confusión, digamos que el texto solo aborda este islam político, desde la fundación del primer califato hasta nuestros días.
Esperamos hablar de la violencia en el islam desde un punto de vista filosófico y psicoanalítico en otra obra.
París, agosto de 2015
Adonis y Houria Abdelouahed
Una primavera sin golondrinas
H: Adonis, ¿cómo explicar el fracaso de la primavera árabe?
A: Al principio, el levantamiento árabe hizo pensar en un despertar. Un despertar muy bello. Pero los acontecimientos que siguieron a la llamada primavera árabe han demostrado que no se trataba de una revolución, sino de una guerra, y que esta, en vez de sublevarse contra la tiranía, se ha convertido en otra tiranía. Por supuesto, hubo oposiciones que no recurrieron a la violencia. Pero estas fueron aplastadas por el peso de los acontecimientos que se desarrollaron tras el inicio del levantamiento. Por otra parte, esta revolución ha demostrado que era una revolución confesional, tribal y no cívica, musulmana y no árabe. Ahora bien, la situación de la sociedad árabe debería cambiar radicalmente.
H: Por radicalmente, yo entiendo un cambio en el ámbito político, social, económico y cultural.
A: Totalmente de acuerdo. El problema es que este cambio se enfrenta a las eternas cuestiones de la religión y del poder. Los pueblos, prácticamente carentes de derechos, solo han pensado en derrocar el poder existente sin prestar suficiente atención a la cuestión de las instituciones, de la educación, de la familia, de la libertad de la mujer y del individuo. De hecho, faltó una reflexión sobre la manera de fundar una sociedad civil, es decir, la sociedad del ciudadano.
H: Entonces, el error fue que los individuos, aplastados por el poder político, no pudieron actuar en el sentido de un cambio verdadero y no pudieron pensar la complejidad inherente a todo cambio.
A: Absolutamente. Se trata de un error de perspectiva: no se puede, en el seno de una sociedad como la árabe, hacer una revolución si esta no se basa en la laicidad. Por otra parte, la alianza orgánica entre los rebeldes que abanderaban esta presunta revolución con las fuerzas extranjeras fue un segundo error. Pues en vez de considerarse independientes, los rebeldes estaban estrechamente vinculados a las fuerzas extranjeras.
H: ¿Son estos los individuos que solicitaron la intervención de Occidente o fue Occidente quien se aprovechó de esta situación para tener el control en el inicio de una revuelta?
A: Fueron ambos. Y las consecuencias son desastrosas. La alianza con el extranjero ha perjudicado al movimiento. A ello cabe añadir que la violencia armada ha desempeñado un gran papel en la destrucción de la revolución. Las armas sofisticadas llegaban principalmente del exterior. Sabemos que los revolucionarios no podían tener estas armas sin las fuerzas extranjeras. Resultado: en vez de desestabilizar a los regímenes dictatoriales, ellos destruyeron sus países.
H: Pero si tomamos el ejemplo de Siria, el régimen también ha llevado a cabo una auténtica carnicería y ha participado en la destrucción.
A: Es verdad. Pero una revolución que quiere significar un cambio no puede destruir su propio país. Es cierto que el régimen fue violento, pero los rebeldes hubieran debido evitar que el país se sumergiera en el caos. Para empeorar las cosas, el fundamentalismo se ha organizado mejor y se ha hecho más cruel. De la esperanza y el deseo de ver días mejores hemos pasado al oscurantismo. Y en vez de un cambio lleno de esperanza, estamos viviendo un verdadero desastre. Además, no se ha dicho ninguna palabra, ningún comentario sobre la situación de la mujer. ¿Podemos hablar de una revolución árabe si la mujer sigue estando prisionera de la sharía? El recurso a la religión ha transformado esta primavera en un infierno. La religión ha sido interpretada y utilizada para fines ideológicos.
H: ¿Han sido los religiosos los que se han aprovechado de la situación inestable para revertir (o derrocar) la revolución, o es el hombre árabe y musulmán quien, en su fuero interno, sigue siendo profunda y fundamentalmente religioso?
A: Se supone que una revolución refleja el nivel de los revolucionarios. Así pues, la importancia de una revolución en un país determinado procede de la calidad de los revolucionarios, de su cultura, de su relación con la laicidad, de su visión del mundo y de las cosas del mundo. Lo que ha sucedido en nombre de la revolución en los países árabes prueba que la gran mayoría de la población árabe todavía está dominada por la ignorancia, el analfabetismo y el oscurantismo religioso. Una revolución que cae en el oscurantismo no tiene nada que ver con una verdadera revolución. Es una catástrofe, porque nosotros habíamos emprendido una marcha hacia un porvenir lleno de promesas, pero hoy retrocedemos. Es una regresión total.
H: En esta regresión, uno vuelve a conectar con lo familiar y lo ya conocido. En Al-Kitâb III, dices:
«Alepo – Cuántas veces te has rebelado. La espada ha cortado las cabezas de tus hijos rebeldes [...]
¡Cuántas veces has abrazado a los tiranos!».
Al leer estos versos, se tiene la impresión de que se trata del Alepo actual. ¿Cuál es, en tu opinión, el sentido de esta repetición? ¿Por qué este sometimiento después de quince siglos a la ley de la espada?
A: Se ha hablado mucho de instaurar un sistema al que hoy podríamos calificar de socialista. Por no mencionar las pequeñas revoluciones que reclamaban la libertad y la igualdad de derechos. Estas revoluciones, grandes o pequeñas, fueron más importantes y más radicales que la primavera árabe.
H: Puedo aportar un testimonio: yo nunca oí hablar de la revolución de los zinj ni de la de los cármatas durante mis estudios primarios o secundarios en Marruecos. Los manuales escolares nos mantienen en la ignorancia. Fue durante mis estudios universitarios en Francia que descubrí estos movimientos de protesta y de lucha inauditos contra el poder y contra la discriminación racial y social.
A: El problema es que nuestra historia sigue siendo la historia de un régimen dictatorial y no la de un pueblo. Del mismo modo que nuestra cultura es la cultura del poder y del régimen reinante. No se habla del pueblo, ni de su revuelta, y menos aún de sus aspiraciones. Sempiternamente, se especula sobre el poder y sobre el califa de Dios olvidando por completo los derechos de los ciudadanos.