© Bernabé Fernández
Chantal Maillard nació en Bruselas en 1951. Vivió en Bélgica hasta cumplir los trece años. Adquirió la nacionalidad española en 1969. Doctora en Filosofía, especializada en Filosofía y Religiones Indias por la Universidad de Benarés, hasta el año 2000 ha sido titular de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Málaga. Es autora de una serie de diarios: Filosofía en los días críticos (2001), Diarios indios (2005), Husos. Notas al margen (2006) y Bélgica (2011); y de numerosos ensayos, de entre los que Contra el arte y otras imposturas (2009) y La baba del caracol (2014) son sus últimos títulos publicados. En el libro India (2014) reunió sus escritos (diarios, ensayos, poemas y crítica) sobre ese subcontinente. Como poeta recibió el premio Nacional de Poesía por Matar a Platón (2004) y el premio de la Crítica y el premio de la Crítica de Andalucía por Hilos seguido de Cual (2007). Su último poemario es La herida en la lengua (2015). Galaxia Gutenberg publicó en 2015 su ensayo La mujer de pie.
La conciencia colectiva de nuestras sociedades y su universo simbólico van siempre acompañados de unas determinadas categorías de la sensibilidad que varían de una época a otra y de las que derivan otras tantas maneras de entender el mundo. Si he aceptado el reto de una reedición de este libro después de veinte años es porque sigue pareciéndome importante que podamos percatarnos de estas variaciones –que son, por otra parte, indisociables de las fluctuaciones sociales– y de cómo estas van surgiendo al par que los valores que adoptamos.
Una educación de la sensibilidad es, ahora más que nunca indispensable. La política no la hacen los partidos ni las agrupaciones, sino los individuos. Y si quienes gobiernan –formen éstos parte del demos o de aquellos que detentan el poder económico o el poder a secas– no han aprendido a conocerse, mal podrán gobernar. Para gobernar es preciso saber qué somos o qué estamos siendo más allá de nuestro personaje. Toda moral bien construida requiere de un fundamento extra-moral y este tiene que ver con el conocimiento de uno mismo, algo que tan sólo puede iniciarse con la observación de la propia mente.
La razón estética es sin duda una propuesta para tiempos difíciles. Que sea viable o no dependerá del interés que pongamos en que esta educación se lleve a cabo.
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Edición en formato digital: septiembre 2017
© Chantal Maillard, 2017
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Imagen de portada: Murciélago, Lucien Freud.
Acuarela, 331 x 241 mm
© Lucian Freud Archive / Bridgeman Images
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-17088-54-5
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PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Veinte años después
La primera edición de La razón estética data de 1998. El libro se concibió entonces dentro del marco de lo que se entendía por posmodernidad, un término que, si bien acabaría aplicándose a las dos últimas décadas del siglo XX , designaba concretamente las corrientes filosóficas y artísticas que, en esa época, denunciaban la decadencia de los valores teóricos y sociopolíticos que habían sostenido el mundo moderno. De forma más específica, se denominó «pensamiento posmoderno» a aquella corriente que, entre la segunda mitad del siglo XX y los albores del segundo milenio, trataba de hallar vías alternativas para un cambio de rumbo. Pero la palabra «posmodernidad» fue reemplazada muy pronto por otras fórmulas: modernidad tardía, era tecnológica, capitalismo tardío, globalización, variantes que, a pesar de ser, todas ellas, excelentes indicadores de que no se había hecho otra cosa que seguir el derrotero marcado por la modernidad, proporcionaban el matiz positivo requerido para revalorizar todo aquello que había sido criticado. El pensamiento disidente quedó así neutralizado una vez más, reducido, en este caso, a un movimiento de poca trascendencia que habría puesto de manifiesto infructuosamente la obsolescencia de los valores de la modernidad y la economía de mercado.
La década de los noventa fue para mí un período de intenso trabajo en el campo de la Estética, área de la que era responsable en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Málaga. Mis intereses se centraban entonces principalmente en dos temas: las categorías estéticas y los sistemas filosóficos de la India, que terminaron convergiendo cuando descubrí los pormenorizados trabajos sobre dramaturgia (de los que traté extensamente en otra parte) elaborados en Cachemira entre los siglos IX y XI . Éstos me interesaron más aún cuando advertí que no sólo aportaban elementos clave para resolver la cuestión de las emociones estéticas, sino que estas claves podían extrapolarse al ámbito de cualquier tipo de representación y ayudarnos, por tanto, a comprender mejor el proceso de transformación de la conciencia colectiva en una época, como la actual, en la que la realidad se ha convertido toda entera en representación.
La conciencia colectiva –el modo de entender el mundo y de responder a las circunstancias– y el universo imaginario y simbólico que la acompaña varían de una época a otra. A cada sociedad le corresponden algunas categorías en particular y de ellas derivan otras tantas modalidades que aparecen y se consolidan en determinados momentos de la historia. El kitsch, por ejemplo que, como comenté en Contra el arte y otras imposturas, forma parte ahora de las estrategias del imperio global es producto del sentimentalismo decadente de finales del siglo XIX , el cual, a su vez, era la exacerbación de la sentimentalidad romántica.
Si he aceptado el reto de una reedición de este libro después de veinte años es porque sigue pareciéndome importante que podamos percatarnos de estas variaciones –que son, por otra parte, indisociables de las fluctuaciones sociales– y de cómo estas se verifican a la par que los valores que se adoptan.
En La razón estética analicé varias de las categorías que intervinieron en la transformación de la conciencia moderna en conciencia posmoderna. Las derivaciones, desviaciones o retrocesos que se efectuaron a partir de la segunda década del siglo XXI habrían de ser objeto de un nuevo estudio. La razón estética debería repensarse considerando las modalidades sensibles (aisthésicas) y sentimentales dominantes en la actualidad. Estamos ahora inmersos en la representación. La distancia que permitía tomar conciencia de la ficción se ha reducido drásticamente. Esto permite neutralizar las emociones dolorosas que experimentaríamos ante un hecho trágico si asistiésemos a él sin mediación y, consecuentemente, frenar los movimientos de rebeldía que nuestro rechazo pudiese generar. El peligro, el enorme peligro de la representación es que cualquier acontecimiento, sea éste de la naturaleza que sea, se recibe con una tasa de placer que viene a sumarse a la variante emocional que entra en juego. Ése es el poder de la ficción. Cuando asistimos a los acontecimientos como si fuesen un espectáculo porque se nos re-transmiten por los mismos canales y en el mismo formato que la ficción, nos llegan con ese plus de placer que caracteriza todo espectáculo. Los noticiarios se convierten entonces en capítulos de una serie televisiva y las historias de corrupción o el seguimiento del éxodo de las poblaciones, en sendos culebrones que se reanudan a diario a la hora prevista y que reconocemos por el titular: «Crisis de refugiados», «Ataques terroristas», etcétera.