José María Maravall ha sido catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y director del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales (Instituto Juan March). Es miembro de la British Academy, de la American Academy of Arts and Sciences, y Honorary Fellow del St. Antony’s College (Oxford). Ha obtenido el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política. Doctor por las universidades de Oxford y Madrid, ha enseñado como profesor visitante en las universidades de Nueva York (NYU), Columbia, Harvard, así como en el Instituto Universitario Europeo (Florencia).
Ha compaginado a lo largo del tiempo su vida intelectual con el compromiso político, habiendo sido ministro de Educación y Ciencia en el gobierno socialista de 1982 a 1988. Sus trabajos han tratado sobre todo la política comparada y la teoría empírica de la democracia. Entre sus libros cabe destacar El control de los políticos (2003), Democracy and the rule of law (codirigido con Adam Przeworski, 2003), Controlling governments: voters, institutions, and accountability (codirigido con Ignacio Sánchez-Cuenca, 2008) y La confrontación política (2008).
¿Por qué las democracias suscitan protestas pero también constituyen una esperanza para millones de personas? ¿Por qué, a la vez, movilizan y desencantan a los ciudadanos? Éstas son las preguntas centrales que guían este libro.
Las democracias prometen representar los intereses de los ciudadanos ya que las elecciones permiten echar a malos gobiernos. Ahora bien, ello depende de la calidad de la información política; de que una división de los poderes asegure la incertidumbre de las elecciones; de que los políticos no hagan y deshagan gobiernos con autonomía de los votantes; de que los partidos faciliten la información y la participación. ¿Derivan de estas cuestiones las críticas que reciben estos regímenes?
Las democracias reflejarán las preferencias de los ciudadanos sí estos pueden elegir entre opciones políticas distintas. Sin embargo, muchos piensan que los partidos son esencialmente iguales. ¿Por qué razón unos políticos van a ofrecer lo mismo que sus contrincantes?
¿Hay realmente una convergencia entre la izquierda y la derecha? Se ha afirmado que la mayor diferencia entre una y otra ha radicado en la igualdad. Ahora bien, ¿qué se ha entendido por «igualdad»? ¿Qué promesas se han hecho y cuáles se han cumplido?
Centrado fundamentalmente en el interés de los políticos por alcanzar el poder y mantenerse en él, las respuestas de este libro se basan en una ingente información analizada por el autor y referida a las principales democracias parlamentarias desde 1945 hasta la actualidad.
Yet, Freedom! yet thy banner, torn, but flying,
Streams like the thunderstorm against the wind.
B YRON
Para Mateo, Nico, Rebi y Sebi
Introducción
He escrito este libro para discutir promesas de la democracia: la representación de los intereses de los ciudadanos, la elección entre alternativas políticas genuinamente distintas, la igualdad en las condiciones materiales de vida de las personas. He querido compendiar reflexiones de años acerca de esas promesas que la democracia ha representado para muchos ciudadanos a lo largo de los tiempos y en innumerables lugares. He querido replanteármelas bajo una perspectiva que atendiera seriamente a muchas críticas profundas, que examinara también de manera muy cuidadosa evidencia empírica comparada.
Sorprende que, tras una historia tan prolongada, podamos todavía desconocer tantas cuestiones. Pero téngase en cuenta que una cosa es lo que podamos decir acerca de la teoría de la democracia y otra cosa saber cómo operan las democracias realmente existentes. Piénsese también en los cambios habidos en pocas décadas. En 1970, cuando Robert Dahl escribió Polyarchy, a mi juicio el libro fundamental sobre la democracia escrito en la segunda mitad del siglo XX , un 29,4 por ciento de los regímenes que existían en el mundo eran democracias (40 de un total de 136). Ciudadanos de muchos países soñaban con la libertad y los derechos humanos y se resistían a las dictaduras. Posteriormente las democracias se extendieron –en el sur de Europa, en América Latina, en la antigua URSS y los países comunistas del centro y el este de Europa. En 1980, alcanzaban un 31,9 por ciento del total de regímenes (51 de 160). Y a partir de entonces proliferaron a lo largo de dos turbulentas décadas. En 1990 llegaban ya al 44,5 por ciento (73 de 164) y en el año 2000 suponían un 57,4 por ciento del total (109 de 190) (me baso en los datos de Przeworski et al. 2000, actualizados en 2003 para 7.500 observaciones de países/años). Donde sobrevivieron las dictaduras, pese al silencio colectivo y al miedo, se siguió soñando con las promesas de la democracia, con la libertad, el autogobierno y la igualdad.
Pero sabemos asimismo que la experiencia de la democracia ha originado persistentes descalificaciones. Conocemos, por ejemplo, las críticas que surgieron desde el marxismo acerca del «cretinismo parlamentario» (Marx [1852] 1967: cap. 5) y acerca de la democracia como la «mejor envoltura» (sic) para el capitalismo según Lenin ([1917] 1961: 5). También las críticas a las promesas incumplidas de la teoría democrática formuladas por las «teorías elitistas» de Mosca ([1884] 1982), Pareto ([1920] 1984) o Michels ([1911] 1962) hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX .
Hasta hoy día esas críticas han sido recurrentes y, en ocasiones, intensas. Ello ha sucedido en democracias establecidas como Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos o España, y también en democracias más recientes –como Brasil, Argentina, Chile, Hungría, Polonia o Bulgaria. Tras dejar atrás un largo tiempo de cruel dictadura, en 2003 un 57,4 por ciento de los chilenos aceptaba que «no le importaría que un gobierno no democrático llegase al poder, si pudiera resolver los problemas» (Latinobarómetro de octubre de 2003). Tras décadas de régimen comunista y de asociar Europa a la democracia, en 2008 tan sólo un 16,7 por ciento de los polacos situaban la democracia entre sus tres valores principales y un 37,4 por ciento la relacionaban con la Unión Europea (Eurobarómetro de marzo-mayo de 2008). A la vez, las reivindicaciones de los «indignados» o de «Occupy Wall Street» resuenan todavía –última expresión de una protesta latente que emerge de repente con considerable intensidad política.
Pero, al mismo tiempo, las esperanzas en las promesas de la democracia poseen un arraigo aparentemente indestructible. Este libro trata de esa contraposición entre promesas y críticas. Entiendo que el compromiso democrático es tanto más profundo cuanto más seriamente se tomen las críticas; es decir, cuanto menos tenga que ver con la política del avestruz. Eso es lo que intento hacer en este libro, analizar las democracias realmente existentes –por lo demás, los únicos regímenes abiertos a la crítica profunda. Voy a utilizar argumentos teóricos y una abundante información empírica de carácter comparado.
La evidencia deriva de varias fuentes de datos. La principal es la que elaboré a lo largo de mucho tiempo con 1.121 observaciones de países/años entre 1945 y 2006 –sesenta años de política democrática. Los países son las siguientes democracias parlamentarias: Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Islandia, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Noruega, Portugal, Reino Unido y Suecia. Para todas esas observaciones de países/años he recopilado 80 variables, de carácter tanto político como socio-económico.
Otra fuente de datos importante ha sido el