Óscar Martínez - Una historia de violencia

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Prólogo

Jon Lee Anderson

En Una historia de violencia, Óscar Martínez entabla amistad con un asesino a sueldo que vive en un pequeño pueblo salvadoreño. Este asesino, el Niño de Hollywood, aunque ha delatado a numerosos ex cómplices con la policía, tiene la sensación de que el gobierno no se preocupa lo suficiente por protegerlo, así que no duda que pronto lo ejecutarán. El Niño de Hollywood tiene una escopeta para defenderse, pero cuando le llega la hora —de camino a su casa después del bautismo de su hija— se encuentra indefenso. En el funeral, Óscar es acosado por los asesinos de su amigo, quienes aparecen en el cementerio para regodearse y fanfarronear.

Una noche, un temerario oficial de la policía hondureña al que apodan el Tigre y que habla con la notoria ferocidad del líder de un escuadrón de la muerte que ejecuta presuntos delincuentes, y que le comparte a Óscar “no le tengo miedo a ningún hombre”, acepta la derrota mientras ambos conducen a lo largo de un tramo de la frontera donde los narcos son más poderosos que cualquier ley que él pudiera imponer.

Otra noche, Óscar presencia la escena donde un grupo de familias aterrorizadas de un barrio pobre de la capital salvadoreña empacan sus pertenencias para huir de una matanza ocasionada por una banda de narcotraficantes. Al llegar un oficial de la policía, éste les ruega a las familias que permanezcan en el barrio y que pongan su fe en Dios, y luego los llama para que se sumen con él en una oración. Uno de ellos, impotente para cambiar la situación de su familia, llora en silencio y le confiesa a Óscar la humillación que siente.

Óscar Martínez tiene el alma de un poeta y los instintos de un detective que merodea los caminos alternos, los tugurios y distritos policiales de Centroamérica en su búsqueda obstinada por la verdad. Sus fuentes de información son limpiaparabrisas, prostitutas, los que quieren cruzar el país, sicarios, policías buenos y malos, jueces y fiscales. Óscar es un Marlowe en un mundo amplio en injusticias y limitado para todo lo demás.

El libro anterior de Óscar, La bestia, es una ríspida crónica contada de primera mano sobre el dramático trayecto realizado por migrantes centroamericanos para poder llegar a Estados Unidos de camino por México.

Este libro —conformado por catorce artículos de investigación escritos en Centroamérica durante los últimos años— pretende, en palabras de Óscar: “explicar a los estadounidenses por qué los centroamericanos huyen, no migran, de su tierra natal debido a la violencia generada ahí, año tras año, gracias a la importante participación americana”.

Óscar es salvadoreño, y lo que ve cuando observa su país y a sus vecinos inmediatos es una zona de guerra. Así ha sido la mayor parte de su vida. Martínez nació en 1983, tres años después de que comenzara una brutal guerra civil que duraría 12 que, tras culminar en 1992 en un acuerdo de paz de impunidad-para-todos, dejó un saldo de 75 000 personas muertas y la vida destrozada de muchas más. Pero, en realidad, el conflicto jamás terminó. Los ex guerrilleros y los ex soldados se alinearon con los hijos de los refugiados de guerra deportados y conformaron bandas heterogéneas, maras, inspiradas en aquellas de Los Ángeles, donde muchos de ellos crecieron. La violencia criminal sustituyó a la violencia política debido a los niveles de sangre derramada, escalofriantemente cercanos a los tiempos de guerra. Fuera de las contemporáneas tierras-cementerios de Siria e Irak, pocas regiones son tan sistemáticamente mortales como Centroamérica en “tiempos de paz”.

Una de las principales razones de la violencia es el tráfico de drogas. Del mismo modo que la geografía de Centroamérica se convirtió en un campo de batalla estratégico para la “guerra fría”, hoy esa misma geografía se confirma como el principal corredor de narcóticos desde Colombia hacia el mercado de Estados Unidos. Ese factor, junto con la pobreza sistémica de Centroamérica y su extendida falta de un Estado de Derecho, ha convertido a un número asombroso de personas en criminales. Policías, jueces y políticos tienen la misma probabilidad de ser corruptos como de ser honestos. Existe un aproximado de 50 000 salvadoreños que participan directamente en las bandas, y hasta medio millón más —de una población de seis millones— que dependen económicamente de ellas.

Honduras también se ha convertido en un refugio para las bandas hiperviolentas de narcotraficantes y policías corruptos; y en consecuencia, en los últimos años, el país ha tenido las tasas de homicidio más altas que cualquier otro. El vecino El Salvador le siguió de cerca, continuado por Guatemala y Belice.

Para dar una idea de lo que esto significa, considerando el hecho de que Estados Unidos —calificado como un país violento— tiene un promedio actual de 4.5 homicidios por cada 100 000 habitantes, Honduras tiene 90. En 2015, la tasa de asesinatos en El Salvador comenzó a dispararse, sin embargo, a finales del verano tuvo en promedio un asesinato por hora, con un recuento aproximado de 4 000 muertos en el año, lo que llevó a Honduras al borde de perder su primer lugar. De acuerdo con un artículo publicado en The Guardian, en agosto de 2015, las últimas estadísticas de homicidios sugieren que El Salvador era “20 veces más violento que Estados Unidos, nueve veces más violento que Gran Bretaña”.

La indignación por esta situación motiva a Óscar, quien dirige “Sala Negra”, una unidad de investigación criminal de El Faro, la innovadora revista de investigación en línea de Centroamérica, basada en El Salvador. Los textos de Óscar reunidos en este libro están impregnados del coraje que crece a fuego lento debido a la incapacidad de Centroamérica para proporcionar protección y justicia para sus ciudadanos.

Alertado sobre la huida de pánico de una docena de familias de un barrio pobre de San Salvador, amenazadas por pandillas, Óscar escribe: “Esto está pasando hoy, martes, 20 de enero de 2015. Mucha gente está viendo esto en su tele mientras come, como si fuera un partido de futbol. Las cámaras graban todo y la emigración se lleva a cabo bajo la protección policiaca. La policía defiende a la gente que cree en la amenaza hecha por Barrio 18. La pandilla dice que los matará y muchos de ellos lo creen. Su huida es transmitida en televisión nacional.”

Óscar lamenta de manera similar la muerte del Niño de Hollywood, no porque pensara que era un buen tipo, pues no lo era —como le dijo a Óscar, él personalmente había matado a 54 personas, muchas mujeres incluidas —. Los reclamos de Óscar están dirigidos hacia la incapacidad del gobierno de El Salvador para cumplir su promesa de resguardar a su testigo protegido. A pesar de su pasado criminal, al final, el Niño de Hollywood ayudó al Estado para llevar a otros criminales ante la justicia. “Sin su ayuda, 30 asesinos estarían libres en El Salvador”, escribe Óscar.