VISTO PARA SENTENCIA
Publicados en el suplemento El Cultural de El Mundo, los artículos que componen esta recopilación han actuado como un auténtico revulsivo en el panorama de las actuales letras de nuestro país. Arturo Pérez-Reverte, Susanna Tamaro o Javier Marías, entre otros 'intocables', han sido objeto del implacable bisturí de este crítico cuya escritura constituye un auténtico placer por su notable calidad literaria
©2008, Reig, Rafael
©2008, Caballo de Troya
ISBN: 9788496594203
Generado con: QualityEbook v0.86
Rafael Reig
Visto para sentencia
Prólogo
Si sólo muevo los labios, ¿quién habla?
HACE tiempo me llamó Blanca Berasategui, directora de El Cultural (suplemento que se distribuye con el diario El Mundo), para proponerme que escribiera en sus páginas. Nos fuimos a tomar unos vinos, junto con Nuria Azancot, a ver qué se nos ocurría.
¿Podía hacer yo crítica literaria? Ésa fue la primera pregunta. Y hasta de lencería, si pagaban algo, le dije, envalentonado por el tercer vino y por la convicción de que, como decía Flaubert, «basta con poner la suficiente atención para encontrar cualquier cosa interesante».
Me confesó Blanca que le resultaba difícil, si no imposible, encontrar escritores españoles que hicieran crítica de literatura española; todos preferían escribir sobre literatura extranjera.
La confesión de Blanca me hizo preguntarme, en primer lugar, por qué necesitaba novelistas para escribir crítica literaria. ¿No es más bien tarea de críticos?
Si la teología (según Borges) es una rama de la literatura fantástica, sin duda la crítica será otro género literario. Un problema de la crítica es que en general está mal escrita. Deliberada o inevitablemente mal escrita. Por eso resulta aburrida. Parece razonable pensar que un novelista quizá pueda al menos escribir algo más atractivo. Escribir una novela también es una forma de leer la tradición literaria y, por lo tanto, un escritor siempre es también un crítico.
¿Por qué es tan aburrida la crítica? ¿Escriben mal los críticos? Me consta que no: está mal escrita porque no tienen más remedio. Es premeditado. A mi modo de ver utilizan dos narcóticos infalibles: la previsibilidad y la pretensión de (digamos) objetividad.
La mayor parte de las críticas son previsibles, desde la elección del libro que se va a comentar, hasta la argumentación y las conclusiones a las que llegan. Esto obedece en parte a que la mayoría de las novelas españolas contemporáneas son previsibles, es verdad. Los críticos, a su vez, también escriben lo que está previsto, lo que se espera de ellos. Cuando no lo hacen, pierden el empleo (véase el famoso caso Echevarría).
La mayor parte de las críticas pretenden ser objetivas, es decir, se proponen ocultar desde dónde están escritas, borrar las huellas, ser escuchadas como esa voz en off de las películas, que no se sabe de dónde viene ni quién es el que nos está hablando.
En realidad, un crítico no es un interlocutor, sino que utiliza una voz en off, desde un lugar a salvo, bien protegido y situado muy por encima del lector.
Son objetivos, es decir, no tienen gustos personales, manías, caprichos, prejuicios, ideología, concepciones estéticas… en otras palabras, no opinan: dictaminan.
Con la severidad de inspectores de la Guía Michelin, visitan editoriales y se enfrentan por igual a unos macarrones con tomate que a una tortilla «desestructurada» por Ferrán Adriá: impertérritos, con la misma frialdad exenta de todo entusiasmo, sine ira et studio y sub specie aetermtatis.
La lectura de un crítico, frente a la de un novelista, sería como el veredicto de un catador de vinos frente al de un borrachín de barra de bar. El catador es campanudo, esotérico y condescendiente. El buen bebedor es atrabiliario y coloquial, pero apasionado. Es decir, no es que los críticos escriban mal: es que no tienen más remedio que hacerlo, si quieren ser previsibles y objetivos.
Y, sin embargo, al parecer, los suplementos literarios necesitan menos enólogos y más tipos capaces de beber por placer.
No me sorprende. Basta con comprobar la diferencia entre las noticias de la sección de Cultura en un periódico y su suplemento cultural. Provoca asombro, porque es todo lo contrario de lo que en principio debería ser. Es la sección «informativa» la que está llena de opiniones contundentes: «Fulanito describe en una novela genial y cautivadora la esencia de nuestro tiempo». En cambio, el suplemento pretende ser aséptico, técnico, ecuánime, y sólo se permite expresar juicios razonables (es decir, previsibles).
Con respecto a la pretensión de objetividad, poco hay que decir. Cualquiera puede probar uno de esos experimentos del laboratorio de Ferran Adriá y exclamar: «¡Menuda porquería! ¡Están mucho mejor los macarrones de mi abuela!». Si el tipo de la Guía Michelin sólo pudiera responder: «No fastidies, a mí me gustan mucho estos macarrones al aire de frambuesa sobre lecho de hojaldre sublimado», ¿adónde iría a parar su autoridad?
Como es obvio, una voz en off no habla en su propio nombre. Habla en nombre del criterio, del gusto literario, del conocimiento, etc.
Por eso mismo resulta tan previsible. La literatura también es un mercado y por tanto todas esas categorías (criterio, gusto, conocimiento) obedecen a intereses mercantiles.
Por eso es indispensable borrar las huellas. Si la voz en off fuera la del director de la editorial o del periódico, o la del propio crítico, perdería autoridad. Una auténtica voz en off que se respete tiene que hablar en nombre de algo incontestable, desde un lugar inaccesible y libre de impurezas. La voz en off anonada al que la escucha, le deja sin respuesta: en realidad procede (o quizá emana) de una instancia superior; su contenido son verdades reveladas, no materia de discusión. Por eso la crítica es una rama de la teología: literatura fantástica.
No es que a Fulano le guste más la tortilla que el huevo frito; es que a través de Fulano se nos ofrece la revelación de que la tortilla es mejor que el huevo frito. Y no podemos poner en duda a Fulano, porque no se trata de Fulano y su gusto personal: Fulano mueve los labios, pero la voz viene de un sitio al que no tenemos acceso.
Si se viera el micrófono, el encantamiento de la voz en off desaparecería de inmediato. Si dejaran claro desde qué prejuicios, presuposiciones, estética, ideología y hasta caprichos escriben, ¿cómo iban a pontificar los críticos? Y sobre todo, ¿servirían así a los intereses de quien les contrata? ¿Podrían ofrecer lo que está previsto, lo que se espera de ellos?
Lo objetivo y lo previsible son, pues, a mi modo de ver, dos caras de la misma moneda; y la causa de que los críticos escriban mal deliberadamente.
¿Qué se puede esperar, en cambio, de los novelistas?
Tampoco gran cosa, me parece a mí: más de lo mismo (o incluso dos tazas). Somos muñecos distintos en el cajón del mismo ventrílocuo. Escritura remunerada y, como tal, ni mala ni buena: eficaz, que sirve o no a su propósito.
La primera señal de alarma es sin duda la negativa a escribir sobre autores españoles contemporáneos, sobre los colegas. ¿Qué sucede? ¿Está mal visto opinar sobre colegas? Y entonces, ¿por qué en cambio sobre colegas extranjeros no? ¿Porque no lo van a leer los interesados? ¿O quizá porque eso pone al que opina a salvo de las posibles represalias? ¿Es que hay represalias? ¿No se puede decir lo que se piensa sin más?
Por supuesto que no, ya lo sabemos todos. O se puede, pero tiene un precio.
En esta misma editorial se debe consultar, por ejemplo, Los mercaderes en el templo de la literatura