© M. Àngels Claramunt (por la edición de los textos)
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Nota editorial: la Editorial OB STARE agradece la colaboración y entrega desinteresada de Natalène Suanzes, M. Àngels Claramunt, Emilio Santos y Jesús Sanz. Igualmente, agradece a las personas que han aportado sus testimonios y fotografías sobre la atención que Consuelo les brindó durante la preparación y asistencia al parto.
Gracias por haber hecho posible que este proyecto salga a la luz lo más parecido a lo que tanto Consuelo enseñó: con Amor.
A Consuelo Ruiz Vélez-Frías, en justo homenaje
M. Àngels Claramunt Armengau
S e definía como un Quijote luchando contra los molinos de viento. Era una mujer bajita y delgada, de ojos vivarachos y voz aguda. No tuve la suerte de conocerla personalmente, pero me llegaron noticias suyas pocas semanas antes de su muerte. De la mano de Emilio y Natalène, sus acompañantes en sus últimos años, sus discípulos, conocí a este portento de mujer. Me interesó todo de ella, y este interés ha ido en aumento sin cesar a medida que iba conociendo más detalles de su vida, de su legado.
Su máxima era apelar a la inteligencia. Ella se declaraba feminista «en el buen sentido de la palabra». Denunciaba a menudo el trato vejatorio que recibían las embarazadas: estire la pierna, muévase hacia aquí, hacia allá. . . sin darles explicaciones, como si fueran un perrito, ejemplificaba Consuelo. Extremadamente clara y didáctica.
No se cansó nunca de clamar por el derecho que merecen las mujeres de recibir explicaciones, de tomar la responsabilidad de su propio parto, que nadie decida por ellas. Su objetivo principal en la preparación al parto era que las mujeres salieran sabiendo más de lo que sabían y con sentido de la responsabilidad en ese maravilloso proceso.
Es justo y necesario que se la conozca, que sus escritos salgan a la luz, sus palabras. Sus enseñanzas son absolutamente vigentes. Todo lo que denuncia es lastimosamente actual, todo lo que explica de un modo tan didáctico, absolutamente necesario, aún.
Consuelo me cautivó tanto por lo que escribía como por cómo lo hacía: su estilo claro y directo, sus comparaciones extremas, ilustrativas, su ironía, sus ejemplos; tan fuera de lo común; su gracia para la poesía, su extensa cultura. Fue una mujer lúcida; una mujer sabia que le tocó vivir en una época de dureza extrema y aún así se dedicó en cuerpo y alma a los demás; a mejorar la vida reproductiva de la mujer, a abrirnos los ojos.
Mis criterios de edición han sido ordenar los escritos de manera que resultaran amenos y que el/la lector/a mantuviera el interés por cómo transcurrieron los avatares de su vida y de la vida del país; hay datos históricos valiosísimos en sus papeles, también he pretendido respetar al máximo la versión original de la autora, haciéndome ver, como editora del texto, lo menos posible.
Espero y deseo que este merecido homenaje sea una contribución más a reconocimientos futuros. Consuelo Ruiz Vélez-Frías debe figurar entre los más grandes nombres de la obstetricia de este país.
M. Àngels Claramunt Armengau es profesora de Lengua Catalana, escritora, miembro del Grupo de Apoyo a la Lactancia ALLETA, cofundadora del foro «Superando un aborto» y doula. Ha recopilado, corregido y ordenado los textos de Consuelo que aquí se publican.
Consuelo, revolucionaria
Emilio Santos Leal
E staba yo sentado en décima fila, excitado sin tregua en aquel congreso único, el congreso que más he disfrutado de toda mi vida. Acababa de hablar una ponente tremendamente interesante, tan interesante y tan emotiva como todos los anteriores; estábamos todos aplaudiendo desaforadamente e iba a empezar el turno de coloquio. ¿Iba a empezar? No.
Había empezado ya, pero no abierto, como se esperaba, por la moderadora, sino abierto de forma espontánea por aquella vieja refunfuñona que se había levantado de su silla de ruedas para hablar apasionadamente contra la ponente.
Entre los aplausos a la ponente iba emergiendo paulatinamente su voz. Y los aplausos se iban apagando. Con una debilidad física aparentemente severa, pero con una energía verbal arrolladora, se puso a despotricar contra la maravillosa ponente; y de paso contra todos aquellos profesionales que estábamos allí tan unidos, tan camaradas.
Sabíamos todos que estábamos en el camino. En ese congreso nos habíamos descubierto los unos a los otros, así lo sentía yo. Claro que. . . yo lo sentía diferente a aquellos profesionales que llevaban ya tantos años luchando por esta causa. Estábamos todos emocionados por las cosas que se estaban diciendo. Todos sin excepción estábamos con las lágrimas a punto de correr en todas y cada una de las conferencias. Era tan verdadero lo que allí se estaba diciendo. . . era tan opuesto a lo que piensa la medicina. . . era tan opuesto a lo que piensa la mayoría de la gente. . . y los allí presentes lo veíamos tan obvio. . . que nos sentíamos todos en una complicidad única, creyéndonos que de aquí saldría algo muy importante que iba a cambiar el mundo.
Y, sin embargo, ante una charla tan bonita, tan profunda y tan sincera que acababa de pronunciar aquella matrona. . . aquella vieja gritona, que pensaba como nosotros y que era de las nuestras. . . estaba gritando contra la ponente, y estaba gritando contra todos nosotros.
Pues bien, los profesionales que estábamos allí éramos los héroes y heroínas que contra un sistema adverso dedicaban su vida a la causa de poner las condiciones para que las mujeres pudieran parir con dignidad, con placer, con confianza. . . sin medicalización, y también los profesionales que aunque aún no hacíamos nada profesionalmente en ese sentido, compartíamos la causa y que en ese momento estábamos tomando la firme decisión de que nos íbamos a dedicar a ello a partir de ese momento.
En ese congreso había también madres y algún padre que contaron sus bellas experiencias de partos respetados y de crianzas libres. Había también algunas madres que contaban la frustración de sus dolorosas experiencias hospitalarias.
Se trataba del I Congreso de la Asociación «Nacer en Casa», que tenía lugar en Jerez de la Frontera. Era otoño del año 2000. Una amiga mía, matrona, Cristina, de Valencia, donde yo me encontraba terminando mi especialidad de Psiquiatría, me había informado de que existía ese congreso. Yo me había quedado impresionado cuando vi el programa e inmediatamente me matriculé.
Allí conocí a los maestros del parto respetado y a defensores de la mujer: Montse Catalán, Jesús Sanz, Ángeles Pérez, Isabel Villena, Maite Gómez, Mercedes Serrano, Casilda Rodrigáñez. . . Y conocí también a sabios extranjeros: Beatriz Smulders, Michel Odent, Mardsen Wagner. . . Todos me impresionaban con sus ponencias brillantes.
Y aquella vieja, fuera de programa, nos estaba echando una bronca. Se puso a gritar que lo que allí se decía era muy bonito, pero que no había derecho a que una mujer tuviera que pagar dinero por ello. Parecía que se iba a caer muerta en cualquier momento de la conversación. Parecía que estaba dando su vida para dar aquel mensaje. A nosotros, que nos considerábamos los buenos, los sabios, los revolucionarios, los héroes. . . nos estaba echando la regañina propia que sólo una mujer de su autoridad ganada se podía permitir.