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SINOPSIS
Con frecuencia los estados modernos hacen uso de la coacción en una serie de circunstancias en las que el recurso a la fuerza sería claramente incorrecto para cualquier agente privado. ¿Qué le da derecho al estado a comportarse de esta manera? ¿Y por qué deberían los ciudadanos obedecer sus órdenes? Este libro examina las teorías de la autoridad política, desde la teoría del contrato social, hasta las teorías de la autorización democrática o las teorías basadas en la equidad y la consecuencia. Presenta argumentos detallados en favor del anarquismo filosófico y refuta la legitimidad de la autoridad política desarrollando la viabilidad práctica del anarcocapitalismo.
El problema de la
autoridad política
Un ensayo sobre el derecho a la coacción por parte del Estado y sobre el deber de la obediencia por parte de los ciudadanos
MICHAEL HUEMER
T raducido por Javier Serrano
Prefacio
Este libro aborda la cuestión esencial de la filosofía política: acreditar la autoridad del Estado. Es ésa una noción que siempre me ha resultado chocante por parecerme un concepto desconcertante que plantea muchos problemas; ¿por qué 535 personas en Washington han de estar facultadas para dar órdenes a otros 300 millones? ¿Por qué motivo tienen esos otros que obedecerles? En las páginas que siguen argumento que estas preguntas carecen de respuestas convincentes.
¿Y eso qué importancia tiene? En casi cualquier reflexión sobre política los argumentos se centrarán en cuáles han de ser las medidas que el Estado debe poner en práctica, y en casi todas las polémicas —ya se susciten en ambientes académicos de filosofía política o en foros de debate más populares— se presupone que el Estado disfruta de una clase peculiar de autoridad que le permite emitir órdenes al resto de la sociedad. Así, por ejemplo, cuando debatimos sobre cuál ha de ser la política de inmigración, damos por sentado que el derecho de fiscalizar quién entra y sale de un país obra en poder del Estado. O, si estamos deliberando sobre cuál es la mejor normativa fiscal, aceptamos que el Estado goza de la prerrogativa de poder despojar a las personas de sus bienes. O, al discutir sobre la reforma del sistema de salud, suponemos que el Estado tiene la potestad de decidir qué servicios sanitarios hay que proporcionar y cómo pagar por ellos. Si, como confío en ser capaz de convencer al lector, todas las anteriores presunciones yerran, entonces la práctica totalidad del discurso político actual está desencaminado y ha de ser repensado de raíz.
¿Quién debería leer este libro? Las cuestiones que aquí se abordan tendrán aliciente para aquellos a quienes interese la política y el papel del Estado. Espero que el libro sea de algún provecho para mis colegas filósofos, aunque también confío en que rebase el ámbito de ese reducido grupo; así pues, he tratado de reducir al mínimo imprescindible el recurso a la jerigonza académica y mantener la redacción diáfana y directa. Su lectura no presupone ningún conocimiento especializado.
¿Contiene este libro ideología extremista? Sí y no. En las páginas que siguen, voy a defender algunas conclusiones radicales, pero aun siendo un extremista, siempre me he esforzado por ser un extremista razonable. Para razonar, me baso en lo que considero son juicios éticos de sentido común. No abrazo ninguna grandiosa y polémica teoría filosófica ni ninguna interpretación categórica de unos valores concretos ni ningún conjunto de afirmaciones experimentales discutibles. Lo que quiero decir con esto es que, aunque mis conclusiones sean sumamente polémicas, mis premisas no lo son; es más, me he afanado en examinar otros puntos de vista otorgándoles un trato imparcial y ajustado, y he atendido al detalle de las tentativas de justificación de la autoridad estatal más interesantes y, en principio, razonables. En cuanto a mi propia opinión política, planteo todas las objeciones importantes que se le han formulado, tanto en la literatura especializada como expresadas verbalmente. Aunque sabiendo cómo son los asuntos de política no puedo contar con persuadir a los más fervorosos partidarios de otras ideologías, mi intención, empero, pasa por convencer a quienes mantengan una actitud abierta y receptiva sobre el problema que plantea la autoridad política.
¿Cuáles son los contenidos de este libro? En los capítulos 2, 3, 4 y 5 se analizan las teorías filosóficas referentes a la fundamentación de la autoridad del Estado. En el 6, los indicios psicológicos e históricos que delatan nuestras disposiciones hacia el poder. En el 7 se plantea la cuestión de cuál debería ser el comportamiento de funcionarios y del resto de ciudadanos en ausencia de autoridad estatal; es aquí donde aparecen las sugerencias de índole más perentoriamente práctica. La segunda parte del libro presenta una alternativa de estructura social no basada en el concepto de autoridad. Los capítulos 10, 11 y 12 examinan los problemas prácticos más evidentes que plantea tal tipo de sociedad. En el último se trata si acaso es posible que las modificaciones que yo aconsejo pudieran llegar a producirse y de qué modo.
Deseo mostrar mi reconocimiento a los amigos y colegas que me ayudaron durante la escritura de este libro: Bryan Caplan, David Boonin, Jason Brennan, Gary Chartier, Kevin Vallier, Matt Skene, David Gordon y Eric Chwang ofrecieron inestimables opiniones que contribuyeron a suprimir errores y a pulir el texto en muchos puntos, y les estoy agradecido por su generosidad. En cuanto a los errores que pudieran restar, el lector deberá referirse a esa lista de profesores y exigirles una explicación por no haberlos enmendado. Este trabajo se llevó a cabo con la ayuda de una beca del Centro de Humanidades y de las Artes de la Universidad de Colorado —cuya colaboración agradezco— durante el año académico 2011-2012.
Primera parte
El espejismo de la autoridad
1
El problema de la autoridad política
1.1. Una parábola política
Comencemos narrando una pequeña parábola política. Supongamos que usted vive en un pequeño pueblo que soporta un elevado índice de criminalidad; hay vándalos que campan a sus anchas por el lugar saqueando y destruyendo propiedades, y nadie parece tomar cartas en el asunto. Así hasta que un buen día usted y los suyos deciden poner coto a la situación: empuñan sus armas y salen a la caza de malhechores. Cuando consiguen atrapar a uno, lo conducen hasta su domicilio a punta de pistola y allí lo encierran en el sótano. Los prisioneros son atendidos, pero la intención es mantenerlos en esa situación de encarcelamiento durante varios años para que así aprendan la lección.
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