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Martín Kohan - El informe

Aquí puedes leer online Martín Kohan - El informe texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    El informe
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    Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
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El informe: resumen, descripción y anotación

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Martín Kohan El informe Debolsillo Martín Kohan Buenos Aires 1967 enseña - photo 1

Martín Kohan

El informe

Debolsillo

Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de la Patagonia. Publicó los ensayos Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón: cuerpo y política (en colaboración con Paola Cortés Rocca), Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin y Narrar a San Martín. Es autor de los libros de cuentos Muero contento y Una pena extraordinaria, y de las novelas La pérdida de Laura, El informe, Los cautivos, Dos veces junio, Segundos afuera, Museo de la Revolución, Ciencias morales, Cuentas pendientes y Bahía Blanca. En noviembre de 2007 recibió el Premio Herralde de Novela y sus obras han sido publicadas en prestigiosas editoriales de Italia, Inglaterra, Francia, Alemania y Brasil.

Para Mariana

A Juan Ordóñez lo despertaron con notoria brusquedad. Las formas suaves son poco frecuentes en el ámbito castrense; las veces que se presentan, que son escasas, se las tiene despreciativamente por afeminamiento. Lo sujetaron por los hombros y le aplicaron dos vehementes sacudidas: así abandonó el muchacho la tersura de los sueños, así llegó, lo uno con lo otro, a la ríspida vigilia.

—Vamos —dijo la voz, susurrante, cerca de su oído—. Carretero nos convoca.

Tardó Juan en comprender lo que pasaba. No era lerdo, escribe Alfano, si bien tampoco contaba a la ligereza entre sus virtudes más notorias; lo que ocurría, doctor Vicenzi, y la norma es general, es que los primeros instantes que siguieron al sueño interrumpido fueron, como siempre lo son, de duda y aturdimiento.

Al principio le pareció que todavía era de noche, noche cerrada, como se dice, aunque no sé por qué, vulgarmente. Luego advirtió que había incurrido en un error, y eso porque oteó el cielo en dirección al Oeste, que es la parte en la que el cielo más demora en aclarar, y es además la parte en la que, en Mendoza, está la cordillera de los Andes. Pero le bastó girar la cabeza (acaso, escribe Alfano, giró todo él, y con él, como parte integrante, la cabeza) y quedar de cara al Este, para verificar que, contrariamente a lo que en un primer instante llegó a suponer, ya amanecía. El calor que se sentía a tan tempranas horas presagiaba una jornada de agobio. Ya era pleno verano, y ya corría el año de mil ochocientos diecinueve.

Las medidas dispuestas por el gobernador Luzuriaga se cumplían de forma tan inflexible como inflexible era el temperamento de su verdadero instigador, Bernardo Monteagudo. Los prisioneros ya no podían visitar a las familias cuyanas, para evitar así todo posible extravío en la opinión pública; se les prohibió recibir o enviar cartas, y bien sabemos nosotros, doctor Vicenzi, usted y yo, hasta qué punto puede dar apreciables frutos el hábito, ya casi desusado, del intercambio epistolar; durante las noches, debían permanecer los hispanos dentro de sus celdas, disposición que se cumplía sin que necesario fuera echar a las puertas el cerrojo. Sólo a la luz del día se autorizaba a los prisioneros a salir, y eso sin que nunca pudieran ir más allá de la zona de los huertos que ellos mismos cultivaban.

Todos (algunos más, otros menos, y Juan Ruiz Ordóñez, como es de imaginar, uno de los que menos) se resignaron a su suerte, o, al menos, aparentaron esa resignación. Dice el refrán popular (y no es que yo, como ya lo he dicho otra vez, escribe Alfano, me incline a confiar en tales pronunciamientos, pero esta frase, creo yo, en este caso al menos, viene a cuento), dice el refrán popular, le decía, doctor Vicenzi, que las apariencias engañan, porque una cosa es lo que por arriba se ve, en la superficie, y otra es la que por abajo fermenta, en la profundidad. La imagen de un delfín que, imprevistamente, surge del mar y se arquea en el aire, le resultará a usted, doctor Vicenzi, que es mendocino, ajena por completo; si pudiera, empero, evocarla, entendería más claramente, y eso es seguro, qué es lo que estoy tratando de decir.

Inquietantes rumores comenzaron a circular, por esos días, entre los godos en cautiverio. La guerra civil que asolaría el suelo patrio era ya inminente, o poco menos, y aun los menos sagaces advertían los signos que la prenunciaban. Todo esto no prometía más que el endurecimiento de las posiciones, y fue entonces cuando se esparció la perturbadora especie según la cual los prisioneros españoles, a fin de neutralizar toda potencial reacción, por remota que pareciera, serían separados y trasladados a los puntos más diversos y distantes del territorio argentino, al que Dios, como sabemos, bendijo con la extensión.

No fue ésta, sin embargo, todavía, la circunstancia que movió al capitán Carretero a pasar a la acción, sino otra, igualmente significativa, que acababa de conocer: unos veinte prisioneros españoles (capturados, al parecer, no en la gloriosa jornada de Maipo o de Maipú, sino en esa otra, no menos gloriosa, o no mucho menos gloriosa, de Chacabuco) estaban siendo trasladados, y se encontraban, de paso, alojados en las cercanías.

Carretero comprendió que la posibilidad de anexar a algunos de esos hombres acrecentaría considerablemente su disposición de fuerzas a la hora de iniciar la rebelión. No todos estarían de su parte, desde luego, porque raramente se presenta en la historia esta clase de uniformidad; en los cálculos que hacía Carretero sobre sus potenciales seguidores, tenía el cuidado de descontar a los enfermos, a los cobardes, a los resignados, a los acomodaticios, a los felices, y también a los que, aunque camaradas en las filas del ejército del rey, eran, en términos políticos, hostiles a su persona.

Fuera como fuese, doctor Vicenzi, la presencia en las inmediaciones de otros veinte prisioneros aumentaba las posibilidades de éxito de su proyectado (diría, escribe Alfano: su largamente proyectado) alzamiento. Todo es, en la vida, transitorio, todo verdor, como quien dice, perecerá; hay, sin embargo, dentro de esta melancólica formulación universal, cosas que son más permanentes, cosas que lo son menos. La proximidad de otros veinte prisioneros hispanos era, por hallarse los mismos de paso, particularmente transitoria: Carretero advirtió que, para aprovecharla, debía actuar con celeridad. Fue entonces, doctor Vicenzi, que tomó la resolución de iniciar las acciones; son muchas las consecuencias que esta decisión acarrearía, una de ellas, aunque no de las principales, la hemos mencionado ya: fue que alguien se acercara hasta el sitio en el que dormía Juan Ruiz Ordóñez, inquieto y murmurante, como, de un tiempo a esta parte, siempre dormía, y con ese par de sacudones que ya quedaron consignados en este informe, lo despertara.

Usted, doctor Vicenzi, como historiador que es, cuenta sin duda a la curiosidad como una de sus cualidades, no me refiero, claro, a la curiosidad menor, a la curiosidad malsana, a la curiosidad de la vecina de barrio que, entre chismes y chismes, ve pasar la vida, sino a la curiosidad noble y pura, la que conduce, tarde o temprano, al conocimiento. Estimulado por esta última forma de la curiosidad, se preguntará usted, seguramente, qué sentimientos experimentó Juan Ruiz cuando, convocado por Carretero, supo que algo iba por fin a pasar. Temo decepcionarlo, doctor Vicenzi, escribe Alfano, si le digo que iba Juan Ruiz con la mente en blanco; lo digo, empero, puesto que así ocurrieron los hechos, y a nada me debo tanto como a la verdad. A menudo se enfrentan los sucesos más extraordinarios con la mente en blanco y sólo un vago cosquilleo en la boca del estómago (no ha de confundirse jamás, doctor Vicenzi, este vago cosquilleo, que es signo manifiesto de ansiedad, con el nudo o retorcijón que, también situado en la zona estomacal, indica, por el contrario, renuencia y temor).

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