Jos é María Ridao nació en Madrid en 1961 y es licenciado en Filología árabe y en Derecho. En 1987 ingresó en la carrera diplomática, que lo llevó a ejercer en Angola, la Unión Soviética, Guinea Ecuatorial, Francia y Estados Unidos. En el año 2000 decidió abandonarla para dedicarse exclusivamente a la reflexión y a la literatura.
En Galaxia Gutenberg ha publicado los ensayos El pasaj ero de Montauban (2003), Weimar entr e nosotros (2004), Elogio de la imperfección (2006), Contra la historia (2009), Filosofía accidental (2015) y El vacío elocuente (2017), las ediciones Dos visione s de España (2005) y Por l a gracia de Dios: catolicismo y libertades en España (2008), así como las novelas El mundo a media voz (2001) y Mar muerto (2010).
Democraci a intrascendente no quiere decir democracia sin valor, sino democracia que no busca refugio en las verdades trascendentes establecidas por la filosofía, la teología o la ciencia experimental. En definitiva, democracia que entronca con una tradición de pensamiento que rechaza recurrir a cualquier instancia no humana para justificar una conducta o reclamar un veredicto. Los argumentos de esta otra tradición nada tienen que ver con el irracionalismo o el relativismo de los que ha sido acusada, y son analizados en La democracia intrascendent e bajo una perspectiva que recorre sus diversas manifestaciones a lo largo de la historia y aproxima teólogos como Nicolás de Cusa a filósofos como Dewey y científicos como Heisenberg, comprometidos en el esfuerzo de desmentir cualquier determinismo.
Es intrascendente porque rechaza un género de verdad que acaba sojuzgando al individuo y que, en la lucha escatológica por prevalecer y fundar un orden, le obliga a despreciar tanto el daño que inflige como el sacrificio que reclama.
J OSÉ M ARÍA R IDAO
La democracia intrascendente
Ensayos sobre el lenguaje,
la verdad y el poder
Publicado por
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: mayo de 2019
© José María Ridao, 2019
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2019
Fotografía de cubierta: © Max Scheler. Champs-Élysées, París, 14 de julio de 1952
Conversión a formato digital: gama sl
ISBN: 978-84-17747-59-6
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Índice
Para Claudio Aranzadi,
por su amistad fraterna
en el irreductible desacuerdo
All our scientific and philosophical
ideals are altars to unknown Gods
W ILLIAM J AMES
Introducción
Los ensayos recogidos en este volumen abordan el problema de la relación entre la libertad y el conocimiento de la verdad. La pendiente autoritaria por la que están deslizándose los gobiernos de algunos de los países más poderosos del mundo ha vuelto a ponerlo sobre la mesa, pero sólo atendiendo a un aspecto marginal y olvidando la ancestral genealogía filosófica a la que pertenece. Por descontado, el debate político en democracia se refiere a los cursos de acción ante hechos contrastados. Manipular estos hechos, falseándolos o negándolos, constituye un atentado contra la libertad, porque los cursos de acción que se decidan a partir de la regla democrática sólo reflejarán el interés último, y normalmente espurio, de quien haya falseado previamente las premisas. La estrategia liberticida que se esconde detrás de la manipulación de los hechos es concomitante con la de la manipulación del lenguaje, y de ello también ofrece suficientes ejemplos la realidad contemporánea. Sólo que la manipulación del lenguaje no se corresponde exclusivamente con la mentira, sino que puede operar, y de hecho opera, en dos direcciones diferentes. Una cuando se difumina deliberadamente el significado de las palabras a fin de que puedan significar una cosa y la contraria, dependiendo de quién las utilice, y otra cuando, proclamando una decidida voluntad de recuperar su verdadero significado, de llamar a las cosas por su nombre –como si el nombre de las cosas formara parte de una indescifrable esencia–, se introducen en el espacio público términos que, por estar marcados negativamente, acaban por marcar en el mismo sentido a los individuos o los grupos a los que se aplica. El fenómeno de la corrección política con el que se ha querido contrarrestar esta última manipulación ha alcanzado, sin duda, extremos ridículos. Pero la alternativa que se ha impuesto en estos tiempos plagados de malos presagios, la alternativa de hablar sin complejos, confunde con simples eufemismos el recurso a expresiones que responden a la obligación, irrenunciable en democracia, de construir un espacio público depurado de términos que humillen o descalifiquen a nadie que comparezca en él.
La importancia de reflexionar sobre el lenguaje fue advertida por escritores que, como Víctor Klemperer o George Orwell, se vieron envueltos en circunstancias políticas que pusieron un abrupto final al mundo en el que vivían, destruyéndolo. De nada serviría repetir ahora lo que ellos dijeron entonces, puesto que sus argumentos conservan intacta una turbadora vigencia. Por este motivo, la intención última de estos ensayos ha sido aventurar la reflexión sobre el lenguaje más allá de la relación entre ciertos programas políticos y la manipulación de las palabras, intentando descifrar aquella genealogía filosófica a la que antes me refería y qué presupuestos filosóficos la hacen posible. Es así como he acabado por asumir algo que señalaron Nietzsche, por un lado, y Charles S. Pierce, por otro, pero que antes de ellos preocupó a la filosofía presocrática: la reflexión sobre el lenguaje conduce a la reflexión sobre la verdad y sobre el poder. Han sido numerosas las ocasiones en las que, como me sucedió al redactar Filosofía accidental –un libro cuyas intuiciones prolongan las páginas que siguen–, me he enfrentado a la contradicción entre la tradición aristotélica de la que me sentí próximo y las soluciones que he ido considerando a medida que pasaban los años. Se puede decir que comencé como aristotélico lo que creí acabar como platónico, tan sólo para descubrir después que, en la interpretación que más llegó a convencerme, el pensamiento de Sócrates era tan sólo una variante de la filosofía de los pitagóricos y los sofistas: precisamente la variante que conducía a su disolución. Comprendí entonces que el interés de los pitagóricos y los sofistas por el lenguaje y las instituciones –por lo que, aplicado a ellos, y en virtud de un anacronismo retrospectivo, llamamos Estado – son dos caras de la misma moneda: el lenguaje es la convención primaria, y las instituciones, adopten la forma benevolente de la asamblea o la más lúgubre de la guerra, el ámbito donde la convención se realiza a partir de los cursos de acción que determina.
La realidad contemporánea ofrece numerosos ejemplos de la utilidad de las ideas de los pitagóricos, los sofistas y su más o menos soterrada descendencia para comprender, y, en su caso, impugnar, decisiones que sólo pueden adoptarse desde la ignorancia de la estrecha relación entre el lenguaje, la verdad y el poder. Las postrimerías del siglo XX asistieron al renacer de lo que Pierre Rosanvallon ha denominado las ciencias de la diferencia, esto es, saberes que a través de la invocación de verdades trascendentes buscan proporcionar un fundamento natural a la desigualdad. Desde el momento en que las teorías racistas quedan desprestigiadas al ser importadas por las doctrinas políticas totalitarias desde el África colonial a la Europa de entreguerras, y devastar el mundo, las ciencias de la diferencia se vieron obligadas a cambiar de objeto, abandonando la raza en favor de la cultura o la civilización. Pero sólo para mantener intacta la estructura y el potencial discriminatorio de los argumentos que fundamentaban sus verdades. Este espejismo de imaginar que cambia la doctrina tan sólo porque cambia el objeto me había llamado la atención mientras redactaba los ensayos de Contra la historia , al descubrir que las verdades teológicas invocadas en la Controversia de Valladolid de 1550 para decidir acerca de la naturaleza humana de los indios eran las mismas, estructuralmente las mismas, que las verdades científicas consideradas en la Conferencia de Berlín de 1885 para establecer la legitimidad del reparto de África y el sometimiento de los africanos. Entonces no podía imaginar que volvería a encontrarme argumentos y verdades similares, y menos aún que el nuevo encuentro se produciría, no a causa de mi interés por la historia de las ideas, sino de mi condición de ciudadano cada vez más desesperanzado por la marcha del mundo.
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