SECCIÓN DE OBRAS DE ECONOMÍA
HISTORIA DE LAS DOCTRINAS ECONÓMICAS
Traducción de
FLORENTINO M. TORNER
y ODET CHÁVEZ FERREIRO
ERIC ROLL
HISTORIA
DE LAS
DOCTRINAS ECONÓMICAS
Primera edición en inglés, 1938
Cuarta edición, 1973
Quinta edición, 1992
Primera edición en español, 1942
Segunda edición, 1975
Tercera edición, 1994
Séptima reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2014
Diseño y fotografía de portada: Laura Esponda Aguilar
© 1938, Faber and Faber Ltd., Londres
Título original: A History of Economic Thought
D. R. © 1942, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
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ISBN 978-607-16-2363-8 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
A la memoria
de mis padres
PREFACIO A LA QUINTA EDICIÓN
Hay dos razones que justifican una edición revisada de este libro. La primera es que han pasado diecisiete años desde que se completó la anterior, razón que por sí sola motivaría el examen de los cambios recientes en cualquier disciplina. La segunda es que el texto continúa siendo útil tanto al lector en general como a los estudiosos de la materia, a pesar de que ha sido impreso por más de cincuenta años.
Como en ocasiones anteriores, he tenido que meditar sobre cuatro preguntas difíciles. Primera, ¿son aún adecuados la estructura general del libro y el balance del tratamiento de las diferentes ideas y autores individuales? Segunda, ¿necesita revisarse el enfoque general, particularmente en la relación entre tendencias económicas y los grandes cambios políticos, económicos y culturales de las sociedades en que éstos surgen y se desarrollan? Tercera, ¿se ha arrojado una nueva luz en investigaciones recientes sobre pensadores individuales, o aspectos particulares de la teoría del pasado, hasta el punto de que la información aquí contenida deba ser corregida? Y, finalmente, ¿cómo deben manejarse los desarrollos más recientes en el pensamiento económico —digamos, los cuarenta años posteriores a la muerte de Keynes—?
He llegado a la conclusión de que no tendría objeto alterar una estructura que en gran medida se impone a sí misma y que, por esa razón, ha sido adoptada por la mayoría de los autores de esta materia. Cuando uno escribe Historia no es sencillo, aunque fuese sensato, hacerlo sin una medida sustancial de cronología. En lo que se refiere a los segmentos en que yo había dividido el tema —independientemente de los capítulos finales, que tratan lo referente a los últimos cincuenta años—, las fases y, consecuentemente, la clasificación de las diversas divisiones de esta historia, en mi opinión han demostrado tener un amplio y extenso uso. En pocas palabras, no encontré otra manera que presentara el proceso histórico que he deseado describir.
En lo referente al equilibrio no tuve tanta certeza. Por ejemplo, ¿es todavía realmente útil, ya sea para el lector no especializado o para el estudiante, buscar, identificar y analizar los antecedentes de los elementos del cuerpo de la economía en la Antigüedad —incluyendo la parte oscura de las Escrituras— o de las reflexiones de los pensadores medievales? Y a pesar de que las especulaciones de los mercantilistas y metalistas no puedan ser omitidas —aunque fuera únicamente por la obstinada persistencia de sus remanentes en la actualidad—, ¿se habla demasiado de ellos? En este punto, nuevamente, decidí no hacer un cambio radical. Sólo cerca de cuarenta páginas en total —aproximadamente una decimoquinta parte de todo el libro— se han dedicado al periodo previo al mercantilismo.
Existen dos preguntas que deben formularse en lo que al enfoque se refiere: ¿cómo puede definirse el pensamiento económico, y, en consecuencia, qué se debe incluir? En segundo lugar, ¿existen algunos amplios principios generales de explicación que puedan aplicarse a cualquier idea en particular, o a todo el cuerpo de ideas de un determinado autor? En ambos aspectos, en la Introducción establezco mis puntos de vista en forma general. Sin embargo, debo agregar lo siguiente: es, según creo, inevitable que uno deba aceptar la distinción no sólo entre los métodos, lo que es bastante obvio, sino también entre las diferentes visiones y quizá aún los diferentes propósitos esenciales de las ciencias naturales y sociales. Esto significa, en particular, que al estudiar la historia de las ideas en el campo anterior —y tal vez de manera más acentuada en la economía— uno se enfrenta a un dilema. El profesor Samuelson, sin duda el representante más brillante de la economía moderna, en su discurso de toma de posesión de la presidencia de la Asociación Económica Norteamericana, en 1961, trazó una clara frontera entre el “simple libro de texto”, como calificó a la Historia de las doctrinas económicas de Gide y Rist, y la “obra de erudición” de Schumpeter: su Historia del análisis económico, un volumen monumental, publicado inmediatamente después de la edición de 1954 de esta obra. Samuelson basó esta distinción —y no queda muy claro en la evidencia del resto de su discurso hasta qué punto pretendía señalar un mérito o simplemente subrayar un dilema— en, por ejemplo, el tratamiento relativo de Robert Owen y Robert Malthus (muy probablemente el profesor se refería al Malthus de los Principios y no al del Ensayo), de Fourier y Saint-Simon por una parte y de Walras y Pareto por otra, y de Arthur Young en oposición a Allyn Young. En suma, su distinción se basa en el grado en que el “análisis” fue el criterio para la selección y tratamiento de diferentes autores. ¿Es éste el modelo correcto? De serlo, mi propio principio de selección no se ajusta a él. Ahora bien, ¿es ésta la manera correcta de ver las cosas? Debo admitir que, aunque no he incluido a todos los economistas analíticos profesionales, he dejado fuera a muchos no profesionales, como se les define ahora; pero entonces no escribía, como no intento hacerlo ahora, únicamente acerca de aquellos autores politicoeconómicos cuyas ideas han tomado forma —o al menos han tenido influencia— en el conjunto de creencias populares acerca de los procesos económicos de la sociedad. Sin embargo, tampoco he intentado escribir —tal como lo hizo Schumpeter— exclusivamente para el estudioso que desea delimitar en detalle las fuentes de teorías particulares de la economía, y su ascenso gradual por la escalera de la complejidad.
El mismo profesor Samuelson parece creer de forma definitiva en un enfoque más ecléctico que el que mostró en el citado discurso, pues en la Introducción de la edición de 1970 de sus Readings in Economics que acompaña a su inmensamente exitoso libro de texto, explica que “la vida no es una descripción de nombres famosos”, y que al seleccionar autores cuyos textos sean adecuados para ilustrar a sus alumnos los problemas con que está tratando, no les ha “solicitado sus cédulas profesionales de economistas”. Parece, por lo tanto, que se debe ser libre para adoptar alguna mezcla de la economía “analítica” y de la “popular”, y yo no pido disculpas por mi limitada mezcla, al tratar la “economía analítica”, de ciertos ingredientes tomados de teorizaciones económicas menos rigurosas.