B REVE HISTORIA
DE LA A RMADA
I NVENCIBLE
B REVE HISTORIA
DE LA A RMADA
I NVENCIBLE
Víctor San Juan
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve historia de la Armada Invencible
Autor: © Víctor San Juan
Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández
Copyright de la presente edición: © 2017 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla, 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Diseño y realización de cubierta: Universo Cultura y Ocio
Imagen de portada: H ILLIARD, Nicholas. The Spanish Armada (1588). Disponible en: http://www.myartprints.co.uk/a/hilliard-nicholas/the-armada.html
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición digital: 978-84-9967-849-8
Fecha de edición: Marzo 2017
Depósito legal: M-3102-2017
Para José Luis San Juan Rubio,
gran persona y mejor decano
de una familia maravillosa.
1
Casi al sureste del extenso archipiélago de las Bahamas, en los 24° 6’ de latitud norte y 74º 30’ al oeste del meridiano de Greenwich, existe una isla solitaria, de relieve prácticamente inexistente y aspecto desolador. Según los indios caribes que Cristóbal Colón encontró en ella el 12 de octubre de 1492, en un principio se llamaba Guahananí, aunque el almirante la rebautizó San Salvador; pero la ofensiva pirática del siglo XVIII la llevó a quedar bajo el dominio de saqueadores y desarrapados piratas, tomando el nombre de uno de ellos, Watling. De cualquier forma, en la cartografía americana sigue recibiendo el nombre impuesto por el descubridor.
San Salvador es un arrecife coralino de apenas once millas de largo por cuatro de ancho; al este, protegida por un extenso banco sumergido, queda una larga y paradisiaca playa caribeña, a medio camino de la cual (de la colina Dixon a Victoria), entre el lago de Starrs y el océano Atlántico, se alza solitario en la noche el monumento a Colón, iluminado por los silenciosos pantallazos del faro Dixon, al que arrulla el sonido de las olas rompientes. El único núcleo habitado de la isla digno de tal nombre es Ciudad Cockburn (Cockburn Town), al otro lado de la isla, y al que no se puede ir directo desde el monumento pues se interpone en el camino el gran lago (Great Lake) que ocupa todo el centro de la misma. Cockburn, a redoso de la roca Riding, tiene una pequeña base para los escasos yates que se acercan a San Salvador; el otro único nombre hispano distinguible en su toponimia es la bahía Fernández, justo al sur de Cockburn, que tiene, para hacerla inaccesible desde la mar, su correspondiente barrera de arrecifes.
Como la gran playa del este también padece este problema, los investigadores han supuesto que Colón, tras avistar Rodrigo de Triana la isla al atardecer del jueves 11 de octubre, prefirió rodear San Salvador por el sur montando las rocas Hinchinbroke y después Punta Sandy, para alcanzar así seguro fondeadero en lo que luego sería Cockburn, donde pasó un par de días conociendo él primero a los famosos indios americanos. Pero nada es seguro; de hecho, Rodrigo de Triana tendría pleitos con un tal Juan Rodríguez Bermejo, de Sevilla, peleándose ambos por la recompensa del primer avistamiento; la discusión la zanjó el almirante por su peculiar sistema habitual –a la genovesa– adjudicándoselo a sí mismo pues alegó que ninguno de los candidatos la había visto bien. Ni Triana ni Rodríguez debieron quedar satisfechos, pero siendo Colón juez y parte, además de estar al mando, no quedaba sino callar. En venganza, según cuenta la leyenda, nada más regresar a la península Rodrigo «se hizo moro», es decir, renegó de la fe cristiana, yéndose a vivir a Marruecos.
Tampoco queda muy clara la trayectoria seguida por Colón una vez verificado el descubrimiento. Basándose en el diario del almirante, el especialista Morison ha reconstruido su derrota: zarpó a mediados de octubre de San Salvador, navegando al suroeste, donde muy pronto vio tierra, poniendo su precaria nao y las carabelas al pairo para no llegar de noche a tierra desconocida. Se trataba del actual Cayo Rum, bautizado Santa María de la Concepción por el genovés, desde donde descubrió, al oeste, otra isla larga como un día sin pan a la que llamó Fernandina, y que hoy se denomina, de forma más prosaica, simplemente Larga. Es un valladar de casi siete millas de largo que tapa para los llegados de levante el inmenso arrecife del Gran Banco de Bahamas, una pesadilla para cualquier marino del siglo XVI que, por fortuna, ni Colón ni sus pilotos vieron. Si hubieran sabido que, antes de encontrar una tierra firme digna de tal nombre, tenían que atravesar un piélago marino lleno de bajíos y trampas prácticamente a flor de agua que habrían desventrado en un santiamén cualquiera de sus buques, es muy posible que el desánimo se hubiera apoderado de ellos.
Afortunadamente, no lo sabían. Colón y sus tres naves, amparándose en unas condiciones atmosféricas extraordinariamente favorables y siendo muy prudentes en la navegación (sondando cuidadosamente por la proa de las naves), hallaron por fin, al sur de Larga, el paso Crooked, que permitía seguir ruta al oeste. Pero, al aparecer en levante la silueta de otra isla con arboledas –la actual Crooked, Samoet para los indios–, se dirigieron hacia allí a ver si encontraban oro. Vana quimera. El 24 de octubre, tras esta amarga decepción en Isabela, se internaron profundamente en el Gran banco, viendo de nuevo el paso cortado por las islas de la Arena. Por suerte para ellos, se hallaban en el extremo sur del mencionado Banco y, tras lidiar durante tres días con el luego llamado banco Colón y el cabo Santo Domingo, lograron al fin dejar atrás este laberinto, poniendo proa al sursuroeste, rumbo a la costa cubana.
Cuando, el 4 de febrero de 2001, doblamos el cabo Santo Domingo procedentes de Cádiz, navegando a vela a bordo del ketch Virgen del Cobre, resultó inevitable sentir una profunda admiración por aquellos navegantes de otros tiempos. A pesar de contar con los más modernos aparatos de posicionamiento y ayudas a la navegación, teníamos que ir punteando nuestra derrota hora a hora desde el paso Caicos, por el que nos internamos rumbo al Canal Viejo de Bahamas, para mantener un margen de seguridad. Los marinos del siglo XVI , inevitablemente, se vieron obligados a conducirse en aquel arrecife oculto bajo las aguas como un ciego tanteando con su bastón. Aun así, y no sin suerte, supieron encontrar el camino a través del Gran Banco para dar rumbo a las costas cubanas, donde Colón esperaba encontrar Cipango, es decir, Japón. Hasta el momento, sin embargo, sólo había descubierto un sinnúmero de islas que llamó las Lucayas, mitológicas islas de los lequios o lecuyos del Asia oriental. Hoy se denominan Bahamas por el español «bajamar», islas de la Bajamar, que evidentemente y al quedar los arrecifes entre dos aguas con las mareas, es su rasgo más definitivo.
Las tres carabelas , (s. XIX ) acuarela de Rafael Monleón en el Museo Naval de Madrid. Con sus cuatro viajes al Nuevo Continente, Colón cambió el centro de gravedad marítimo del mundo conocido a finales del siglo xv.
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