Guerra Contra Todos los Puertorriqueños
Copyright © 2015 by Nelson A. Denis.
Traducido al español por Luis R. González Argüeso.
Gracias al Professor Carlos J. Guilbe López, M.P., Ph.D., por su mapa extraordinario de la
Revolución Nacionalista de Octubre de 1950
Maquetación: freiredisseny.com
Correcciones ortotipográficas: Antonia Dueñas y Juan Manuel Santiago
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Catalogación de la Biblioteca del Congreso
Library of Congress Cataloging-in-Publication Data
Denis, Nelson A.
Guerra Contra Todos los Puertorriqueños: Revolución y terror en la colonia americana / Nelson A. Denis.
448 páginas 5.5 x 8.25 pulgadas.
Incluye referencias y índice
ISBN 978-1-56858-546-8 (electrónica en español) 1. Albizu Campos, Pedro, 1891-1965. 2. Puerto Rico-Historia-Autonomía y movimientos independentistas. 3. Puerto Rico-Política y gobierno-1898-1952. 4. Nacionalismo-Puerto Rico-Historia-Siglo 20. 5. Puerto Rico-Relaciones-Estados Unidos. 6. Estados Unidos-Relaciones-Puerto Rico. I. Título
972.9505’2—dc23
2014047904
Para mi madre, Sarah, mi abuela, Salomé
y para Dali, quien las guarda en su corazón
ÍNDICE
por R UBÉN B ERRÍOS M ARTÍNEZ
por J OSÉ E NRIQUE A YOROA S ANTALIZ
Si alguien pregunta por qué Puerto Rico es la última gran colonia en el mundo, que lea este libro de Nelson Denis, Guerra Contra Todos los Puertorriqueños .
Durante más de medio siglo, incontables escritores con fingida imparcialidad se han dedicado a enaltecer la historia colonial de Puerto Rico y a minimizar e incluso encubrir sus horrores. La perspectiva radicalmente distinta del autor de este libro aporta un necesario y oportuno contrapeso a la de los apologistas del régimen y constituye un reto a los puertorriqueños de todas las ideologías para un profundo examen de conciencia sobre nuestro pasado y futuro como pueblo.
Nelson Denis impugna la mitología del imperialismo bobo de ubre prolífica que se deja ordeñar. Destapa, además, el sumidero colonial mediante una amplia y minuciosa investigación de acontecimientos, unos notorios, otros largamente ocultos o silenciados. Con justa indignación, desenmascara fechorías inmundas, claudicaciones infames, traiciones cainitas, expoliación de tierras y espíritus, experimentos inhumanos, verdugos despiadados y vergonzosas componendas que contrastan con gestas y vidas sacrificadas y heroicas que resplandecen cual astros en la oscuridad.
El colonialismo ha prevalecido en Puerto Rico porque esa ha sido la voluntad de Estados Unidos, el imperio más poderoso del presente y pasado siglos. Para ello se ha valido de la intimidación, la represión, el discrimen, el chantaje económico, la política de transculturación, el engaño y la compra de conciencias.
Lo verdaderamente extraordinario no es que Puerto Rico todavía sea colonia. Lo que constituye una proeza histórica es que, luego de más de cien años de coloniaje norteamericano, Puerto Rico todavía es una vibrante nacionalidad latinoamericana y caribeña, con un independentismo tenaz e insobornable que hace valer la máxima albizuista: “A los pueblos los representan aquellos que los afirman, no quienes los niegan”.
Ante la abismal desproporción de fuerzas entre colonia y metrópoli, si Puerto Rico fuera un pueblo aislado podría estar destinado a ser colonia por siempre; o a convertirse en un estado de Estados Unidos, en una colonia con representación en el Congreso de esa nación, en un gueto tropical norteamericano.
Pero Puerto Rico es parte integral de la gran patria latinoamericana y caribeña, ya por fin altiva y de pie. Nuestra América es una sola patria. Por donde va uno, vamos todos.
A finales del siglo xix, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, según consta en el artículo 1 de sus Bases, para “lograr […] la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”. Nos advirtió entonces –y para siempre– a todos los latinoamericanos de que:
En el fiel de América están las Antillas que serían, si esclavas […] mero fortín de la Roma americana y si libres […] serían en el continente la garantía del equilibro, la de la independencia para la América Española. Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son dos islas las que vamos a libertar.
Actualizaba así el legado de su padre Bolívar en la Carta de Jamaica: “Dar la libertad a la mitad del mundo y poner el universo en equilibrio”.
Hoy el fiel de la balanza y el equilibrio continental pasan por Puerto Rico. Tan libres serán América Latina y el Caribe como libre sea Puerto Rico. Puerto Rico es el verso que le falta al poema libertario de Bolívar.
Hace más de tres cuartos de siglo, don Pedro Albizu Campos anticipó el momento que se avecina:
La independencia de una nacionalidad no depende de sus relaciones exclusivas con el poder que lo sojuzga. Es el resultado del equilibrio internacional. Cuando este favorece al opresor, continúa el coloniaje; cuando el equilibrio internacional está contra el Imperio, este se ve obligado a la reconcentración para su propia defensa, y la retirada de sus fuerzas de la colonia deja a esta en libertad de acción para organizar el Estado soberano e independiente.
Ya desaparecidas las particulares condiciones geoestratégicas y militares de la Guerra Fría (realidad que ya sirvió de marco a la victoria de Vieques y al retiro de la Marina norteamericana de sus bases en Vieques y Roosevelt Roads), los procesos políticos seguirán el curso natural del que fueron desviados por la política colonial norteamericana.
En Puerto Rico, la colonia, antidemocrática por definición, en quiebra económica y social, proscrita por la humanidad, repudiada por el pueblo puertorriqueño, y que sirve de abono a los propulsores de la estadidad, tiene sus días contados, no importa cómo se disfrace.
La integración como estado de la Unión estadounidense, a su vez, no tiene futuro por ser contraria a los intereses nacionales de Estados Unidos. Esa nación jamás aceptaría convertirse en un estado multinacional anexando como estado a una nación latinoamericana, caribeña e hispanohablante que tendría más votos que la mitad de los estados y que por ser el más pobre sería el que menos aportaría al Tesoro y el que proporcionalmente más fondos federales recibiría. Sería, además, una fuente de fricción permanente con la América Latina y un factor disgregante y divisorio en el cuerpo político norteamericano plagado por problemas de minorías; sería un potencial chispazo de fuego en un polvorín. Y, ¿a cambio de qué?