Agradecimientos
En primer lugar, mi más profundo agradecimiento a Natasha Ward por haber venido conmigo a Ucrania, y ser tanto amiga como traductora. Muchas puertas jamás se habrían abierto de no ser por su luminoso encanto y su brillantez lingüística. En Ucrania, Yura, Lida y Alyosha Serov, Anna Danielnova Shandur, Vira Nanivska y Valery Ivanov nos ofrecieron su más cálida hospitalidad, mientras que el Dr. Vitaly Zubar, del Instituto Arqueológico, nos acogió bajo su ala y nos presentó a las personas adecuadas, incluida la Dra. Elena Fialko, Lyubov Klotchko, el profesor Vetschislav Mursin y Ekaterina Bunyatin. Su fascinante y esmerado trabajo merece una atención mucho mayor de la que ha recibido hasta ahora. A esas dos mujeres guerreras de hoy en día, la Dra. Davis-Kimball y la profesora Renate Rolle, que fueron generosas con su tiempo y sus ideas. Frank y Nina Andrashko fueron pacientes y serviciales ante mis tenaces intentos por contactar con la Profesora Rolle. El Dr. Mark Tkachuk nos cuidó en Moldavia, mientras que Mustafa Akkaya, el director del Museo de Samsun, me mostró las vistas y hallazgos de la zona costera del mar Negro con un justificado orgullo y entusiasmo. En Konya, Mustafa Elma y Mehmet Turan hicieron posible que viera la cara privada y no comercial de la danza de los derviches.
De regreso a Gran Bretaña, quiero dar las gracias a «Morocco», por el baile y la información de primera mano acerca de los tuareg; a Robin Waterfield, por su paciente ayuda con las fuentes griegas y por permitirme citar su excelente traducción de Heródoto; a Diane Stein, por introducirme en el oculto mundo de los hititas y los hurritas; al profesor Oliver Gurney, por sus detalladas respuestas a mis preguntas acerca de la diosa del trono; a Jill Hart, por sus traducciones del hitita; a la profesora Mary Boyce, por el ejemplo de su rigor académico; y a Jenny Lewis, por permitirme citar completo su poema La Amazona.
Debo asimismo un sincero agradecimiento a los muchos amigos que me han inspirado, desafiándome o alimentándome con útiles golosinas: Diane Binnington, Pomme Clayton, Cindy Davies, Lyn Hartman, Cherry Gilchrist, Nick Heath, la Dra. Sarah Shaw, Andrew O’Connell, Jane Oldfield, Chris Spencer, Jackie Spreckley y los generosos espíritus del Club de Internet las Amazonas Existen, incluidas «Ártemis», «Mirina» y Katherine Griffis.
Por último, estoy muy agradecida a mis padres, Jan y Drew Webster, por haberme ayudado financieramente mientras escribía este libro, y a mi esposo Colin, por apoyarme mientras él mismo sufría un insoportable dolor de espalda.
Introducción
¿Quiénes fueron las amazonas?
La primera vez que me encontré con las amazonas fue mientras producía un programa de comedia para la BBC llamado Revolting Women. Cada semana teníamos una sección, «Mujeres de los pantanos», que trataba sobre una tribu matriarcal que vivía sin hombres en los pantanos a las afueras de Manchester. La inspiración para esta parodia, explicó el guionista, era la mítica raza de las amazonas, quienes, como pronto descubriría, estaban muy alejadas de los personajes amantes de la paz de nuestra serie: eran violentas, resistentes frente al dominio masculino, combatían sin compasión, mutilaban o mataban a sus descendientes varones y practicaban el sexo de forma anónima y promiscua a fin de quedarse embarazadas. Eran tan hermosas como crueles.
Aquel fue el comienzo de mi fascinación por las amazonas. Pronto descubrí que tenían muy poco que ver con el río Amazonas de Sudamérica, sino que pertenecían a la franja del mundo griego clásico, a Asia occidental y a las estepas que rodean el mar Negro. Las verdaderas amazonas combatían en las páginas de Homero y Heródoto en las Edades del Bronce y del Hierro, mientras que la conexión sudamericana procede de las historias de viajeros y épocas muy posteriores que hablaban de grupos de mujeres armadas a las que llamaron «Amazonas» por sus antepasadas griegas. Pero en quiénes fueron realmente las amazonas, una vez traspasadas las referencias del mito, la historia y la leyenda, era donde, para mí, comenzaba el auténtico misterio.
Leí todo lo que pude acerca de ellas y, al final, me sentí poseída por un deseo de descubrir si habían existido o no en la realidad. No era sencillo: sin saberlo, estaba introduciéndome en un laberinto que no me escupiría fuera de él hasta que no hubiera seguido las pistas que me ofrecía hasta su amargo final. Esta búsqueda me ha conducido por las polvorientas profundidades de las bibliotecas, me ha llevado al interior de las brillantes pero desordenadas mentes de los académicos, a través de los reinos del feminismo, tanto inspirado como ideológico, dentro del mundo de los hechiceros, psicólogos y magos y, finalmente, a los recovecos más profundos de mi propio sentido de la identidad de género. He descubierto cosas sorprendentes, no solo acerca de las amazonas, sino también de cómo funciona la mente humana, cómo llega a conclusiones y a menudo ve únicamente lo que quiere ver, no lo que hay realmente (es decir, si es que hay, de hecho, algo que sea real). Tuve que luchar también con mi propia tendencia a dejarme llevar por el amplio y deslumbrante alcance de las cosas y pasar por alto el detalle revelador, porque en esta historia el detalle es muy importante.
La mera idea de las amazonas, de unas despiadadas mujeres guerreras que vivían apartadas de los hombres, excita a la gente a un nivel muy profundo. En algunas mujeres, surge la guerrera sexual: les gustaría hacer cosas violentas a los hombres que sienten que las han herido y han abusado de ellas; para muchos hombres, funciona como un aguijón erótico: les encanta la idea de ser dominados por una doncella de extremidades elásticas, o de someterla después de una lucha justa. Otras personas de ambos sexos se sienten realmente incómodas ante la idea de unas mujeres lanzándose a la batalla, despreciando su tendencia «natural» en favor de la crueldad y el dominio. Las feministas tienen un sentimiento de propiedad respecto a las amazonas y quieren idealizarlas, ¡aunque eso resulta complicado! Los junguianos consideran su violencia femenina una perturbadora aberración en el ordenado mundo de los arquetipos; los clasicistas y arqueólogos muestran un cauto interés por ellas, o bien hacen afirmaciones exageradas, al igual que algunos entusiastas de las amazonas con páginas en internet que han decidido a priori que estas maravillosas mujeres existieron tal y como dicen los mitos. Y para muchas mujeres adoratrices de la diosa, las amazonas forman parte de una herencia a la que no renunciarían ni por todo el oro del mundo.
Cuando se habla de las amazonas, resulta muy difícil hallar la objetividad; y, sin embargo, mientras llevaba a cabo esta investigación, no me resultó útil quedarme a salvo en el elevado nivel académico. Cada ‘hecho’ o ‘sugerencia’ acerca de las amazonas tenía reverberaciones e implicaciones para nuestra comprensión sobre qué son los hombres y las mujeres, y qué pueden ser si eliminamos nuestras ideas de lo que deberían ser. Hoy en día, en nuestra jerga hablamos libremente de «empoderamiento», pero ¿podemos de verdad imaginar qué tipo de «poder» tendría una sacerdotisa de mediana edad de Çatal Hüyük, en Anatolia central, tan solo observándola en una escultura con cráneos y leopardos realizada hace ocho mil años y depositada en una vitrina de un museo? ¿Y cómo se sentía una joven guerrera escita sobre la necesidad de aprender a luchar, usar el arco y la flecha, o una lanza? ¿Disfrutaba en el ejercicio de su agresión, o anhelaba estar en el hogar junto a su madre, o su esposo y sus hijos? ¿Cómo veía un hombre o mujer de Mesopotamia el poder de la hermosa y terrible diosa guerrera Ishtar, también con sus alas, armas y leones? ¿Qué hacía que los seguidores masculinos de la Cibeles frigia se mostrasen dispuestos a castrarse ellos mismos a fin de servir a sus sacerdotisas?